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Dictador caradura opina sobre la democracia
Mar, 21/02/2012 - 17:56

Leo Zuckermann

¿Puede comprarse el voto en México?
Leo Zuckermann

Leo Zuckermann es analista político y académico mexicano. Posee una licenciatura en administración pública en El Colegio de México y una maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Asimismo, cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia, Nueva York, donde es candidato a doctor en ciencia política. Trabajó para la presidencia de la República en México y en la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos. Su columna, Juegos de Poder, se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Imagen Electoral que se trasmite en Grupo Imagen. En 2003, recibió el Premio Nacional de Periodismo.

Confieso que me divierte el nuevo papel de Fidel Castro como columnista. Desde que dejó la presidencia de Cuba, mas no el poder real, el comandante revolucionario se ha dedicado a publicar sus “Reflexiones” en el periódico Granma, que aquí reproduce La Jornada. Me solazan los pensamientos de Castro por lo caradura que es. Sin empacho, por ejemplo, el dictador critica a las democracias.

Su bête noire es, desde luego, Estados Unidos, país que ha tenido once presidentes elegidos desde cuando Castro llegó al poder en 1959 y se quedó para ejercerlo de manera absoluta. El 8 de enero, el dictador publicó una columna opinando sobre la democracia estadunidense bajo el título “El mejor Presidente para Estados Unidos”. Critica, primero, al actual mandatario, Barack Obama. Reconoce que es un “buen articulador de palabras” pero que “en su búsqueda desesperada de la relección” se ha convertido en un mal gobernante: “los sueños de Luther King distan a más años luz que la Tierra del planeta habitable más cercano”.

Luego se va en contra de los republicanos presidenciales, incluidos los del Tea Party, quienes, según Castro, cargan “más armas nucleares en sus espaldas que ideas de paz en su cabeza”. Remata: si Obama es malo y los republicanos peores, entonces lo que conviene es que llegue un robot a la Casa Blanca para “impedir una guerra que ponga fin a la vida de nuestra especie”. Lea usted la conclusión del tirano cubano: “Estoy seguro de que el 90% de los norteamericanos inscriptos, especialmente los hispanos, los negros, y el creciente número de la clase media, empobrecidos, votaría por el robot”.

Castro se presenta como un experto en materia electoral. Lo es. Él conoce las intenciones de los votantes incluso antes de que se presenten a las urnas. Desde 1959 Fidel sabe, por ejemplo, que 100% de los electores cubanos quieren votar, están deseosos de hacerlo, por el único partido constitucionalmente legal en la isla, el Comunista, y por sus incuestionables líderes históricos y revolucionarios, los hermanos Castro.

Así piensan los dictadores: ellos son los únicos que realmente saben las verdaderas intenciones de los electores. Cuáles son sus únicas y mejores opciones. Por ejemplo: un robot en la Casa Blanca y dos hermanos decrépitos en el Palacio de la Revolución.

También, desde luego, a su querido amigo y aliado en el Palacio de Miraflores, tal y como recomendó Fidel en su más reciente entrega del 25 de enero bajo el título “La genialidad de Chávez”: “Acostumbrado a analizar los hechos ocurridos durante más de medio siglo, y de observar cada vez con mayores elementos de juicio la azarosa historia de nuestro tiempo y el comportamiento humano, uno aprende casi a predecir el desarrollo futuro de los acontecimientos”. En este mismo artículo, Castro critica a los dictadores latinoamericanos de derecha como el chileno Pinochet, el nicaragüense Somoza, el dominicano Trujillo, el paraguayo Stroessner y “las sanguinarias “tiranías de Uruguay, El Salvador y otros países de Centro y Sur América”. Estoy completamente de acuerdo. Detestables todos estos casos. Pero, ¿acaso sólo pueden condenarse las dictaduras de derecha, pero no las de izquierda?

Desde luego que no. Históricamente, todas las dictaduras, sean de derecha o izquierda, han sido abominables para los pueblos que han tenido que sufrirlas. En esto de justificar unas tiranías y condenar otras, Castro demuestra hipocresía. Pero lo más entretenido es ver al pobre tirano octogenario, en plena decrepitud, criticando democracias, proponiendo que los estadunidenses mejor pongan un robot a gobernar. ¿Cómo se atreve Fidel? Lo dicho: es un caradura muy divertido.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.

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