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Carta de un cesante a un paquidermo a punto de morir
Vie, 20/04/2012 - 20:52

Lino Solís de Ovando G.

Minería a gran escala en Ecuador: ¿nuevas ganas de vomitar?
Lino Solís de Ovando G.

Lino Solís de Ovando G. es periodista y escritor. Se desempeña como editor general de AméricaEconomía.com. Ha trabajado para los medios Las Últimas Noticias (Chile) El Mostrador (Chile), Ecuavisa (Ecuador), y colaborado para variados medios latinoamericanos. Uno de sus libros infantiles fue elegido en 2012 para integrar las Bibliotecas Populares de México. Es parte del staff de escritores de Pearson para su colección 2015 de literatura Infantil/Juvenil para América Latina.*Cuenta Twitter: @lsolisdeovando*Cuenta Facebook: Lino Solís de Ovando

Señor Elefante:

Hoy es uno de esos días en que doy vueltas a la espera de que mi teléfono celular suene, su pantalla se ilumine y este vibre dentro del bolsillo de mi pantalón, la señal que justificaría el esperanzador mantra que me repito cada mañana desde que salgo de casa hacia ninguna parte, calle arriba, zigzagueando, a veces adentrándome en callejuelas por las que jamás transitaría en sano juicio: un empleo viene hacia mí, un empleo viene hacia mí...

Desde que fui despedido por el plan de recortes del nuevo gobierno, por presión de la Unión Europea, tuve que desaprender el camino que hice durante quince años desde mi hogar unipersonal, hasta las oficinas de la administración central, en el piso 17 de ese frío edificio de principios del siglo pasado, de muros gruesos  y congelados, donde paradójicamente yo me sentía acogido, un trabajador valorado y un aporte para la organización. Sin embargo, tal como lo veo ahora a usted en una fotografía del periódico, al parecer en un día de calor en Botsuana -no sé por qué pero jamás puedo imaginar una fértil lluvia en África-, hoy me siento también abatido por un francotirador, listo para ser aplastado por el dedo índice y certero del que nos disparó.

Voy a ser franco. Usted no es de mi gusto. Me refiero a que no es de mis preferidos de la selva. Yo soy tigre en el horóscopo chino, así que le voy a confesar de inmediato que mi primer lugar carece de eso que el periodismo se ufana de tener de sobra, la objetividad. Aunque con el segundo puesto ya creo ir ponderando la evaluación, porque ¿quién puede negar que la pantera no es la más sagaz, astuta, silenciosa, discreta, elegante y hermosa del reino animal?

El tercer lugar es indiscutido para los koalas, aunque por un momento pensé que el chimpancé merecía esta posición por su forma de encarar la vida, siempre chispeante, como con buena vibra, me entiende, pero quizás sea esta cruda estación por la que estoy pasando en mi vida lo que me hizo valorar más en mi metodología personal eso que los koalas hacen con total maestría y que yo hoy envidio de forma urgente: no hacer nada y vivir bien.

¿Hay koalas en África? Bueno, si no los hay, le aconsejo que convoque a una asamblea para que convenza a los animales de que inviten a un par de estos peludos a pasar unas vacaciones a su continente, seguramente aprenderán mucho de eso que los psicólogos llaman resiliencia, que en prosaico sería volver a pararse y echarle pa' delante. Porque los koalas, alla arriba, agarraditos de los eucaliptus, tienen algo zen, como que se acostumbraron a mirar todo con una perspectiva privilegiada. Y a diferencia de un buitre, ellos no se estresan ni ambicionan. Le aseguro Don Elefante que se deben matar de la risa con todas esas carreras de nunca acabar entre los leones, las avestruces, las hienas, los antílopes, el guepardo y los ñu. Además que dicen que las hojas del eucalipto poseen una resina alucinógena, así que ya se podrá imaginar en qué se reencarnó el señor Marley...

Pero aunque usted no sea de mi gusto, hoy estoy de su lado. A pesar de nuestras ostensibles diferencias -tamaño, alimentación, color de piel; carácter, ¡usted de adulto se puso bien mal genio!-, creo que ambos estamos parados sobre la misma falla, pisando ese retazo de la Tierra a punto de resquebrajarse, donde no cabe la fortuna ni el buen pasar; donde se nace, se vive y se muere para intentar salir victorioso, cual Dustin Hoffmann  en esa Maratón de la Muerte donde a usted y yo nos han adjudicado el monopolio de la inequidad. A mí me lanzaron a la calle por la necesidad de recortar el aparato estatal, y a usted ahora lo persigue hasta la Casa Real de España.

Acérquese con confianza y présteme una de sus orejitas, que las cosas graves siempre funcionan mejor cuando son susurradas: había una vez un rey al que le gustaba salir de cacería, viajar desde palacio hasta el África indómita para cazar viejos elefantes con su escopeta de doble cañón, un viaje de lujo para un hombre de otra casta, parte de un reinado que en 2011 le fue asignada la friolera de 8.434.280 euros, de los cuales el 38,83% corresponden a gastos personales.

¡Ya, ya! No barrite de esa manera, que sus triglicéridos se van a desbordar aún más. Yo estoy de su parte, señor Elefante, se lo vuelvo a repetir, y hoy tenemos un enemigo común. Porque mientras usted intenta infructuosamente ocultarse tras un baobab, yo hago lo mismo con la señorita de cobranzas de la compañía de electricidad, con la de la cuenta del agua, del teléfono, la televisión por cable, todos pagos que hacen añicos el saldo de mi cuenta bancaria, un puñado de asteroides que rebotan en un pozo sin fondo.

Son esos los momentos -más de los que quisiera reconocer- en que quiero cortar con todo, renunciar a esta vida, para por fin despojarme de las frustraciones que llevo a cuestas... Sin embargo, al ver la foto en que usted aparece en el periódico, donde se lo ve en el piso y el rey Juan Carlos y su acompañante posan victoriosos delante, yo quiero advertir que su trompa aún sigue firme, que sus gruesas patas juntan fuerzas para volver a ponerse de pie; que tiene el ojo derecho entrecerrado -dígame que sí-, que su mutismo es parte de la treta circense de un paquidermo astuto y sorprendente, el acto final de una persona no humana que le gritará en la cara, al rey y su empleado, como si usted estuviera en televisión, ¡una pausa y ya volvemos! Porque Don Elefante, escúchelo bien, los que sufrimos de elefantiasis en Europa, hoy estamos con usted, hoy somos millones.

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