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Álvaro Arzú, el olvidable alcalde de Ciudad de Guatemala
Jue, 20/02/2014 - 09:25

Martín Rodríguez Pellecer

Destruir la política en Guatemala
Martín Rodríguez Pellecer

Martín Rodríguez Pellecer (1982) es periodista y guatemalteco. Estudió Relaciones Internacionales (una licenciatura) en Guatemala y luego una maestría en Estudios Latinoamericanos en la Universidad Autónoma de Madrid (España). Aprendió periodismo como reportero en Prensa Libre entre 2001 y 2007, desde la sección de cartas de los lectores hasta cubrir política e investigar corrupción. En 2007, ganó un premio de IPYS-Transparencia Internacional por el caso Pacur. Ha trabajado en think tanks (FRIDE, Flacso e ICEFI), aprendido varios idiomas, viajado por dos docenas de países, es catedrático en la URL y columnista de elPeriódico. Es director y fundador de Plaza Pública.

Uno va por la ciclovía dentro de los árboles de la avenida Reforma y se siente en cualquier ciudad latinoamericana de vanguardia. Sigue y se sube al Transmetro y no tiene duda, está en una ciudad que va delante de otras ciudades mesoamericanas, con una parte del transporte que es público, barato, de calidad, seguro, a través de calles con aceras anchas y árboles, como las de la séptima avenida de las zonas 4 y 9, o junto a la linda Sexta peatonal. Pero cuando uno escucha la propaganda dentro de los buses municipales de Ciudad de Guatemala, uno se da cuenta que el alcalde Álvaro Arzú será olvidado dentro de algunas generaciones.

Cuando uno pregunta en Bogotá o en América Latina quién fue el alcalde que mejoró el transporte público y empezó a ordenar esa ciudad, cada vez menos personas se recuerdan de Enrique Peñalosa (1998-2000). Peñalosa tiene el mérito de haber sido quien inventó el Transmilenio, el sistema de buses con carriles propios en el que se inspiró el nuestro. Tiene el mérito de las aceras más grandes, las peatonales o los parques públicos –cosa que todavía nos falta por estos lares, en donde la municipalidad impide que adolescentes practiquen patineta en espacios públicos como el parque San Sebastián.

¿Por qué alcaldes como Peñalosa y Arzú, que traen mejoras sustanciales al transporte público, están condenados al olvido y a perder elecciones contra mejores políticos? Porque si bien estos cambios son necesarios y dignifican a los ciudadanos, están lejos de ser lo suficiente para, por ejemplo, bajar la inseguridad y revolucionar la vida de los vecinos.

Todos en Bogotá y muchísimos en América Latina pensamos en Antanas Mockus, cuando pensamos en el alcalde que cambió su ciudad y bajó a menos de un tercio los niveles de violencia con creación de conciencia ciudadana y de campañas de respeto a la vida.

El arzuísmo, que ha tenido variantes chambonas estos 25 años, no construye ciudadanía como política institucional. En vez de promover la democracia, la responsabilidad ciudadana, la rendición de cuentas, la participación y apropiación de los vecinos, es un antidemócrata. En su propaganda en los modernos buses del Transmetro hace una oda de su gestión al nivel de muchos alcaldes de pequeñas ciudades del resto del país. La política de transparencia de la comuna, peor que muchos alcaldes del interior, es filmar (y casi intimidar) a quien solicite acceso a información pública y negarse a transparentar todos los gastos; y muchas cosas (como permisos) parecen estar a la merced de su voluntad personal. Esto no construye ciudad.

El arzuísmo prohíbe que los vecinos hablen de los problemas de inseguridad en los comités de barrio, hace la guerra a quienes se le oponen en éstos, y cuando viste de verde a todos los empleados municipales (y hasta los vendedores de flores) nos sabe a los vecinos a propaganda anticipada, poco sofisticada para una ciudad aspirante a metrópoli. Además, honra en pasos a desnivel a déspotas como Ubico, que dejó en bancarrota al país, entregó la soberanía a bananeras, violaba adolescentes, esclavizaba a indígenas y construyó sólo 20 kilómetros de carreteras (versus los 340 que construyó Arévalo, o medio siglo después, los 2 mil de su gobierno).

En fin, me parece que hay cosas que el alcalde Arzú hace bien (transporte público), otras que hace mal (democracia y ciudadanía) y que si quiere ser recordado como el que cambió a nuestra ciudad, todavía le queda un trecho para demostrarlo.

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