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Bolivia, entre el litio y el uranio
Lun, 06/09/2010 - 10:57

Marcelo Ostria Trigo

¿Volver a Charaña?
Marcelo Ostria Trigo

Abogado boliviano, fue Encargado de Negocios en Hungría (1971-1973), Embajador en Uruguay (1976-1977), Venezuela (1978), Israel (1990-1993) y Representante Permanente ante la OEA (1999-2002). Se desempeñó como Secretario General de la Presidencia de la República (1997-1999) y como Asesor de Política Exterior del Presidente de la República (2005). En el Ministerio de Relaciones Exteriores, entre otras funciones, fue Director de Asuntos de América Latina, Director General de Política  Exterior y Viceministro de Relaciones Exteriores. Es columnista de los diarios El Deber de Santa Cruz (Bolivia),  El Nacional (Tarija, Bolivia) y de Informe (Uruguay). Ha publicado los libros “Las negociaciones con Chile de 1975” (Editorial Atenea, 1986), “Temas de la mediterraneidad” (Editorial Fundemos), 2004) y “Baladas mínimas” (Editorial El País, 2010).

"En Bolivia, las esperanzas de bienestar y progreso se fueron fundando sucesivamente en la explotación de recursos naturales no renovables: la plata, el estaño, el petróleo y, finalmente, el gas. Sabido es que esto nos dejó frustraciones, no porque los recursos se fueron agotando, sino porque no se supo -o no se quiso- aprovechar las épocas de bonanza y así fundar el desarrollo nacional. Ahora que el futuro del gas boliviano ya no se presenta tan promisorio como se creyó hace cinco años, hay una nueva esperanza: el litio” (Sergio P. Luís, InformeUruguay, 21-06-2010)  

A comienzos de los años 90, la Lithium Corporation of America (Lithco) de Estados Unidos se interesó en la explotación del litio del Salar de Uyuni en Bolivia. En febrero de 1992, esta empresa suscribió con las autoridades bolivianas un contrato de riesgo compartido. No obstante, muy pronto se le hicieron demandas excesivas y, en 1993, la Lithco abandonó el país; el gobierno había modificado las cláusulas tributarias del contrato. La empresa se trasladó al Salar del Hombre Muerto, en Catamarca, Argentina.

A partir de la segunda mitad de los años 90, varias empresas petroleras extranjeras invirtieron en Bolivia en la exploración de hidrocarburos. Los resultados fueron prometedores. Se habían encontrado las más grandes reservas de gas natural en América del Sur, exceptuando las de Venezuela.

Nuevas convulsiones políticas en Bolivia, sin embargo, culminaron en 2006 con el advenimiento del gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales Ayma. Por supuesto que un gobierno auto proclamado socialista y aliado del gobierno venezolano de Hugo Chávez no iba a resistir la tentación de nacionalizarlo todo. Así, se embarcó en una carrera de nacionalizaciones, comenzando con las empresas petroleras extranjeras.

Los cambios de reglas y la política de nacionalizaciones crearon un cuadro de inseguridad. Luego, escaseó la inversión en el sector y se puso en evidencia la ineficiencia de la entidad estatal petrolera, lo que hizo temer que la producción de gas fuera insuficiente para cumplir los compromisos con Argentina y Brasil. En estas condiciones, sería muy difícil abastecer nuevos mercados. Así, las expectativas bolivianas de que el país fuese el proveedor de gas del cono sur, se fueron esfumando.

Sin embargo, muy pronto renacieron esperanzas. Otra vez se veía en el litio del Salar de Uyuni, -se dice que tiene las reservas más grandes del mundo- una oportunidad de desarrollo y de ingresos. Sin embargo, el gobierno de Evo Morales se apresuró en anunciar que la explotación de este mineral, de creciente demanda internacional, sería de responsabilidad del Estado. El mensaje no fue alentador para potenciales inversionistas.

El presidente Morales acaba de visitar Corea del Sur, a donde fue con la idea de captar inversiones para la explotación del litio. Los  resultados fueron magros; los sudcoreanos no mostraron la apertura esperada, sólo ofrecieron asistencia técnica y un crédito para otros fines. Por supuesto que debe haber pesado en el ánimo de Seúl el alineamiento de Evo Morales con los principales enemigos de Estados Unidos, y es sabido que ese país es uno de los firmes aliados de los norteamericanos en el Lejano Oriente. La incongruencia es ostensible: el presidente de Bolivia apoya al régimen de los ayatolas de Irán empeñado en ingresar en el “club atómico”, lo mismo que pretende Corea del Norte que es una amenaza para los del Sur. No sorprende, entonces, que el presidente de Bolivia, habiendo viajado decenas de miles de kilómetros hasta Seúl, haya regresado virtualmente con las manos vacías.

Casi simultáneamente, Viviana Caro, la ministra de Planificación del Desarrollo de Bolivia, reveló que "hay intenciones de realizar trabajos de prospección sobre el uranio y que para ello hace falta una ‘carta geológica’ en la que colaborará Irán”. Se dice que estudios de los años 90, realizados por el Servicio Geológico de los Estados Unidos, ubicaron los probables yacimientos de uranio en la zona de Coroma, entre los departamentos de Potosí y Oruro, cuya delimitación fue una de las causas de las recientes protestas de los potosinos contra el gobierno de Evo Morales.

“La investigación elaborada por seis ingenieros mineros estadounidenses, con apoyo de la NASA, fue plasmada en el denominado Mapa de Áreas Permisivas y Favorables para Tipos Seleccionados de Yacimientos Minerales en el Altiplano y la Cordillera Oriental de Bolivia. El mapa muestra un área enorme de 100.000 hectáreas (ha) en las que hay uranio y otros minerales valiosos, informó un medio local” (AméricaEconomía, 31-08-2010).

Confirmando la conexión iraní, el ministro iraní de Industria y Minas, Ali Akbar Mehravian visitó Bolivia, y se reunió con el presidente Evo Morales. Se informó que Irán concedió un importante crédito -lo que coincide con las declaraciones de la ministra Caro- destinado, en parte, a la exploración geológica y minera.

Aquí comienza otra historia. Se ingresa en un terreno peligroso. Estados Unidos y varios países europeos están enfrentados con Irán por los planes de este último para desarrollar plantas nucleares con potencial de producir armamento atómico, lo que incidiría peligrosamente en la recurrente crisis del Medio Oriente. Irán, que enfrenta inclusive sanciones de las Naciones Unidas, afirma que no renunciará a su derecho de contar con energía nuclear, alegando que será para fines pacíficos.

Ya es conocido el acercamiento de los países de la ALBA al régimen de los ayatolas de Irán. La eclesiocracia iraní ha instalado una embajada en La Paz y el presidente Mahmoud Ahmadinejad ha visitado Bolivia. Por otra parte, es manifiesta la animosidad de La Paz y Caracas contra Israel, el aliado de Estados Unidos al que el mandatario iraní amenaza con hacer desaparecer de la faz de la Tierra.

“El presidente de Bolivia, Evo Morales, criticó hoy a Israel por poseer un arsenal de ‘entre 60 y 200 bombas nucleares’, tras aceptar una ayuda de Irán de 200 millones de euros (US$254 millones) para proyectos en este país andino” (EFE, 30-08-2010). Esta innecesaria agresión verbal pudo agradar a los iraníes, pero ciertamente no a los Estados Unidos. La secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, había afirmado que el régimen “bolivariano” no constituye una amenaza a la seguridad de su país. Con mayor razón esto se aplica a Bolivia. Pero ahora las cosas pueden agravarse. Ya en diciembre de 2009 “advirtió a los países latinoamericanos, y en concreto a Bolivia y Venezuela, que recibieron recientemente al presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, que es ‘una mala idea’ involucrarse con Irán” (DiarioLibre.com, 09-12-2009).

Para el gobierno del presidente Barack Obama la cuestión nuclear es un tema muy serio. Y si una eventual producción de uranio de Bolivia fuera destinada a Irán, el gobierno de Evo Morales podría echarse encima no sólo a Estados Unidos, sino a la Unión Europea que comparte la preocupación norteamericana.

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