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Upsala: una mágica ciudad universitaria
Martes, Mayo 5, 2015 - 08:10

Una atmósfera estudiantil y cosmopolita se palpita en Upsala. Se combina con el encanto de una ciudad con historia que alberga algunos de los patrimonios más antiguos de Escandinavia.

Cuando llegué al aeropuerto de Arlanda ya era de noche. Después de muchas horas de vuelo, y unas cuantas de espera en Francia, finalmente estaba en Suecia. En algún lugar de aquel inmenso edificio nos estaban esperando a mí, a mi compañera de viaje, y al resto de los estudiantes que arribaban desde varias partes del mundo; para llevarnos a Upsala, donde viviríamos durante cinco meses. Me encontraba allí gracias a la beca Peace que el programa Erasmus Mundus otorga a jóvenes latinoamericanos para estudiar un semestre en el continente europeo. Cuando tuve la opción de elegir el destino desde un primer momento me llamó la atención Upsala, una ciudad que gira en torno a su universidad y en la que viven mayoritariamente jóvenes. A pesar de ser la cuarta más grande de Suecia lleva el ritmo de vida de un pueblo grande. “¿A Suiza?”, me preguntaban antes de irme, “No, a Suecia”, y la cara de asombro no tardaba en aparecer. “Acordate de traer chocolates”, me decían, nuevamente pensando en Suiza. Es verdad que suena como un lugar lejano, frío y muy diferente a Uruguay, pero no lo es tanto. A una semana de haber llegado me sentía como en casa.

Pero me estoy adelantando. Volviendo al momento del aeropuerto, llegar hasta la terminal 5 donde se encontraba el mostrador de bienvenida fue una odisea. Cargaba con más valijas de las que podía transportar y nos encontrábamos en la terminal incorrecta. Después de una larga e interminable caminata vimos al grupo de estudiantes y nos presentamos. Dijeron que íbamos a tener que esperar hasta que llegara la camioneta que nos llevaría a cada uno a nuestros respectivos alojamientos en Upsala. Junto a un joven de Jordania, otro del Líbano, una chica de España y una pareja de China nos sentamos en el piso a esperar y compartir experiencias de nuestra llegada. Después, cuando volviéramos a encontrarnos, ya instalados en Upsala, recordaríamos siempre esos primeros minutos en el aeropuerto, cansados y deseando que vinieran a buscarnos.

Al salir sentí frío y tuve que ponerme la campera de invierno; eso que estábamos a fines de agosto y todavía era verano en Suecia. En ese momento pensé: “lo que me espera”, pero por suerte el cuerpo se acostumbra rápido. A los 20 minutos de que arrancara la camioneta aparecieron las primeras luces de la ciudad de Upsala, que de noche parecía sacada de un cuento de hadas. No sé si era el sueño, las ganas de llegar, o qué, pero me pareció mágica; con sus puentes en arco, las lucecitas tenues a los lados del río, y su catedral gótica, la más grande y antigua de toda Escandinavia, que se erige majestuosa en el centro de la ciudad. Me sentí afortunada de saber que iba a vivir allí los siguientes cinco meses; me imaginaba caminando por esas callecitas y pegada a la ventana no podía dejar de sonreír.

Entre fiestas y libros

Upsala es la ciudad a la que una gran parte de los jóvenes suecos se muda al cumplir los 18 años. La razón es su universidad, la más antigua de Escandinavia y una de las mejores de Europa, y la actividad social organizada en torno a ella. Es como la disneylandia de los universitarios, no debe haber mejor lugar para estudiar. También es una ciudad que recibe a más de 1.000 estudiantes de intercambio por año. “Encuéntrense con el mundo en Upsala”. Las palabras del rector en el discurso inaugural del semestre me quedaron grabadas a fuego, y en pocos meses pude comprobar que eran ciertas. Cada día conocía a alguien de un país distinto y eso me parecía alucinante.

Una semana antes de que inicien los cursos, se organizan actividades de integración para los recién llegados en las denominadas naciones estudiantiles, 13 en total. Datan del siglo XVII y cada una lleva el nombre de una región de Suecia. Tradicionalmente, los estudiantes se unían a la nación de su ciudad de origen pero actualmente este aspecto no influye demasiado en la elección. Esta especie de clubes universitarios fueron pensados como espacios de socialización fuera de las aulas. La mayoría cuenta con café, pub y restaurante y las actividades más populares que se organizan son cenas, bailes, eventos musicales y fiestas. Al estar pensadas para estudiantes, en estos lugares los precios son más accesibles que en el resto de la ciudad. Para entrar es necesario ser miembro de al menos una de estas naciones; esta fue una de las primeras reglas que me contaron al llegar. Cuanto antes uno pida su tarjeta de identificación mejor, porque cada trámite en Suecia es bastante largo y engorroso. A modo de ejemplo, nunca logré hacer una fotocopia en la universidad. El proceso era tan complicado que para el momento en que habilitaran hacerla estaría de vuelta en Uruguay.

A pesar de que el Comité Internacional de la universidad realiza todo tipo de eventos para integrar a los estudiantes que vienen del extranjero, no es necesario. Me acuerdo que llegué un viernes de noche y para el lunes, que era el día en que comenzaba la semana de bienvenida, ya había conocido a muchísima gente en Flogsta, el barrio donde me tocó vivir. Este se caracteriza por tener una atmósfera internacional y por el legendario Flogsta Scream (grito de Flogsta). Todas las noches a las 22:00, los estudiantes se asoman por las ventanas, balcones o techos a gritar desaforadamente alrededor de cinco minutos. Se desconoce cómo empezó esta tradición, algunos dicen que se realiza en memoria de una estudiante que se suicidó allí en 1970 y otros que se inició como una forma de liberar el estrés durante épocas de exámenes. No sé cuál de las dos versiones será la correcta, pero las noches en que tuve que quedarme estudiando hasta tarde el grito fue una forma de liberación muy efectiva.

Bajo el sol de Upsala

Como si fuera hoy recuerdo mi primer paseo por la ciudad. Salimos de mañana en dirección al centro con un grupo de españoles que nos acompañaban a comprar una bici; fundamental si uno va a vivir en Upsala por un tiempo. La ciudad se caracteriza por tener una verdadera cultura de las bicicletas, está llena de bicisendas y espacios para estacionarlas. Toda la gente se traslada en este medio de transporte llueva, nieve o haya temperaturas de 10 grados bajo cero. Recuerdo pensar que iba a usarla por dos o tres meses como máximo, hasta que llegara el frío y terminé sufriendo varias caídas por andar en la nieve en pleno diciembre. Lo mejor es comprarse una usada, nueva es muy cara y no vale la pena porque es probable que no la conserves durante mucho tiempo. Una vez escuché por ahí que en Suecia nadie roba nada, excepto bicicletas, y tenían razón. Cuando faltaba poco para regresar me robaron la mía, aunque no tardé en conseguir otra por muy poco dinero.

Al llegar al centro, buscamos el río Fyris como referencia para ubicarnos. Este divide la ciudad en dos: al este el área comercial y al oeste la parte histórica; donde se encuentra la catedral, los campus universitarios y el castillo. Era una tarde espectacular y, aprovechando los últimos días del verano, había muchas personas tomando sol en las riberas del río y en los jardines. Los suecos saben que una vez que llega el otoño las horas de luz empiezan a reducirse hasta que en invierno oscurece a las dos de la tarde. Por eso tratan de estar al aire libre el mayor tiempo que puedan.

La postal de la ciudad se va transformando a medida que cambian las estaciones y es muy difícil elegir con cuál quedarse. En verano todo brilla, la gente pulula en los cafés disfrutando del tradicional fika, y en la tardecita se organizan las denominadas fiestas del cangrejo en los jardines de las casas donde se reúnen a comer langostas, tomar cerveza y quizá cantar alguna canción (la música está muy impregnada en la cultura sueca). En otoño, el paisaje se vuelve un poco más nostálgico pero de igual modo encantador. Las hojas que caen de los árboles tiñen de tonos amarillos, rojos y naranjas el clima muchas veces gris y lluvioso de los meses de octubre y noviembre. En diciembre, con la llegada de la nieve y el sol que ilumina tenuemente desde el horizonte, la ciudad revive y encuentra su magia en la decoración navideña que brinda luz en las largas noches de invierno.

En uno de los días más fríos que me tocó pasar durante mi estadía en Upsala, fuimos con varios amigos a visitar Gamla Uppsala, la parte antigua de la ciudad. Esta zona, más abierta y despojada, tiene solo algunas pequeñas casas, de las típicas suecas de madera pintadas en rojo, y dunas de nieve que los niños usan para deslizarse en planchas de cartón. Era temprano de tarde pero el cielo ya tenía el color rosáceo del atardecer. Empezamos tirándonos bolas de nieve y terminamos, como los niños, deslizándonos por las dunas. Mientras tanto se fue haciendo de noche y cuando ya no soportábamos el frío entramos a una casa en la que ofrecían chocolate caliente para los que andaban de paso. Charlas y risas mediante, transcurría el tiempo sin que ninguno quisiera moverse de allí. En ese momento sentí que había encontrado un hogar a miles de kilómetros de distancia.

Visita exprés 

Ubicada a solo 71 km de Estocolmo, Upsala es la escapada perfecta por el día para los que se están quedando en la capital. Veinticuatro horas son suficientes para recorrer la ciudad y conocer algunos de sus principales atractivos. Una visita obligada es entrar a la Domkyrka, la catedral gótica construida alrededor de 1270 y consagrada en 1435, donde se encuentran enterrados científicos y miembros de la realeza sueca. Para una vista panorámica de la ciudad, se debe ascender 30 metros hacia el Uppsala Slott, el castillo que actualmente es residencia del gobernador del condado de Upsala y  sede de tres museos. Otras construcciones interesantes son Carolina Rediviva, la biblioteca más antigua de Suecia que posee un total de 5 millones de libros; y el edificio principal de la universidad, inaugurado en 1887. Para los que, al igual que los suecos, gustan del contacto con la naturaleza pueden visitar El jardín de Linneo, el Jardín Botánico y Stadsträdgården.  

Más que un café 

El fika es una institución social en Suecia y significa hacer una pausa para tomar un café. Se puede realizar en cualquier momento del día y en cualquier lugar y es una excusa para reunirse. El café siempre va acompañado de algo dulce, generalmente de una kanelbullar, un panecillo de canela típico del país. Fika es una de las primeras palabras que se aprenden al llegar y los suecos prefieren no traducirla.  

Autores

elobservador.com.uy