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Contra la extrema pobreza, no más de lo mismo
Mié, 10/07/2013 - 14:59

Susana Martínez Restrepo

Río+20: ¿y si mejor dejamos de crecer?
Susana Martínez Restrepo

Susana Martínez Restrepo es investigadora asociada en áreas de Pobreza, Objetivos de Desarrollo del Milenio y Desarrollo Humano de la Dirección Regional para América Latina y el Caribe del PNUD, con sede en la ciudad de Nueva York. Anteriormente se encuentra terminando su tesis de doctorado titulada “La Economía de la Asignación del Tiempo en Adolescentes: Evidencia del Impacto del Proyecto Agente Joven en Brasil”, en el programa de Economía de la Educación, en la Universidad de Columbia en Nueva York. Durante sus estudios de doctorado trabajó en varios proyectos de investigación en NCREST, (National Center for Restructuring Education, Schools and Teaching), Harlem Children Zone, The Earth Institute. También trabajó como investigadora asociada para el Centro de Gobernabilidad y Liderazgo (Centre for Governane and Leadership), de la oficina del Primer Ministro de Singapur. Es PhD de la Columbia University y tiene una Maestría en Política Comparada de Sciences-Po Paris (Institut d’Etudes Politiques de Paris) y un pregrado en Ciencia Política y Estudios Latino Americanos de Sciences-Po Paris. Sus intereses de investigación incluyen: políticas educativas y de empleo para jóvenes y mujeres en situación vulnerable y comportamientos de riesgo en adolescentes.

La Agenda Post-2015 busca concentrar todos los esfuerzos en reducir la pobreza extrema en el marco de un desarrollo sostenible de aquí al 2013. Entre los años 2002 y 2012, la pobreza extrema se ha reducido en 33 millones y la moderada en 25 millones de personas, lo que significa que durante este periodo, 58 millones de individuos salieron de la pobreza. En el caso de América Latina, cifras del años 2010 indican que aún quedan 66 millones de pobres indigentes en la región (viviendo con menos de 1.25 USD al día). En mi opinión, cuesta creer que en América Latina pueda seguir reduciéndose la pobreza y sobre todo la pobreza extrema, con más de las mismas políticas sociales y con el mismo patrón de crecimiento económico. ¿Por qué?

Primero, el patrón de crecimiento económico, que ha sido el principal responsable de la reducción de pobreza en la región, se está agotando. La mayor parte de esta reducción puede explicarse por el rápido y considerable aumento en los ingresos laborales, seguido por los efectos de las transferencias públicas (transferencias monetarias condicionadas o transferencias sociales en especie) y las privadas (remesas y similares). La evidencia sugiere que ambas son el resultado sobre todo del crecimiento económico que ha experimentado la región durante los últimos diez años. Éste se explicaría a su vez por el alto precio de materias primas o commodities, y el aumento exponencial del consumo interno que ha servi­do como motor para el crecimiento del sector servicios.

Segundo, el rostro de la pobreza en América Latina está cambiando. Esto demanda de esfuerzos sobre grupos específicos. La mayor concentración de pobreza ya no está mayoritariamente en las zonas rurales. Alrededor del 65% de los pobres, indigentes y pobres moderados, tienen menos de 29 años. Entre el 65% y el 70% de los hombres en estas categorías están ocupados, y alrededor de la mitad están empleados. Las mujeres tienen mayores niveles educacionales que los hombres. Sin embargo, en los grupos de pobreza extrema y moderada, el nivel de ocupación es la mitad que en el caso de los hombres (Íbid.).

¿Cómo llegar entonces a esas 66 millones de personas que permanecen en la pobreza absoluta en América Latina? Basar la reducción de la pobreza en mediciones monetarias conduce necesariamente a soluciones orientadas al crecimiento económico. Teniendo en cuenta las características sociales, económicas y el patrón de crecimiento de América Latina, debemos identificar los “frutos difíciles de alcanzar” o población de difícil impacto, y entender cuales son los factores estructurales y los comportamientos que explicarían su rezago. Así, para llegar a cero pobreza extrema el año 2030, es necesario abordar el problema de la pobreza crónica profunda en grupos específicos de la población. Ejemplos de esto son los discapacitados, los ancianos, los indígenas, los jóvenes, las mujeres en áreas rurales y los otros grupos marginados, con frecuencia ubicados en zonas remotas. Esto requerirá profundos cambios en las políticas gubernamentales y las actitudes sociales, en lugar de sólo crecimiento económico y objetivos mundiales comunes.

Partiendo de la constatación que la pobreza no está relacionada únicamente con la falta de ingresos, distintos países en desarrollo han construido desde finales de los años 90, una definición multidimensional para la reducción de la pobreza: el Índice de Pobreza Multidimensional (IMP). Citando a Amartya Sen, el objetivo del desarrollo no puede limitarse al aumento de las ganancias económicas. Debe además considerar el desarrollo de la agencia y el empoderamiento que se requieren para generar los cambios necesarios para ayudar a las personas a salir de la pobreza (por ejemplo, terminar la secundaria, evitar embarazos en la adolescencia, crear un negocio, postular a un microcrédito, entre otros). Para esto, se debe ir más allá de los umbrales que miden la pobreza a partir de indicadores como los 1.25 o 4 USD al día. También deben considerarse las carencias en términos de salud, educación y patrones de vida, que impiden que cada persona tenga la libertad de llevar una vida larga y saludable de acuerdo con sus propias valoraciones[1]. Actualmente, Colombia, México y en el Estado de Minas Gerais en Brasil, usan el IPM para articular sus programas de reducción de la pobreza extrema.

Para llegar a la población en situación de pobreza extrema, es necesario incluir dimensiones subjetivas. Las políticas se basan en el comportamiento humano y éste no depende únicamente de los servicios de eeducación o salud disponibles. Cuando los alimentos, los ingresos o los servicios sociales son escasos, las decisiones respecto de la mejor manera de utilizarlos se tornan más importantes. La evidencia sugiere, por ejemplo, que las personas pobres toman decisiones de corto plazo en lugar de hacer inversiones a largo plazo. Esto podría explicar por qué los adolescentes abandonan la escuela por un trabajo informal con bajos salarios en lugar de proseguir sus estudios y apegarse a la promesa de sus rendimientos futuros.

*Esta columna fue publicada originalmente en la revista Humanum del PNUD.

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