Resulta de rotunda ingenuidad sostener que la crisis que hoy atraviesa la Unión Europea (iniciada por la crisis de la deuda pública en varios países periféricos hacia 2007, que luego se extrapoló hacia el sector privado, para volver a recaer en las cuentas públicas) no hubiese sido prevista por los estamentos de la Unión.
Lo cierto es que llevar adelante un proyecto económico, político y social de tal envergadura, como lo es la asociación de 27 Estados, no puede darse por acabado de la noche a la mañana; como señalara en septiembre Von Roumpuy, actual secretario del Consejo Europeo: “la Unión se hace paso a paso”. Por lo mismo, hasta este momento, el diseño de la institucionalidad financiera de la UE se haya incompleto y obstaculizado por la falta de consensos, propiciado por Estados que no transan sus intereses nacionales en aras de la mejora comunitaria.
Lo anterior, tampoco ha de ser entendido como una justificación a la lenta reacción de la UE, que convirtió la crisis económica en una verdadera crisis política.
Lo que hoy vive la Unión Europea está amenazando tanto a sus economías como su proyecto político y social, pero también al mundo entero; por lo mismo, se han pronunciado personeros de las más importantes economías del mundo: Estados Unidos y China. Soluciones hay muchas, pero dos han captado mayoritariamente la atención, dado el peso de sus impulsores y a las discrepancias que han despertado.
Por un lado, los estadounidenses, y por la otra el eje franco-alemán al interior de la UE. Los norteamericanos esperan que el fondo de salvataje que el Fondo Monetario Internacional entregará a la UE (considerado como insuficiente por los analistas) sea empleado para aumentar la ayuda, tanto a bancos como a países apremiados. A su vez, los europeos, y prioritariamente el eje franco-alemán, se mantienen firmes en la defensa de la política de austeridad y recortes del gasto público, a pesar de las esperables movilizaciones sociales.
Para los dirigentes europeos, la “receta” norteamericana es contradictoria. En palabras de la ministra austríaca de Economía, María Fekter, “los americanos tienen datos fundamentales peores que la zona euro; nos dicen lo que tenemos que hacer y cuando nosotros les hacemos alguna sugerencia nos dicen que no inmediatamente”.
Para explicar lo anterior, lo primero que surge son las argumentaciones teóricas de Cohen, March y Olsen, quienes en 1972 desarrollaron un modelo denominado “tarro de basura”, el cual busca responder por qué un gobierno actúa al parecer de forma incoherente. Ello se debería a que una decisión en un sistema caótico, está condenada a pasar de un problema a otro en tiempos cambiantes e imprecisos. En medio de alta incertidumbre, donde no existe consenso ni para los problemas ni menos para las soluciones, una forma para decidir es el “tarro de basura”, ya que el criterio de decisión deja de ser la optimización y comienza a ser la casualidad.
¿La UE no previó los eventos que se vendrían? Como he planteado, en un ambiente complejo, donde la decisión debe pasar por una institucionalidad con muchas cabezas y distintas instancias, sólo algunos se anticiparon a la crisis, pero todas las cabezas que lideraban la UE no quisieron asumir los costos que implicarían en los tres intereses siempre diversos en las agendas nacionales de los países comunitarios: el estado de la economía tiene efectos sociales y el cómo se resuelvan incide en la legitimidad de los gobiernos y los partidos. Esto es relevante porque se retoma una vieja-nueva discusión en las agendas nacionales, cual es la expansión en el número de miembros de la UE y la forma cómo se fueron tomando las decisiones, que lleva a preguntarse por la estrategia en Europa a futuro.
Tal vez lo que mejor representa el choque en la estrategia, es el conflicto entre los gobiernos y el Banco Central Europeo. Aquí la racionalidad deja de ser posible, las condiciones son demasiado inciertas y orgánicas, la decisión deja de ser una secuencia de pasos -como lo es el modelo racional-, que comienzan con un problema y terminan con una solución, sino más bien, es el “tarro de basura”, donde flotan todos los elementos, soluciones para problemas existentes e inexistentes, múltiples problemas buscando solución, actores propulsando ideas, entre otros elementos. Cuando convergen las familias de procesos, tanto problemas, soluciones, participantes y oportunidades, se genera un momento coyuntural; así, los patrones de decisión serán aleatorios, desordenados y no el resultado de una secuencia lógica; pero se abre una “ventana de oportunidades”, siguiendo al académico norteamericano John Kingdon, donde todas las corrientes se alinean para generar un terreno fértil, para una determinada decisión.
No se puede implementar lo mejor, debido a las características del contexto donde se lleva a cabo la decisión; la mejor alternativa puede estar al fondo del tarro de basura; las opciones pueden ser inviables o los participantes pueden generar suficiente presión para que una alternativa -incluso incorrecta- sea decidida. Esto porque las decisiones políticas son coyunturales, responden a la contingencia, al humor nacional y por mucho que una alternativa pasara por todo un proceso racional, las políticas públicas son decididas políticamente y la ventana de oportunidades se da en el proceso político. Dependiendo si la coyuntura beneficia a la peor de las opciones, aquella será muy probablemente implementada.
Y la coyuntura llegó. La ingenuidad de creer que esta crisis no se podría haber predicho, la resolvió en diciembre de 2001 Romano Prodi, entonces presidente de la Comisión Europea, al afirmar que: “Estoy seguro de que el euro nos obligará a introducir un conjunto de instrumentos de política económica. Ahora es políticamente impensable proponerlos. Pero algún día habrá una crisis y se crearán nuevos instrumentos”.
Cualquiera de las dos “recetas” que se adopten, o incluso si se gesta una mixtura entre ambas, acarreará costos políticos importantes, ya no sólo el de enfrentar crecientes movilizaciones sociales de los sectores más afectados, sino la caída de gobiernos, no por la vía de las balas sino de los votos, al generar -como en España-, elecciones anticipadas.
La crisis es ahora y la “ventana de oportunidades” se ha presentado; las opciones se están barajando, eso sí, más cerca de la “receta europea” y en la lucha de opciones que salgan a flote en este tarro donde se juntan las ideas, no tendrá que ser la idea más efectiva e incluso la económicamente más inteligente, ya que la decisión es política y no económica y esta crisis puede fijar el destino de la Unión Europea, especialmente porque, como lo señaló Alejandro Bolaños el 25 de septiembre del presente año en el diario El País, “los electorados del centro y el norte de Europa no admiten más consideración con el sur”.