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China: potencia declinante y potencia emergente
Lun, 14/01/2013 - 08:19

Alfonso Reece

‘¿Cuándo se jodió el Perú?’
Alfonso Reece

Alfonso Reece es ecuatoriano, y se ha desempeñado como escritor y periodista. Posee estudios de Derecho y Sociología en la Universidad Católica del Ecuador. Como periodista se ha desempeñado en los canales de televisión Ecuavisa y Teleamazonas, mientras que en prensa escrita ha colaborado en las principales revistas de su país, como 15 Días, Vistazo, SoHo, Mango y Mundo Diners. Actualmente es columnista en el diario El Universo (Guayaquil, Ecuador).

Las cifras que respaldan la afirmación de que China supera a Estados Unidos como la mayor potencia económica mundial no son fiables. Ese es el problema con las dictaduras totalitarias (incluso con las semidictaduras autoritarias como Argentina), aprovechando la falta de libertad de expresión y de transparencia, publican resultados distorsionados que hacen ver éxitos mucho mayores que los verdaderos logros. Por eso, las entidades que observan seriamente la economía china corrigen a la baja sus estadísticas y estiman que, de mantenerse las actuales tendencias, tal sobrepasamiento no ocurrirá antes de 2020.

De todas maneras, el crecimiento de China es una cosa esencialmente buena. Si se hubiese continuado con las recetas del maoísmo, la cuarta parte de la humanidad hubiese estado condenada al hambre y a la pobreza. Nadie hubiera ganado nada con eso, y menos que nadie Estados Unidos, que ha encontrado allí un mercado y un socio muy importante. El crecimiento chino se parece al que experimentó Japón desde los años 60 a los 90. Pero recordemos que hacia 1992 Japón se estancó y no ha retomado su expansión, pese a muchos correctivos. El talón de Aquiles de la economía china es su incapacidad de innovación, que sin duda se relaciona con la falta de libertad y de instituciones republicanas.

Revise su casa y su oficina, lector, aparte del papel y de la impresión, creados hace más de mil años, ¿usa usted algún invento chino? Su automóvil y su smartphone pueden ser fabricados en el país asiático, pero ni aun los más pequeños componentes son concebidos allí. Y algo más, China es un país muy pobre en recursos, con malas tierras y sediento de agua. Eso no ayuda al desarrollo, aunque las riquezas naturales tampoco lo garantizan.

Todo esto no quiere decir que Occidente puede echarse a dormir. La confrontación en el mundo actual ya no requiere de máscaras ideológicas, lisamente se resuelve entre repúblicas y dictaduras, que se alinean en dos bandos cada vez más definidos. Es verdad que muchas democracias todavía consideran amigas a las teocracias de la península árabe, pero los campos se siguen clarificando. La China cada vez más rica se está convirtiendo en el eje de una liga de dictaduras, que constituyen una seria amenaza a la libertad y al derecho. El mundo dominado por este grupo se paralizaría y entraría en una nueva edad oscura, que puede durar siglos. Frente a eso, ¿qué deben hacer Occidente y, particularmente, los Estados Unidos? No pueden ni deben obstaculizar el desarrollo de la potencia asiática, sino que deben retomar su propio crecimiento. El camino a seguir es el único: república y capitalismo. No se les puede brindar a los tiranos el planeta en bandeja de oro, jugando al reformismo. Olvidarse de intervenciones en terceros países, pero dar un firme y sostenido apoyo a los republicanos locales en todos los continentes. Y a los retos tecnológicos, como el ambiental y el energético, enfrentarlos como asuntos urgentes de geoestrategia.

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