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Se cumplen 95 años de la fundación de la Sonora Matancera
Lunes, Enero 28, 2019 - 14:00

Considerada la orquesta más famosa del Caribe, la agrupación tiene una historia rica y con protagonistas que trascendieron musicalmente como Celia Cruz.

La Sonora Matancera tuvo un origen humilde en la ciudad de Matanzas el sábado 12 de enero de 1924. Matanzas es una ciudad antigua, fundada en 1693, centro comercial, industrial y activo puerto marítimo, capital de la Provincia de Matanzas, donde se cultiva caña de azúcar, aunque predominan la ganadería y los yacimientos de cobre. El fundador de la Sonora fue el músico Valentín Cané, quien tuvo la iniciativa de reunir a un grupo de músicos en la casa número 41, entre las calles Jovellanos y Ayuntamiento del barrio Ojo de Agua en esa ciudad. Cané tocaba el tres, una guitarra encordada con tres pares de cuerdas afinadas por octavas, con el cual se integró al conjunto de cuerdas bautizado con el nombre de Tuna Liberal, nombre de sabor político que coincidía con el partido de Juan Gronlier, gobernador de la provincia. Los miembros fundadores de la Tuna Liberal, además del tresero Valentín Cané, quien también ejecutaba la tumbadora, fueron Pablo Vásquez, en el contrabajo; Manuel Sánchez, el llamado cojito Jimagua en los timbales; los guitarristas Domingo Medina, José Manuel Valera, Juan Bautista Llopis y Julio Gobin, y en la trompeta figuraba Ismael Goberna.

A través de su historia, algunos de los fundadores de esta modesta tuna de barrio se retiraron y fueron reemplazados por otros reconocidos músicos. Por su avanzada edad, el maestro Cané fue uno de los primeros en sucumbir en 1942 a los trajines que imponía la rutina profesional y fue sustituido por Ángel Alfonso Furias, el popular Yiyo. También entraron en diferentes épocas Raimundo Elpidio, hijo de Pablo Vásquez, a quien llamaban Babú, y José Rosales Chávez, conocido como Manteca en lugar de Jimagua. Uno de los que más tiempo estuvo con esta agrupación musical fue Carlos Manuel Díaz Alonso, el famoso Caíto, que se destacó en las maracas y los coros a partir de 1926.

En su época de marinero, Caíto solía ir a la fonda del padre de Rogelio Martínez Díaz en Matanzas, donde comenzaron una amistad que se prolongó toda la vida. Este encuentro es importante porque fue Caíto quien recomendó a Martínez Díaz para que ingresara como guitarrista en 1928. Más tarde, Martínez se desempeñaría como director del conjunto y haría coro con Caíto y Estanislao Sureda, conocido como Laíto. Rogelio fue un descubridor de talentos y forjador de éxitos. Después de 57 años orientando el rumbo de la más popular de las agrupaciones cubanas de música caribeña de todos los tiempos, don Rogelio murió a los 93 años el domingo 13 de mayo de 2001 en Nueva York.

El conjunto musical en sus inicios tocaba en las retretas del Parque Central de Matanzas, amenizaba fiestas en los centrales azucareros, en especial las del Central Hersey, en las fincas de Río Potrero y en fiestas privadas de los alrededores. En vista de que se agotaban las perspectivas de trabajo, el 11 de enero de 1927 Valentín Cané propuso trasladarse a La Habana por una semana para probar suerte. La semana se prolongaría hasta que la orquesta salió de La Habana el 15 de junio de 1960 para cumplir un contrato en Ciudad de México donde los integrantes de la orquesta se asilaron (a excepción del maraquero y corista Laíto, quien al término de la gira regreso a Cuba).

En La Habana la orquesta amenizaba festivales organizados por los partidos políticos e incluso durante la dictadura del general Gerardo Machado Morales (1929-1933), un declarado simpatizante del conjunto, fueron invitados para presentaciones en diversos lugares de la isla. También trabajaron en clubes sociales de la capital cubana, como Los Anaranjados, Los Veinte, Los Treinta y La Casita de los Médicos. Se presentaban también en la cafetería La Mora, en el Teatro Alhambra, en Radio Progreso (La onda de la alegría) por 20 años, y en el famoso club Tropicana, donde más tarde Celia Cruz tendría su primer contacto personal con don Rogelio Martínez. Actuando en el Teatro Alhambra, el empresario Augusto Franqui contrató a la Sonora para grabar con la casa disquera RCA Víctor, con la cual prensaron sus primeros temas en discos de 78 revoluciones por minuto como Matanzas, La tierra de fuego, De Oriente a Occidente, Las cuatro estaciones y Cotorrita real, del cantante y guitarrista Juan Bautista Llopis.

En 1935 entró el reconocido trompetista Calixto Leicea en sustitución de Ismael Goberna, y el 6 de enero de 1944 ingresó Pedro Knight, segunda trompeta y futuro esposo de Celia Cruz. El famoso impulsador del mambo a nivel mundial, el célebre Dámaso Pérez Prado fue pianista del conjunto matancero de 1937 a 1939, cuando se retiró para dedicarse a organizar su propia orquesta llegando a ser el Rey del Mambo. Sin embargo, el pianista más conocido por su prodigiosidad en el teclado fue Lino Frías, quien se vinculó en 1942 hasta julio de 1977, cuando tuvo que retirarse por enfermedad. Un pianista que también dejó una huella por su talento como arreglista y compositor en la década del 40 fue Severino Ramos, conocido como Refresquito. Sus arreglos, si bien eran sencillos, tenían la virtud del equilibrio y una sabiduría artística que llegaba al corazón de los públicos más heterogéneos. Entre los músicos que ayudaron a forjar la calidad sonora que lanzó a la fama a esta institución está también Mario Muñoz –conocido como Papaíto– quien había entrado en lugar de Simón Esquijarrosa, llamado Minino, sucesor del timbalero José Rosario Chávez, alias Manteca.

Cuando Pedro Knight renunció a su posición de trompetista fue reemplazado primero por Chiripa y después por Saúl Torres hasta 1976 cuando ingresó ese otro famoso trompetista que es Alfredo Chocolate Armenteros, primo materno de Benny Moré. Después de llamarse Tuna Liberal, en el momento que ingresó Caíto (1932) ya había adoptado el nombre de Septeto Soprano, y cuando se vinculó Rogelio Martínez se bautizó como Estudiantina Sonora Matancera. Solo hasta 1932 se empezó a conocer simplemente como Sonora Matancera, nombre con el que recorrieron el mundo para popularizar los ritmos cubanos.

Cuando Celia Cruz se propuso ingresar a la Sonora Matancera, ya se escuchaban en la radio cubana, entre otras, las voces de Daniel Santos (El Inquieto Anacobero), Myrta Silva (La guarachera picante de Puerto Rico), Bienvenido Granda (El bigote que canta), Vicentico Valdés (La voz elástica), Celio González (El flaco de oro) y Roberto Torres (El caballo viejo de Cuba). Pero su Época de Oro se inició de manera precisa a partir de la vinculación de la fenomenal Guarachera de Cuba a la orquesta. Fue entonces que empezaron a llegar vocalistas que imprimían calidad interpretativa y dieron renombre a la orquesta, como Leo Marini (El bolerista de América) y Carlos Argentino Torres, de Argentina; Alberto Beltrán (El negrito del batey), de República Dominicana; Nelson Pinedo (El almirante del ritmo), de Colombia; Bobby Capó (El ruiseñor de Borinquen); Carmen Delia Dipiní, de Puerto Rico, y Toña la Negra, la única cantante mexicana que pasó por la Sonora.

También los cubanos Benny Moré (El Bárbaro del Ritmo y Miguelito Valdés, conocido como Míster Babalú, en total más de 60 cantantes pasaron por el alegre pentagrama del conjunto que alcanzó a grabar durante su larga trayectoria más de cuatro mil interpretaciones, de las cuales un número significativo son clásicas canciones escuchadas alrededor del mundo, no solo por su calidad sonora, sino también porque en cada momento su director Rogelio Martínez supo seleccionar las mejores voces con los arreglos y las líricas que han calado en el sentimiento popular de sucesivas generaciones de admiradores a través de 95 años de historia.

Una de las razones por las cuales las canciones de esta orquesta se han mantenido vigentes en vísperas de cumplir un siglo, se debe a la estricta disciplina que impuso Rogelio Martínez al conjunto. A este respecto, en cierta ocasión manifestó que “es muy fácil reunir a un grupo de trabajadores, pero es difícil mantenerlos unidos y produciendo durante tantos años”. Además de la respetuosa obediencia y obligada puntualidad que animaba a todos sus integrantes, la Sonora Matancera funcionaba como cooperativa, por tanto sus ganancias se repartían de manera equitativa entre todos sus miembros. Era un sólido motivo para permanecer unidos en un ambiente armónico de fraternidad que les impedía, como suele suceder con otras agrupaciones, sucumbir a una situación de inestabilidad permanente. La vedette Blanquita Amaro, rumbera y presentadora de la orquesta en algunas de sus giras, resumió así el espíritu del conjunto: “Qué lindo compañerismo reinaba entre todos. La agrupación era modelo de disciplina, ayuda al compañero y amor al trabajo. No existían los celos artísticos, todos éramos hermanos…”.

Helio Orovio, investigador de la música cubana, criticado, sin embargo, por permitir –contra su voluntad explícita– que la censura excluyera de su primera edición del Diccionario de la música cubana (1981) a los músicos que abandonaron Cuba después de 1959, le resumió a Umberto Valverde para su libro Memoria de la Sonora Matancera (NY-Cali, 1997) su opinión calificada sobre la Matancera: “En la Sonora se consiguió una cosa mágica, un acabado, una perfección de todos los elementos de la música popular. No es gratuito que la Sonora sea de Matanzas, donde nació el danzón, el danzonete, el mambo (porque Pérez Prado es matancero), donde nació la rumba. Matanzas fue un crisol de la música. Rogelio heredó la dirección y encauzó el grupo con un rigor que no tenían los otros conjuntos musicales. Tuvo la inteligencia para seleccionar los repertorios con cada uno de los cantantes”.

Celia Cruz tuvo una trayectoria fulgurante en los 15 años que duró su asociación con la Sonora Matancera. Su voz de contralto ha sido considerada una de las más hermosas en un país que, como Cuba, ha producido estupendos músicos y famosos cantantes. Sus primeras interpretaciones alcanzaron un éxito sin precedentes para una mujer en una orquesta de música popular afrocaribeña. Canciones como Cao cao maní picao, El yerbero moderno, Burundanga, Juancito Trucupey, Me voy a Pinar del Río, Sopa en botella, Tu voz, En el bajío, Caramelos, Dile que por mí no tema, tuvieron de inmediato una fenomenal acogida que sustentaron su triunfal fama. Casi puede asegurarse que toda persona que se haya impresionado con su melódica voz recuerda exactamente dónde estaba la primera vez que escuchó alguna de aquellas memorables canciones. A raíz de la alegría contagiosa que transmiten sus canciones, un admirador anónimo una vez comentó: “Cuando la Sonora toca, todo parece más bonito, la esperanza se hace canción; la danza y la nostalgia, un perenne y renovado deseo de vivir”.

Celia se identificó con los diversos géneros de la música cubana e incluso con la ranchera, la poesía sentimental, moruna o negroide de Nicolás Guillén, Rafael Hernández, Pedro Flores, Catalino Tite Curet Alonso, Luis Kalaff, Ernesto Lecuona y tantos poetas populares, compositores y músicos que sería asunto de nunca terminar. La canción Burundanga, por ejemplo, se inscribe en la más clara tradición poética de su compatriota Nicolás Guillén, en tanto que es una fusión onomatopéyica de armoniosos sonidos sin intención narrativa. Desde 1962 la Sonora Matancera tuvo como sede permanente a la ciudad de Nueva York hasta su desintegración a finales del siglo XX, por sustracción de intérpretes y músicos que de manera gradual se fueron ausentando de este mundo, pero su música y sus canciones siguen vigentes en el corazón de sus innumerables fanáticos alrededor del mundo.

Autores

El Espectador