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El diálogo en Venezuela
Jue, 24/04/2014 - 10:00

Hugo Prieto

Venezuela: la marcha al revés
Hugo Prieto

Hugo Prieto (Caracas, 1956) es Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Central de Venezuela. Ha sido redactor de varias revistas nacionales ( Número, Fama, Producto, Exceso); también se desempeñó como coordinador y posteriormente jefe editor de Domingo Hoy y del cuerpo Siete Días del diario El Nacional. Fue entrevistador en Ultimas Noticias y 2001. Es autor de los libros Todos somos garimpeiros (1991, premio Hogueras del mismo año), Avenida Baralt y otros cuentos (2005, mención publicación del Concurso Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana) y de la novela Vivir en Vano (Alfaguara, 2005).

Entre aburrida y cruel, así calificaría a la autodenominada revolución bolivariana. Aburrida como Luis Britto García, Jorge Giordani y Mariclen Stelling y cruel como la ráfaga de perdigones que cegó la vida de Geraldine Moreno o la agonía de José Alejandro Márquez. Aburrida como Nicolás Maduro, en su esfuerzo inútil por darle alcance al finado Hugo Chávez y cruel como las colas que hace una madre, bajo el inclemente sol, para comprar un litro de leche y alimentar a su hijo.  

Ahora tenemos un pueblo consciente, al que difícilmente puedan engañar. Un pueblo que no se chupa el dedo. Pero que asiste a la matanza de 25.000 de los suyos sin inmutarse. Un pueblo que en septiembre va a soportar la loza que impone el pago de US$3.000 millones a los acreedores de la República, pero que cree que el petróleo alcanza para eso y para cualquier cosa. Un pueblo que no parpadea cuando le recuerdan que el pozo Zumaque 1 estalló hace cien años y nadie lo conmemora. Un pueblo que asiste desmemoriado al asalto de US$20.000 millones y no se investiga. Un pueblo campeón en la tabla del embarazo precoz. Un pueblo que vive en revolución.

Soportamos la mayor inflación del planeta, no sabemos a cuánto ascendió el índice de escasez, el precio justo de un kilo de pimentón es de 100 bolívares. En las farmacias hay lista de espera para comprar medicamentos. Uno podría colgarse un letrero en el pecho que diga: “Nicolás, dale de comer a tu gente”.

Y aún así tenemos que apostarle al diálogo, ser tercos como el burro, pacientes como la marmota, esperanzados como foco fijo (con el perdón de Emilio Lovera). No sé, no me lo creo.

Posiblemente, el comisario Iván Simonovis viaje en la nave del olvido hasta el momento en que sus hijas lo vean metido en un cajón. ¿Será un muerto de quién? ¿Del bostezo de Jorge Giordani? ¿De la lánguida mirada de Mariclen Stelling? Nicolás, no lo sigas pensando, puede que te ahorres la audiencia ante la Corte Internacional Penal de La Haya.

Yo estoy vuelto mierda, no sé ustedes. Pero tengo que aferrarme al diálogo como una garrapata a la oreja del perro. Se me quedó grabada la intervención de Jorge Rodríguez, donde le dice a Andrés Velásquez “tú me caes malísimo”. Estos tipos se sentaron a la mesa, a dialogar, para enderezarle el ánimo al alcalde de Caracas. ¡Y qué pito toco yo en todo esto!

41 venezolanos muertos. Los estudiantes tirando el futuro por la borda, y no sé cuántos venezolanos a quienes les vaciaron un ojo. ¿Para ver qué? ¿Al presidente de la República, que “duerme como un bebé”, mientras le llegan los reportes de los desmanes, de los crímenes, que comenten los funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana? Una universidad, la Unes, la Universidad Experimental de la Seguridad, para enseñarle a estos depredadores el uso proporcional de la fuerza, el respeto de los Derechos Humanos. No me jodan.

El vicepresidente, Jorge Arreaza, regresa de Cuba y repite –pido disculpa por no enumerarlo en la lista de aburridos– lo que dijo el sátrapa de Raúl Castro, “cada vez somos la misma cosa”. La diáspora consigue harina Pan, en Estados Unidos, en Australia, en Suecia, y nosotros tenemos que aferrarnos al diálogo. A ver cómo salimos de esta.

Llegamos al llegadero. Los chavistas, platónicos de sus propias miserias, se angustian porque la intolerancia, el silencio, el muro de la indiferencia, divide a los venezolanos. No hay conector que una un lado con el otro. En las familias, en los centros de trabajo, en la esquina de la calle del edificio y en la planta baja del bloque. Llegamos, pues, al punto sin retorno, pero el Plan de la Patria, el sueño del comandante eterno, sigue intacto. Contra viento y marea. ¿Quién soy yo para retar a la inmortalidad?

¿Diálogo para qué? Aquí lo que hace falta es misericordia, compasión, ¿se habrá enterado el emisario del Papa?

Lo lamento, pero no creo en el diálogo.

*Esta columna fue publicada originalmente en el blog El Díscolo.

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