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Cataluña y los movimientos separatistas en el mundo
Mar, 03/10/2017 - 13:36

José E. Mosquera

La interconexión eléctrica Colombia-Centroamérica
José E. Mosquera

José E. Mosquera es periodista y escritor colombiano. Es columnista de los diarios El Tiempo, El Espectador, Portafolio, El Colombiano, El Mundo, La República, La Patria, El Liberal, El Universal y La Tarde (Colombia), La Nación (Costa Rica), La Prensa, La Estrella de Panamá y El Panamá América (Panamá), El Heraldo (Honduras), Tal Cual (Venezuela) y El Nuevo Diario (República Dominicana), entre otras publicaciones nacionales y extranjera.

Hay un resurgimiento de los movimientos nacionalistas en el mundo, conexos con el auge del fenómeno del populismo y la xenofobia en Europa y Estados Unidos. La elección de Donald Trump, como presidente de Estados Unidos, sintetizó de alguna manera la globalización del populismo y la xenofobia y, desde luego, detrás de ellos una creciente ola de nacionalismos.

Los partidos políticos de ultraderecha de corte nacionalista fueron clave en el triunfo del Brexit en Gran Bretaña, con el cual se selló su separación de la Unión Europea y marcó el comienzo de la desintegración de la UE. Igual como acaba de suceder con el triunfo del movimiento separatista de Cataluña, en España, más allá del debate de que si fue dentro del marco constitucional o violando el mismo, el mensaje que enviaron los catalanes al mundo es que quieren separarse de España. Su votación significa la primera piedra de un proceso separatista.

El fin de la Guerra Fría, con el derrumbe de la Unión Soviética, marcó el comienzo de la desintegración del llamado bloque de la Cortina de Hierro. En primer lugar, con la desintegración de la URSS, en 1990, que desembocó en el nacimiento de 16 países: Rusia, Ucrania, Biolorusia, Armenia, Azerbaiyán, Estonia, Tayiskistán, Georgia, Turkmenistán, Kazajistán, Kirguistán, Letonia, Lituania,  Lituania,  Moldavia y Uzbekistán.

Proceso que desencadenó el resurgimiento de otros movimientos separatistas que el régimen socialista había proscrito, pero que con su caída revivió. De allí que en la propia Rusia, Chechenia e Ingushetia siguen buscando su autodeterminación. Idéntica situación se vive en Georgia, con el territorio de Abjasia, que desea su anexión a Rusia. Osetia del Sur quiere anexarse a Osetia del Norte, amén de otros separatismos que han surgido en otros países que fueron de la órbita soviética.

En segundo lugar, siguió la desintegración de Yugoslavia, en 1991, con el nacimiento de las Repúblicas de Croacia, Serbia, Eslovenia,  Bosnia-Herzegovina, Montenegro y  Macedonia. Luego continúo la desintegración de Checoeslovaquia, dando lugar a dos nuevos países: la República Checa y Eslovaquia. En África, el 9 de junio de 2011, se consumó la independencia de la República de Sudán del Sur, el Estado 54 de África.

De hecho, los movimientos separatistas siguen creciendo en todos los continentes. Actualmente, existen más de 60 movimientos separatistas, la mayoría en Europa, Asia, África, y en menor escala en América. En nuestro continente, uno de los casos más relevantes sucede en Canadá, donde la provincia de Quebec ha pretendido su independencia. En México, con intentos en Chiapas, y en Estados Unidos, ahora con la elección de Trump, se ha comenzado hablar de la separación de California.

En Europa, la Gran Bretaña, además de propinar el año pasado un golpe mortal a la Unión Europea con el Brixt, revivió las esperanzas del movimiento secesionista de Escocia y retroalimentó los movimientos separatistas españoles del País Vasco, Andalucía y Cataluña. El domingo los catalanes votaron a favor de su independencia de España y con ello han vuelto a reactivar los movimientos separatistas españoles.

En Francia sigue latente el movimiento separatista en Córcega; Italia, con la Liga Norte. Rumania, el gobierno lucha contra el movimiento separatista de la minoría húngara en Transilvania. En Bélgica, los flamencos exigen su autonomía; y en Moldavia, la región de Dniéster pide a gritos su independencia.

En Asia, China enfrenta una ola de separatismos en el Tíbet, Xinjiang y los Uigur. Pakistán enfrenta agitaciones separatistas en Cachemira y Baluchistán. India combate brotes secesionistas en Misorata, Assan, Nagaland y Cachemira. El gobierno central de Indonesia lucha en contra de reclamaciones independentistas en Aceh y Papúa Oriental. En Tailandia, se enfrentan a las luchas separatistas de las provincias de Pattani, Yala y Narathiwat.

Turquía encara con crudeza el movimiento separatista de los kurdos; Tayikistán trata de apaciguar los brotes secesionistas en la provincia de Gorno-Badakhshan. Irak afronta que el 92,73 % de los kurdos votaron en un referéndum por la independencia de Kurdistán. Siria va a terminar cercenada en varias republiquetas, al igual que Libia.

En África, existen más de 25 movimientos separatistas, entre los cuales se destacan las luchas secesionistas de los tuareg en Malí y en Níger; las de los diola en Senegal y las del Sahara Occidental que pide a Marruecos la independencia de su región norte. Igualmente, se presentan problemas en Mauritania, Argelia, Sudán, Sierra Leona, Angola, Kenia, Somalia, Togo, Ruanda, Congo, Uganda, Etiopía, Burundi, Liberia y Nigeria, entre otros.

Las fiebres separatistas africanas tienen multiplicidad de causas, unas relacionadas con la forma como las potencias coloniales delimitaron sus dominios, unificando territorialmente tribus que habían tenido ancestrales disputas. Por eso, después de la independencia los países heredaron semilleros de rencillas y endémicas discordias tribales y étnicas, que han originado diversidad de rebeliones separatistas que tienen en la mayoría de los casos trasfondo en el control de recursos naturales estratégicos. Otras causas están ligadas al tribalismo, la etnicidad y la religión; tres elementos trascendentales en la política africana, debido a que tienen mayor fuerza de cohesión política en las poblaciones que en las nacionalidades. En un continente donde los grupos tribales que compiten entre sí por la tierra y los recursos naturales estructuran sus organizaciones políticas basadas en connotaciones tribales, étnicas y religiosas. En efecto, encontramos tribus cuyos líderes controlan durante décadas los poderes políticos y económicos; y los líderes de otras, relegados de los mismos.

Esto es lo que sucede en países como Malí, donde la etnia bambara, predominante en el sur y en su capital Bamako, ha controlado desde la independencia el poder político y económico. Mientras que los tuareg, mayoritariamente en el norte, donde se concentran las principales riquezas del país, han sido relegados y discriminados de los círculos del poder.

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