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Si eres amante de la naturaleza, la selva de Chiapas es para ti
Martes, Mayo 2, 2017 - 09:52

Al cobijo de ceibas centenarias, las huellas del jaguar trazan un sendero bordeado por monos saraguatos, tucanes y guacamayas.

Vive domesticado y en libertad, su canto rompe el silencio y anuncia con gracia su cercanía: es un tucán que busca, por extraño que parezca, el roce humano. Come papaya, brinca entre las mesas vacías y se deja fotografiar por los turistas; después vuela a la cima de un árbol cercano. “Es como nuestra mascota, pero vive en libertad”, afirma Eduardo Chakin, anfitrión de un centro ecoturístico ubicado en Ocosingo, en la Selva Lacandona de Chiapas.
 
Eduardo no es un lacandón tradicional. Está cerca de concluir una carrera técnica en Turismo Sustentable y tiene una visión renovada del legado cultural que posee, ama la naturaleza y disfruta contar mitos y leyendas que escuchó de pequeño: “Las raíces de los árboles están atadas a las raíces de las estrellas, por eso al talar un árbol, en el cielo se apaga una estrella, ¿lo sabías?”, suele preguntar a los visitantes.
 
 
La Selva Lacandona tampoco es la misma de hace unas décadas. La tala inmoderada, aunada al desarrollo de la agricultura y ganadería, le han arrebatado buena parte de su territorio, sin embargo, esta tendencia ha comenzado a revertirse gracias a una vocación productiva vinculada a su conservación: el ecoturismo.
 
¿Qué tiene esta selva para atraer a los turistas? Un cúmulo de experiencias que sólo se realizan en esta región del planeta, conocida también como el pulmón de México. Así, impregnada de un halo de misterio, la Selva Lacandona cuenta historias a los amantes del ecoturismo.
 
 
Un tronco luce desnudo en medio de la vegetación y bautiza con su presencia a las aguas que le sirven de espejo. Es la Laguna de Caoba, la cual proyecta al árbol en su manto cristalino, amplificando sus dimensiones. El paisaje rodea a uno de los tres mantos acuáticos que integran la comunidad Tres Lagunas, ubicada en Lacanjá Chansayab, subcomunidad de Ocosingo.
 
Un grupo de lacandones es propietario del lugar y son ellos quienes guían a los turistas a través de la selva. Una de las actividades ideales para realizar en grupo -de acuerdo con Eduardo-, es la que se denomina Siembra, planta y da vida. En ella las personas buscan semillas, siembran un árbol y guardan su ubicación para regresar, 10 años después, al mismo punto.
 
 
El senderismo interpretativo es otra de las actividades más solicitadas. Tras caminar una hora entre ceibas, caobas y lagunas, se siguen los pasos del tapir con la mirada fija en el piso para descubrir, en un día afortunado, las huellas del jaguar. El canto del tucán y el paso de tejones y jabalíes aderezan una experiencia única que sólo puede vivirse en este entorno natural.
 
También es posible realizar una excursión nocturna que busca el avistamiento de cocodrilos. Los viajeros abordan una canoa que se acerca a un metro de distancia de los reptiles, brindando un paseo inolvidable que permite apreciar en plenitud los ruidos de la selva nocturna. Sin duda, una cara poco conocida de este sendero acuático lacandón.
 
 
Los traslados terrestres suelen clarificar las ideas, coinciden los visitantes que disfrutan viajar en carretera. Y el paisaje de Chiapas parece poner en orden perfecto las prioridades; pensamiento ineludible al desplazarse hacia el ejido Playón de la Gloria, ubicado en el municipio chiapaneco de Marqués de Comillas.
 
Una guacamaya que reposa en las ramas de un limón da la bienvenida a los turistas y el guía aprovecha para descubrir otro secreto de la selva: estas aves siempre están en par y mueren a falta de su pareja; un retrato de la monogamia en la vida silvestre. Metros adelante, un mono saraguato se balancea en las ramas de un árbol anunciando el inicio del camino selva adentro.
 
 
Un escenario irreal sacude a los turistas después de haber andado poco menos de un kilómetro. Es la cascada Corcho Negro, flujo de agua interrumpido por hojas y ramas petrificadas donde la arena endurecida ha construido escalones naturales que propician las caídas. Concierto infinito que es uno de los cantos que se escuchan en esta selva chiapaneca.
 
De pronto, el sendero conduce a una ceiba centenaria. Los viajeros dirigen la vista al cielo en busca del punto más alto de ese tronco que parece rozar las nubes, y finalmente se acercan al gigante con los brazos extendidos para acariciar su corteza rugosa y recargarse de energía.
 
Es imposible no enamorarse de este pedazo de tierra tras haberlo palpado desde adentro. Y es al cobijo de esta ceiba centenaria cuando se descubre una realidad inminente: la Selva Lacandona, con sus jaguares, monos saraguatos, tucanes y guacamayas, ha conseguido un nuevo promotor de su conservación en cada turista que la visita, asegurando con ello, un poco, su permanencia como pulmón de México y el mundo.

Autores

Alberto Romero/ El Economista