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Autogol brasileño
Mar, 17/06/2014 - 11:24

Hernán Pérez Loose

Fujimorato judicial
Hernán Pérez Loose

Hernán Pérez Loose es analista político ecuatoriano.

Las protestas sociales que estallaron en Brasil a inicios de este año tomaron de sorpresa a muchos. El país parecía vivir en una suerte de nube rosada. Mientras que el mundo árabe despertaba en su primavera con sangre y violencia para derrumbar dictaduras e insertarse en la modernidad, y los indignados se tomaban las calles de una Europa sin brújula, y otros ocupaban Wall Street, el gigante latinoamericano no hacía sino proyectar una imagen de tranquilidad, Samba, mar y sol.

Un sólido y prolongado crecimiento económico gracias a un vibrante mercado, combinado con una extraordinaria política social, y de paso todo ello en un marco de democracia, seguridad jurídica y respeto de las libertades públicas, auguraban un futuro promisorio. La crisis económica que azotaba desde las economías del Mediterráneo hasta la del Este de Asia, y desde Londres hasta California, se presentaban como cosas distantes desde las playas de Copacabana. O al menos esa era la impresión desde fuera. Como sucede a menudo, de la imagen a la realidad hay un abismo. Y los últimos en caer en cuenta son siempre los gobernantes.

El despertar del inconformismo brasileño no es un fenómeno único. Es más, bien podría decirse que es un fenómeno constante en el proceso de desarrollo de muchas naciones. El precio del desarrollo económico generalmente se traduce en crisis políticas. La expansión económica de los sectores más atrasados produce una suerte de espiral de expectativas que muchas veces exceden la capacidad de respuesta del sistema. Semejante desfase termina, a su vez, provocando una frustración en grandes sectores que se traduce en presiones por cambios.

Cuando el sistema político ha creado instituciones sólidas tales presiones pueden ser procesadas y no terminan necesariamente provocando crisis de magnitud, pero en ausencia de dicha institucionalidad las presiones podrían conducir a callejones sin salida. El sistema político termina siendo así víctima de sus éxitos.

No deja de tener su gramo de ironía el hecho que la inconformidad social brasileña adoptó el giro explosivo que hoy tiene por el evento que se suponía habría de celebrar el exitoso proceso de desarrollo que ha experimentado dicha sociedad. No es la primera vez que grandes eventos deportivos se ven asociados con la vida política de las sociedades. No hace mucho el nuevo Zar de la Rusia, Vladimir Putin, no escondió su intención de utilizar los últimos juegos olímpicos de invierno como la carta de presentación de su nación en el concierto de las grandes potencias. Un objetivo que se logró a medias. Y los ejemplos podrían multiplicarse.

El Brasil político no volverá a ser el mismo luego del presente mundial de fútbol. Una segunda vuelta electoral para elegir al nuevo presidente –algo que parecía imposible hace seis meses– hoy resulta inevitable. Y aun si la actual presidenta lograse ser reelecta, la sociedad que deberá gobernar será una sociedad sitiada por una conflictividad social antes desconocida. No debe olvidarse que el primer gol del mundial fue un autogol, y fue del Brasil. ¿Coincidencia o premonición?

*Esta columna fue publicada originalmente en ElUniverso.com

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