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Trabajar menos horas y sus efectos… ¿qué nos dice la evidencia?
Martes, Abril 11, 2017 - 10:43

Por Rafael Sánchez, Ph.D. en Economía de la Universidad de Warwick, Reino Unido. Profesor e investigador Escuela de Negocios UAI.

Hace algunas semanas la Diputada Camila Vallejo propuso una rebaja a la jornada de trabajo desde 45 a 40 horas semanales, con la finalidad de mejorar la calidad de vida de los chilenos.

Este tema vuelve cada cierto tiempo al debate público, ¿por qué? La lógica detrás de las propuestas de reducción de jornada radicaría en una serie de beneficios, tales como: 1) disminuir el nivel de desempleo de los individuos, al tener que contratar más trabajadores para reemplazar la producción perdida en esas menores horas. 2) mejorar la salud de los trabajadores al tener jornadas más cortas que permitan un mayor descanso (u ocio). 3) aumentar la calidad de vida de los trabajadores. ¿Qué nos dice la economía al respecto?

En primer lugar, hay que tener claro que una cosa son cantidad de horas trabajadas y otra son el número de trabajadores. A pesar de la obviedad, esta distinción es clave pues no son perfectos sustitutos entre ellos, debido principalmente a la existencia de costos fijos al empleo (por ejemplo, costos que no dependen de las horas trabajadas como costos de contratación, entrenamiento, despido, contribuciones de seguridad social, etc.). Adicionalmente, esta distinción es clave pues los costos de las horas de trabajo que exceden un cierto máximo son mayores (por ejemplo, el costo de la hora extra es mayor que la hora dentro de la jornada regular).

Tal como señalan Calmfors y Hoel, esta existencia de costos fijos al trabajo hace que una rebaja forzosa de la jornada laboral tenga una serie de efectos dependiendo de la situación inicial de la empresa antes de que ocurra la rebaja. El modelo teórico competitivo señala que la reducción de la jornada de trabajo tiene efectos ambiguos en el empleo. Sólo en el mejor de los casos podría haber un efecto positivo en el empleo. Ello sin embargo se daría si se cumplen una serie de condiciones que de por sí son altamente improbables. Esta escasa probabilidad de tener efectos positivos en el empleo se esfuma por completo cuando se agrega la restricción de que no disminuyan los salarios por hora (que usualmente acompaña a las rebajas de jornada salarial).

Esto es relevante en especial a los trabajadores que ganan el salario mínimo, pues su salario no puede disminuir por ley. Finalmente, como mencionan Marimon y Zilibotti, en casos donde el mercado laboral es menos competitivo (más monopsónico) la rebaja de jornada de trabajo podría tener algún efecto positivo en el empleo, dependiendo de la magnitud de la rebaja de las horas trabajadas.

Ya que los modelos teóricos sugieren efectos ambiguos, aunque en general negativos respecto de los efectos en el empleo, vámonos a la evidencia empírica. La literatura muestra que, de haber efectos en el empleo, éstos en general son negativos y en el mejor de los casos, neutros.

¿Qué nos dice la evidencia respecto a los efectos en la salud y en la calidad de vida de los trabajadores? Autores como Estevao y Sa encuentran que los trabajadores franceses no mejoraron su felicidad luego de la rebaja en la jornada de trabajo de 39 a 35 horas semanales. En forma similar, en un estudio elaborado por quien escribe y publicado recientemente, no se encuentran en general efectos positivos en la salud de los trabajadores portugueses luego de su rebaja de jornada laboral semanal desde 44 a 40 horas. En  el caso francés, tampoco se observan efectos negativos para los hombres y levemente positivos para las mujeres al pasar de 39 a 35 horas semanales.

Dada esta evidencia poco auspiciosa para los proponentes de rebajas en las horas de trabajo, ¿qué hacer? Más que avanzar en rebajas universales de horas laborales (que tratan a todos los trabajadores y empresas por igual), es preferible hacerse cargo de la heterogeneidad del mercado del trabajo y permitir que las empresas pacten con sus trabajadores paquetes de jornada laboral, descansos, horas extras, beneficios no pecuniarios, trabajo desde el hogar, etc.

No podemos seguir tratando el mercado laboral como uniforme sino que debemos movernos hacia el mercado laboral del siglo XXI, donde importa más la flexibilidad laboral y trabajar por metas cumplidas que la cantidad del tiempo sentado en una oficina (donde muchas veces se gasta el tiempo en conversar de lo que se hizo el fin de semana o el día anterior).

Eso tendría probablemente mucho mayores impactos positivos en la productividad y en la calidad de vida de los trabajadores al permitirles estar más tiempo con sus familias o en las actividades que ellos/as deseen y menos tiempos muertos en traslados demorosos o en actividades en la oficina que no aportan mucho al fin último del trabajo.

Autores

Rafael Sánchez