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Democracia en Ecuador: un derecho, no un favor
Mié, 12/08/2015 - 09:35

Hernán Pérez Loose

Fujimorato judicial
Hernán Pérez Loose

Hernán Pérez Loose es analista político ecuatoriano.

Una primera lectura de las movilizaciones ve ciertamente en ellas una amalgama de protestas de los más variados grupos, movidos, a su vez, por diversos objetivos. Pero a medida que corren los días no es difícil encontrar en ese torbellino de demandas dos temas que emergen como una suerte de denominador común.

El uno es la ambición de perpetuarse en el poder de parte del oficialismo. La maniobra de reformar la Constitución para permitir la reelección vitalicia de su líder constituye el más refinado ejemplo de ese ancestral hábito de fabricar leyes con dedicatoria. Tal parece que no ha sido suficiente el haber manoseado las instituciones del Estado, al punto de convertirlas en simples marionetas de circo. Ahora se pretende que ese estado de cosas, esa concentración ilegítima del poder en manos de una sola persona, se perpetúe siguiendo las huellas de ciertas naciones africanas.

El oficialismo, tan lleno de supuestos sociólogos y pensadores, al parecer no capta el grado de repulsa que semejante escenario ha generado en la sociedad ecuatoriana. Obviamente, esto se solucionaría con el archivo del proyecto de reformas constitucionales o simplemente con la convocatoria a una consulta popular para que sea el pueblo quien tome la decisión. Pero eso que sería lo más sensato parece un imposible. En la nomenclatura del oficialismo, el admitir un error, y darles crédito a quienes no piensan igual que el caudillo, es considerado como una derrota. Lejos de ser un signo de madurez, es visto como una expresión de debilidad.

Y esto se conecta con el segundo y probablemente el más saliente de los descontentos que expresan los diversos grupos sociales. Y es el referente a la forma prepotente, abusiva y arrogante con la que se viene ejerciendo ese poder ya de por sí absoluto. Es un estilo que ya ha roto todos los niveles de tolerancia que la sociedad ecuatoriana ha soportado históricamente frente a muchos de sus líderes populares –de derecha o de izquierda– tan prestos a creerse capataces o enviados de Dios. El país se cansó simplemente de semejante espectáculo. Si bien en un principio el insulto y la persecución sirvieron para provocar miedo en muchos, hoy buena parte de la ciudadanía ha perdido ese miedo.

Pero el oficialismo tampoco parece entender las dimensiones de este problema. O no lo entiende, o simplemente se le hace imposible imaginar que el insulto y la prepotencia puedan desterrarse de su visión del poder. Pero por muy difícil que les resulte entender este descontento, debe quedar en claro que el país no está pidiendo mucho después de todo.

Si el oficialismo no atisba a comprender la repulsa que ha provocado ese estilo de gobernar, es probablemente porque no tiene claro que la democracia no es solo una forma de gobierno –que igual no la han sabido respetar– sino que también es una forma de vida. Una forma de vida civilizada por la cual la ciudadanía no está suplicando como un favor, sino reclamando como un derecho.

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