Pasar al contenido principal

ES / EN

El lavado oculto del dinero negro en México
Mar, 21/08/2012 - 10:06

Fernando Chávez

Los saldos económicos de la guerra mexicana contra el poder narco
Fernando Chávez

Fernando Chávez es economista y docente de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM). Actualmente es coordinador del sitio de divulgación económica El Observatorio Económico de México. Su línea de investigación abarca remesas y migración, política monetaria, banca central, federalismo fiscal y macroeconomía. Desde 1984 se desempeña en el ámbito editorial como autor y coordinador de publicaciones, boletines, revistas y secciones de periódicos.

La historia del dinero en la vida humana es relativamente reciente. ¿Tres o cuatro o cinco  milenios? Quizá. Un poco más, un poco menos, no hay nada exacto en este punto. No hay consenso entre antropólogos e historiadores sobre sus orígenes y su antigüedad. Pero los economistas, que hacemos de los supuestos unos componentes trascendentales de nuestro oficio misterioso, sólo presumimos cómodamente que sin la invención del dinero, tal y como se conoce ahora en su versión más simple (monedas y billetes fiduciarios), la civilización no tendría el perfil alcanzado en este momento.

En tanto sirve como medio de pago, medida de los precios y reserva de riqueza, el dinero se oferta y se demanda, igual que los tomates o el pan. Pero el asunto no es así de sencillo, la verdad. Y ello por que quien tiene dinero, sea en cantidades pequeñas o millonarias, no necesariamente da cuentas de cómo lo ganó: ¿a la buena o la mala? De este modo, para complicar más las cosas, entran aquí los abogados o los teólogos: si el dinero es mal habido, cuidado: en el mundo terrenal la próxima parada puede ser una mazmorra (de cinco estrellas o de una sola, según la categoría del delincuente de cuello blanco), y en el mundo religioso por ese pecado es imposible que obtengamos una visa para entrar al paraíso con una eternidad “all inclusive”.

Pero la historia humana, tan heroica como se imagine o tan mezquina como se perciba, ha tenido respectivamente en el dinero o un motor de cambio o un dique de retroceso, un factor de felicidad o la causa terrible de quebrantos sin cuento. Podríamos suponer con tino que con las innovaciones tecnológicas recientes el movimiento de morrocotudas cantidades de dinero es mucho más fácil que hace apenas 30 años, pero pecaríamos de candorosos si también supusiéramos que es igual de fácil su vigilancia y regulación, en particular del dinero negro, que todo indica que tiene un peso significativo y creciente en los mercados financieros locales e internacionales.

¿Se ha mejorado el monitoreo de las actividades vinculadas con el dinero sucio, el dinero negro, el dinero mal habido? Definitivamente sí, pero el tema rebasa los márgenes efectivos de acción de  las regulaciones nacionales e internacionales sobre esta peliaguda materia. De cualquier modo, se dice y se pregona, sobre todo entre la alta burocracia financiera, que tal asunto está “bajo control”… hasta que los medios un día nos informan escandalosamente de fraudes, estafas y transacciones ilegales (con dinero sucio) en las que están involucradas personas, organizaciones privadas y gobiernos.

El blanqueo del dinero negro no se ubica solamente en los sistemas financieros, pero sí es allí donde cantidades relevantes tienen su plataforma más sólida, justamente para moverse desde allí a otros campos de la actividad económica que ya se reconocen como legales. Los lavaderos de dinero sucio, donde se paga en efectivo “contante y sonante”, existen en otros sectores de la economía, pero tienen el problema de que la riqueza que allí se acumula no tiene liquidez y por lo tanto no es muy recomendable para multiplicarla fluidamente. Joyas, autos de lujo, obras de arte, terrenos, casas, negocios formales de todo tipo, etcétera, sin duda sirven para lavar, planchar y perfumar el dinero negro, pero es poco recomendable para los que amasan grandes fortunas con el tráfico de armas, de drogas y de seres humanos. La liquidez y convertibilidad del dinero en las instituciones financieras es básicamente el meollo del asunto.

Podríamos convenir impúdicamente, pero con realismo inobjetable, en que el origen del dinero negro puede estar sólo en actividades económicas que no pagan impuestos. O sea que el tema del lavado de dinero se podría reducir en última instancia a una cuestión fiscal, lo cual es un desliz analítico, ético y social inadmisible. Así, este asunto tiene que ver en primera instancia con la violación grave a las normas jurídicas que expresan el interés general de la sociedad por preservar la paz, la democracia, la libertad y los derechos humanos.

Declarar o no declarar impuestos, eh allí el dilema, cantan en coro los ministros de finanzas del mundo cuando se les menciona el asuntillo del lavado de dinero. Y lo demás es lo de  menos, dirán tal vez con religiosidad pragmática. Y en esta tesitura, de los sagaces delincuentes de cuello blanco –que mueven inmensas cantidades de dinero negro con sus habilidades financieras, sus contactos y sus jugosos sobornos- parece que su problema principal es exclusivamente fiscal. ¿Qué hay de las muertes, las torturas, los heridos, la crueldad, las viudas, los huérfanos, los lisiados, los transterrados, la destrucción patrimonial de familias honorables, etcétera, que es lo que encubre el acto mercantil-financiero de lavado de dinero? Eso en general no cuenta en la visión de los funcionarios fiscales, y mucho menos en la ética de los expertos financieros que se dedican a lavar el dinero, la manos y la cara de los potentados señores del narco, del tráfico de armas y de seres humanos.

La ciencia y la tecnología han ayudado a realizar progresos notables en la velocidad y eficacia de los movimientos de capitales intranacionales e internacionales, pero también esos mismos progresos hacen eficientes y felices a los inicuos delincuentes que se esconden impunemente en algunos de esos movimientos. Los chicos buenos y ejemplares (B. Gates y S. Jobs, por ejemplo) pueden hacer maravillas tecnológicas, pero éstas se compran y se venden, y no importa ni los usos ni las intenciones de quienes las compran. Las sofisticadas y magnas transferencias electrónicas de dinero negro son el pan de cada día y no sabemos muy seguido que haya muchos delincuentes de cuello blanco perseguidos y encarcelados por ello. No hay nada nuevo bajo el sol en ese y en otros muchos temas de la vida humana, desde los tiempos, por ejemplo, en que la reina de Inglaterra privilegiaba de cuando en cuando a sus piratas, corsarios y contrabandistas por enriquecer las arcas de su majestad.

Para un mortal cualquiera, esto es, el 99% de la población de cualquier país, ni es sus momentos más ambiciosos de fiebre monetaria puede imaginar los montos fabulosos que se mueven diariamente en los mercados financieros a través de sus principales instituciones: los bancos. Sería pueril imaginar que los organismos reguladores de estos mercados cuantifican sistemáticamente lo que allí se mueve de dinero negro. Obvio es que está ausente la sanción a la mayoría de los beneficiarios de los negocios  indecentes que lo originan en cantidades archimillonarias: las redes de intereses involucrados en esta vaina son prácticamente invulnerables.

Son muchos los giros mercantiles en los que se origina el dinero negro, pero no todos merecen el mismo trato social y jurídico. Si lo negro del asunto tiene que ver con la evasión del pago de impuestos, no es comparable el humilde ingreso de subsistencia de una prostituta, con el fabuloso ingreso de un próspero traficante de armas: Irma la Dulce no es realmente un problema al lado del temible y próspero John Killer.

Jerarquizar el origen de los dineros negros es fundamental para dimensionarlo como un problema social alarmante para las democracias. ¿Que mi abuela viva de hacer pasteles de chocolate sin pagar impuestos, es igual de grave que el célebre Chapo Guzmán haga lo mismo para mantener su lucrativo imperio económico como el gran jefe del narcotráfico? ¿Es lo mismo que Juanito Einstein imparta clases de cálculo, sin declarar sus ingresos, con la labor de zapa de los grande narcos cuando financian alguna campaña electoral sin pagar impuestos y mucho menos sin rendir cuentas? Debe quedarnos claro que los legisladores no hacen diferencia formal entre uno y otros evasores de impuestos cuando hacen leyes y normas fiscales o hacendarias, puesto que todos están inmersos en la llamada economía informal.

Es obvio entonces que como tema político y financiero lo realmente relevante es el blanqueado de dinero en cantidades colosales que proviene del crimen organizado, término bastante denso y confuso, dicho sea de paso. Es posible que tengamos noticias en México de primera plana sobre este tema cuando a un traficante de dinero sucio haya sido pillado por imbécil (por que quizá se negó a pagar “comisiones”) o por una delación secreta e interesada de alguno de sus competidores.

Nadie puede sostener hoy que en México el lavado de dinero tiene niveles intrascendentes y sin vínculos directos e inmediatos con los Estados Unidos, con los que compartimos casi tres mil kilómetros de una frontera permeable. Es diversa y numerosa la gente implicada en el acaparamiento de la enorme tajada del pastel que se realiza en ambos lado de la frontera. Sus montos son millonarios (en dólares, claro) y debemos mostrarnos escépticos cuando no hay seguido ninguna noticia oficial al respecto.

Drogas, armas, secuestros, extorsiones, prostitución, esclavitud, corrupción diversa y otras tantas más actividades delictivas y antisociales han generado desde hace tiempo, mucho tiempo, enormes cantidades de dinero sucio que es técnicamente imposible que una proporción elevada no haya sido lavado por algunas de las formas aquí referidas, sobre todo por las financieras. Hay un añejo arraigo de estas prácticas impunes en ambos lados de la frontera, por lo que no hay motivos para ver en el horizonte una solución sencilla e inmediata.

Países