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El autogol del defensor del pueblo en el Perú
Jue, 13/04/2017 - 09:47

Alfredo Bullard

¿Petroperú compite en igualdad de condiciones?
Alfredo Bullard

Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de "Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales". Es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.

El objetivo de un defensor en un campo de fútbol es evitar que la pelota ingrese en su arco. Y su mayor tragedia es empujar el balón anotando un gol en su propia valla. El objetivo del defensor del Pueblo es, supuestamente, evitar que se perjudique al pueblo. Su mayor tragedia sería dañar con sus decisiones a los ciudadanos.

En los últimos días, el defensor Walter Gutiérrez ha empujado la pelota dentro de su propia valla proponiendo una medida que dañará a quienes debe proteger. Defendió su posición en este mismo Diario (“Desastres naturales y libertad de precios”, 28 de marzo del 2017). 

Pretende que se sancione penalmente a unos individuos a los que llama “acaparadores y especuladores”, términos de las épocas de Velasco y del primer gobierno de Alan García. Ambos destrozaron la economía con sus ideas.

Su razonamiento es tan absurdo como equivocado. Según su tesis, estos “acaparadores o especuladores” pueden, en épocas de desastre, retener bienes (esconderlos debajo del escaparate) y subir sus precios perjudicando a los damnificados. 

Ello, sin embargo, no es posible. El error de Velasco (como el de Maduro en Venezuela) era creer que las empresas tienen el poder de hacerlo cuando se produce un desastre. Ese poder no existe en los ejemplos que él coloca (agua embotellada, transporte interprovincial, etc.). 

Los precios subían por otra razón: si controlas el precio no hay incentivos para producirlos. Al reducirse o eliminarse el margen, no hay interés de producir a pérdida.

Los bienes escaseaban por el propio control de precios que pretendía defender al consumidor. Y cuando las cosas escasean, las personas están dispuestas a pagar más.

El mal llamado mercado negro, de precios más altos, era la única oportunidad de obtener leche, azúcar y arroz. En realidad, debería haberse llamado mercado blanco porque se convertía en la única oportunidad de obtener los bienes que los consumidores necesitaban.

Walter Gutiérrez lamentablemente no entiende para qué sirven los precios. Los precios bajos no son ni buenos ni malos. Los precios altos tampoco. Los precios son un sistema de señales. Conforman un lenguaje que permite organizar la producción y consumo de bienes y servicios.

Los precios funcionan como un semáforo que busca lidiar con la escasez. Cuando algo es escaso, los precios suben. Del lado del proveedor, el precio alto es una luz verde que le indica: “produce y vende, porque el precio se ha vuelto atractivo” o “lleva bienes a la zona de desastre”. Del lado del consumidor es una luz roja que le dice “no compres, o compra menos y úsalo con prudencia”. Aumentan la oferta y contraen la demanda para crear incentivos que nos saquen de la escasez.

El problema con los desastres es que, como lo hace la estupidez económica de controlar precios, genera escasez. Los precios suben precisamente para mandar la señal a los consumidores de que cuiden el consumo y a los proveedores incentivarlos a producir y llevar bienes a la zona donde son escasos. Si el precio fuera igual en Piura que en Lima, y yo tengo agua en Lima, ¿por qué asumiría los costos de llevarla a Piura (donde es más necesaria) si el precio que puedo cobrar en Lima va a ser el mismo? Los precios altos son justo un mecanismo para llevar los bienes a donde son más necesarios. 

Conclusión: si lo que propone Walter Gutiérrez prospera, la escasez se agudizará en las zonas de desastre, donde más se requieren esos bienes. Y como nadie llevará más bienes, los precios seguirán subiendo. Un autogol olímpico.

No quiero que se me malentienda. Sin duda la solidaridad y el apoyo desinteresado a las víctimas de los desastres contribuyen a resolver el problema y hemos visto ejemplos realmente conmovedores. Pero la solidaridad es insuficiente para atender a todos.

Adam Smith dijo, en una de sus frases más citadas: “No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés”. La frase es muy mal leída por quienes piensan como Gutiérrez, pese a que contiene uno de los principios fundamentales para entender cualquier sistema económico. El carnicero nos alimenta no por preocuparse en nuestro bienestar, sino porque quiere nuestro dinero. El propio interés crea incentivos muy relevantes para resolver problemas ajenos. La generosidad es importante, pero es insuficiente en relación con las necesidades que se deben atender.

*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.

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