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El caso Kavanaugh muestra un sistema político "kaput"
Lun, 01/10/2018 - 08:30

Michael Knigge

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Michael Knigge

Michael Knigge es periodista de Deutsche Welle.

Un préstamo lingüístico alemán de uso corriente en el inglés estadounidense describe el estado actual del sistema político de Estados Unidos de la forma más apropiada posible: kaput. De acuerdo con el prestigioso diccionario Merriam-Webster, kaput significa, en primer lugar, que algo está completamente destruido, que está por los suelos. En segundo lugar, que algo ya no funciona. Y, en tercer lugar, que está desfasado sin remedio. Kaput es, por tanto, la descripción más amplia y al mismo tiempo breve del sistema político contemporáneo del país: está por los suelos, ha dejado de funcionar, ha quedado obsoleto sin remedio.

En el caso del Congreso estadounidense, kaput es un término que podría haberse aplicado desde hace mucho. En la actualidad, según el instituto de investigación de opinión Gallup, aproximadamente solo un 19 por ciento de los estadounidenses está de acuerdo con el trabajo de su Congreso, mientras que el 76 por ciento no lo está.

Hace mucho que son más los estadounidenses que no están satisfechos con este trabajo del Congreso que los que sí lo están. En concreto, 14 años. Era comienzos de 2004 y George W. Bush gobernaba en Washington, Gerhard Schröder en Berlín y un estudiante de Hardvard llamado Mark Zuckerberg acababa de abrir un nuevo sitio web llamado "The Facebook”.

La disfuncionalidad crónica del Congreso, un Parlamento permanentemente incapaz de aprobar u presupuesto como es debido, no es ningún secreto. Las razones de esto son muchas; entre ellas, destacan la división partidista de las circunscripciones y la escasa regulación de la financiación de las campañas electorales. Pero todo el mundo sabe desde hace mucho que el Congreso está kaput.

El estado de la presidencia bajo @realDonaldTrump

Uno puede hacerse una idea panorámica del estado actual de la presidencia con solo echar un vistazo a Twitter, en concreto a la cuenta @realDonaldTrump.

Y ahora los representantes del pueblo están socavando lo que quedaba de autoridad de una de las instituciones que en comparación aún funcionaba. Animados por el presidente.

Desde hace años, el Alto Tribunal está extremadamente politizado y dividido. Además, ha tomado algunas decisiones clave muy dudosas, como por ejemplo sobre la financiación de las campañas electorales, que han intensificado los problemas del país. Sin embargo, hasta la retirada del juez Anthony Kennedy, a quien ahora sucederá Brett Kavanaugh, la Corte Suprema no tenía una orientación ideológica única. Ello tenía mucho que ver con el propio Kennedy, que era un conservador, pero no un ideológo.

Ambos partidos son culpables

Quien haya seguido la comparecencia de Brett Kavanaugh sabe que él es bien distinto. Se trata de un ideólogo conservador, lo cual en sí no es un problema. El problema es que lleve a la práctica esa ideología en su trabajo como juez en el Alto Tribunal, un cargo vitalicio. Y también que se haya seguido adelante con el proceso de su nombramiento pese a las varias acusaciones creíbles de abusos sexuales que pesan contra él. Y eso es culpa de ambos partidos.

La primera piedra la pusieron los demócratas en 2013. Hasta entonces, los jueces solo podían ser designados habiendo recibido votos de los dos grupos políticos. Este procedimiento obligaba a los políticos a nominar a candidatos que generasen consenso. Pero la mayoría demócrata en el Congreso cambió esto para poder agilizar la votación de su propio candidato. Desde entonces, basta con una mayoría simple en el Congreso. No obstante, los demócratas no pudieron finalmente aupar a juez alguno a dicho Tribunal, mientras que los republicanos, tras alcanzar después la mayoría, aprovecharon la nueva regla para designar a un extremista de partido como Kavanaugh.

Retirada en lugar de espectáculo

Eso sí, que un candidato como Kavanaugh siga adelante a pesar de las acusaciones formuladas es únicamente culpa de los republicanos. Tendrían que haber accionado el freno de emergencia a tiempo. La audiencia, de carácter más político y voyeur que otra cosa, en la que Christine Blasey Ford fue cuestionada por el Congreso estadounidense sobre sus acusaciones contra Kavanaugh, no tendría que haber tenido lugar. Si hubieran buscado a otro candidato de la larga lista de jueces conservadores, habrían hecho un gran servicio a EE. UU. y a sus instituciones.

Y es que era obvio desde el principio que esta audiencia, coordinada por unos representantes del pueblo movidos por intereses, no iba a conducir a ninguna solución ante las declaraciones contradictorias entre sí de Kavanaugh y Blasey Ford. Como también es obvio que este espectáculo en torno a la persona del juez Kavanaugh solo va a profundizar en la polarización y en la indiferencia política de la ciudadanía, independientemente de que al final Kavanaugh logre o no ser miembro de la Corte Suprema. Que algo así haya ocurrido muestra lo kaput que está el sistema político en EE. UU.

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