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El adiós de Felipe Calderón
Lun, 02/04/2012 - 23:43

Ivonne Melgar

México: ¿Es Josefina más de lo mismo?
Ivonne Melgar

Ivonne Melgar es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM (México). Trabajó en unomásuno y en Reforma. Es reportera y columnista del periódico Excélsior, Grupo Imagen y Cadena Tres Noticias. Ha reporteado las actividades de Los Pinos (casa de gobierno de México) desde 2003. Es autora de la columna de análisis político Retrovisor que se publica todos los sábados en Excélsior.

Pudo haberse equivocado en la definición de sus prioridades y en los instrumentos para lograrlas.

Pudo incluso no haber medido las consecuencias políticas del uso de la fuerza militar en la estrategia de seguridad.

Pudo quizá pecar de exceso de confianza en los amigos en quienes depositó tareas clave que no siempre resultaron exitosas.

En todo ello pudo haber incurrido el presidente Felipe Calderón, pero no lo imagino, bajo ninguna circunstancia, cerrando su ejercicio de gobierno antes de que concluya el plazo constitucional.

El comentario viene a cuento porque el miércoles, cuando en el Auditorio Nacional presentó el mensaje de más de hora y media, “Un gobierno democrático rinde cuentas”, recibí en voces diversas la pregunta de si ese acto era un adiós anticipado del mandatario.

Nunca, jamás, pero por supuesto que no, respondí esa mañana, mientras el largo discurso de Calderón era interpretado por la oposición y algunos analistas como el prematuro sexto informe de un presidente que se da por liquidado.

Negué ese hipotético escenario, porque desde la oportunidad periodística que he tenido de seguir el quehacer presidencial, constatamos la capacidad del gobernante panista para permanecer sin descanso en la disputa del tiempo político.

Al presidente le gusta marcar agenda y gradualmente consiguió hacerlo y cada vez con mayor fuerza. Dos ejemplos: los diálogos públicos por la seguridad y la visita papal.

En el primer caso, sin embargo, el hecho de que el tema de Calderón se convirtiera en el asunto del debate de la vida pública, terminó siendo una carga. Y aún es una incógnita a despejar en cuánto el saldo de la violencia criminal pesará en las elecciones del próximo primero de julio.

Pero en el caso de la visita de Benedicto XVI, la iniciativa presidencial de traer a México al jerarca de la Iglesia católica, recibió en la práctica un aval sin precedentes de parte de priistas y perredistas, quienes no quisieron arriesgarse a defender el juarismo de que en una República con Estado laico, los hombres públicos no deben ir a misa.

Esta beligerancia para disputar y marcar los tiempos políticos fue mejorando hacia el cierre del sexenio, hasta conseguir un manejo escénico avasallante. Y eso es lo que atestiguamos en el Auditorio Nacional: un gobernante que acata la veda electoral, no sin ventilar su inconformidad porque la medida le pone candados a la citada destreza.

“Se equivocan”, reclamó, pensando en los que alegan que las cosas estarían mejor si él no le hubiera apostado a la lucha contra el crimen organizado.

Y acusó de mentirosos a quienes sostienen que en el calderonismo se disparó la pobreza.

Sugerí, a modo de respuesta, que la nueva ley electoral llevaría a Calderón a la trinchera de las definiciones políticas, los juegos verbales, los mensajes críticos.

El presidente, comenté, contribuirá a su modo a pelear por una tercera victoria del PAN en Los Pinos, es decir, respaldará a su ex colaboradora, la candidata blanquiazul Josefina Vázquez Mota.

La cercanía de Margarita Zavala a la abanderada blanquiazul será una expresión concreta del apoyo presidencial en tiempos de veda.

Por la noche de ese miércoles, en el programa de análisis Tercer Grado de Televisa, ante un Calderón que a los cuestionamientos de los periodistas respondió beligerante, avasallador y dispuesto a morir en la raya, si de defender a su gobierno se trata, surgieron nuevos cuestionamientos de colegas y amigos: ¿Por qué no habíamos visto a ese presidente? ¿Y ahora qué le pasó?

Intento una respuesta: así es Calderón, es el mismo presidente que ha debatido con Javier Sicilia y el rector Narro, el mismo que responde si lo increpan sorpresivamente, el mismo de las caricaturas que lo han pretendido parecer sólo un terco y, en una obsesiva ficción opositora, un hombre con problemas de alcohol. 

¿Por qué ese Calderón de Tercer Grado, sin edición, cuestionado por exitosos periodistas, la libra como no ha logrado hacerlo en la opinión pública y mucho menos en el llamado círculo rojo, que integran los más informados?

Quizá la respuesta se encuentra en  el prolongado conflicto post electoral de 2006, cuya sombra al final eclipsó la fuerza de sus dos protagonistas, neutralizados entre sí.

Porque si nos atenemos a las intenciones de voto, Calderón consiguió minar a un Andrés Manuel López Obrador, ahora en tercer lugar en las encuestas.

Pero a su vez la fuerza social activa de AMLO consiguió generar la percepción de que el mayor legado del Presidente es “su guerra y sus 50 mil muertos”.

Y sin embargo, insisto, bajo ninguna circunstancia imagino a Calderón cruzándose de brazos.

Aun cuando ese prolongado conflicto electoral terminó beneficiando al PRI, parafraseando a Calderón podemos asegurar que se equivocan quienes circulan la versión de que ya se resignó a entregarle la banda presidencial al priista Peña Nieto.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.

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