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El auge alemán y los problemas europeos
Lun, 15/01/2018 - 10:35

Henrik Böhme

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Henrik Böhme

Henrik Böhme es periodista de Deutsche Welle.

Sí, es apropiado sentir un poco de euforia. Crecimiento desde hace ocho años es algo de lo que puede presumirse. Es exactamente el lapso desde 2009, el año en que Alemania cayó en una profunda recesión como consecuencia de la crisis financiera internacional. En todo este tiempo, la canciller alemana ha sido Angela Merkel, a la cabeza de diversas coaliciones ya sea con los liberales o los socialdemócratas.

La Gran Coalición es algo por lo cual ningún empresario se alegrará. Al contrario. Por eso uno debe quitarse el sombrero ante los muchos empresarios alemanes que no se dejaron desmotivar por la política predominante (y no precisamente favorable al crecimiento) en esa etapa.

Pese a ello, Alemania se ha colocado de nuevo como caballo de tiro para el resto de Europa. No siempre fue así. Al cambio de siglo, Alemania era vista como "el enfermo europeo." Las duras reformas al mercado laboral emprendidas por el canciller socialdemócrata Gerhard Schröder (muchos recuerdan solo las leyes de asistencia social Hartz IV, pero hubo más) pusieron al país de nuevo en la ruta del éxito. El SPD sigue pagando el precio de aquellas decisiones, que siguen poniendo a prueba al partido socialdemócrata.

Debía pasar algo, pero no fue así

De aquella voluntad de reforma, y pese a las halagadoras cifras económicas, hoy queda poco. Mientras más tiempo se mantenía la Gran Coalición en Berlín, más se estancaba la voluntad de llevar al país en una dirección orientada hacia el futuro, o por lo menos de ofrecer alguna visión de ello. Se repartían prontos consejos dirigidos hacia los demás, acerca de lo que debía hacerse (pregúntenle a los griegos, quienes mucho tendrían que decir). Es verdad que en Alemania el ahorro también se dejó ver: los famosos "números negros" de Wolfgang Schäuble se han pagado con infraestructura que se cae, escuelas y universidades ruinosas o mal equipadas, y parálisis en la construcción de una red de banda ancha.

Pero volvamos a las alegres cifras. No solo la economía nacional de Alemania creció. También la de los países de la zona euro (y de la Unión Europea en general) reencontró la ruta de crecimiento. Es una noticia realmente buena, pues incluso la exprimida Grecia registra hoy un pequeño saldo a favor, al igual que otros países "problemáticos" como España, Portugal e Irlanda. Pero también aquí debe aplicarse freno a la euforia. La gran preocupación se llama Italia.

¡Dios mío, Italia!

Ni siquiera el italiano Mario Draghi, como jefe del Banco Central Europeo, ha podido ayudar a ese país a recuperar el crecimiento. Se ha hecho todo lo posible: la política monetaria de dicho banco ha sido un auténtico regalo para Italia. Lo malo es que los italianos no han aprovechado la oportunidad para emprender las reformas necesarias. Italia es el talón de Aquiles de Europa, y cuando estalle la próxima gran crisis europea, el núcleo será precisamente ahí. Desde hace 20 años, el desempeño económico de Italia se hunde. (En los pasados 18 años, Alemania ha conseguido un saldo positivo de 25 por ciento.)

Los bancos italianos están llenos de créditos podridos: muchas empresas no están en condiciones de pagar sus deudas y desde hace tiempo deberían haberse declarado en bancarrota. Por su parte, los bancos han cesado de declarar como vencidas a dichas deudas, porque saben que de todos modos nada obtendrían. Esto recarga los balances financieros de los bancos.

Es un círculo vicioso que prepara precisamente el cóctel de la próxima gran crisis en la zona euro. Para que pueda mantenerse el auge en la economía alemana, se necesitan decisiones inteligentes. Es de dudarse que éstas vengan de quienes en Berlín hoy intentan formar un nuevo gobierno. Lo que ha trascendido de los primeros acercamientos (pues más no son, y las verdaderas negociaciones para una coalición aún se ven muy lejos) no deja ver nada bueno.

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