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Elección abierta
Mié, 23/08/2017 - 09:15

Pascal Beltrán del Río

Elección 2012: el qué y el cómo
Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río Martin es periodista mexicano, ha ganado dos veces el Premio Nacional de Periodismo de México en la categoría de entrevista, en las ediciones 2003 y 2007. En 1986 ingresó en la entonces Escuela Nacional de Estudios Profesionales Acatlán de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde se licenció en Periodismo y Comunicación Colectiva. De 1988 a 2003 trabajó en la revista Proceso; durante este tiempo publicó el libro Michoacán, ni un paso atrás (1993) y fue corresponsal en la ciudad de Washington, D.C. (1994-99), además de Subdirector de Información (2001-2003). Fue dos veces enviado especial en Asia Central y Medio Oriente, donde cubrió las repercusiones de los atentados terroristas de septiembre de 2001 y la invasión de Irak.

Andrés Manuel López Obrador acaba de hacer un servicio a la democracia mexicana.

El lunes, ante legisladores de su partido, reconoció que su triunfo en la elección presidencial no es irremediable, como creen sus simpatizantes y sostienen algunos analistas.

En la democracia se gana y se pierde. El dirigente de Morena ha hecho bien en aceptarlo. Dijo que, en caso de ser nuevamente derrotado, se retiraría de la vida política –o eso entendí yo, con su referencia a mudarse a su finca en Palenque– y no volvería a ser candidato presidencial.

Ergo, López Obrador ha aceptado la posibilidad de perder en julio entrante. Que lo diga quien encabeza actualmente las encuestas de preferencia electoral es, insisto, importante para la democracia.

Primero, porque es cierto. O, al menos, así lo veo yo: la contienda por Los Pinos no está resuelta. Faltan muchas cosas por pasar. Y mucho tiempo por correr.

Segundo, porque la incertidumbre es una de las mejores características de un sistema electoral. Esa incertidumbre no existía en los tiempos del autoritarismo priista, al que López Obrador ha hecho guiños diciendo que al país le iba mejor antes del sexenio de Miguel de la Madrid. Hay que recordar que José López Portillo –el predecesor inmediato de De la Madrid– fue candidato único a Los Pinos.

Que López Obrador puede ganar la elección presidencial, ni duda cabe. Es difícil imaginar un candidato más completo que él. Pero que sea en estos momentos el claro favorito no quiere decir que termine imponiéndose en las urnas.

Para comenzar, faltan más de diez meses para los comicios. En política, ese es un mundo de tiempo. Y el tiempo en política no es neutro. Como ha escrito en estas páginas José Elías Romero Apis, siempre juega a favor o en contra.

Político avezado, el tabasqueño seguramente sabe que una de las razones por las que encabeza las encuestas es porque aún no ha aparecido un rival.

A estas alturas, es más fácil predecir quién estará en la boleta para la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México por parte de Morena que quién será el candidato presidencial del partido del gobierno.

Si nos atenemos a las declaraciones públicas de López Obrador, él no tiene idea de con qué priista se va a topar. Hace tiempo decía que sería Miguel Ángel Osorio Chong. Últimamente ha afirmado que será “quien diga Luis Videgaray”.

No sabemos, y sospecho que tampoco López Obrador, si habrá alianza PAN-PRD o si esos dos partidos se presentarán a las urnas separados. O cuántos aspirantes independientes alcanzarán a reunir las cerca de 900 mil firmas para poder participar en la contienda. Y nadie sabe, ni él, cuántos candidatos habrá en la boleta.

Asimismo, es imposible predecir a estas alturas cómo impactará en la elección presidencial el que, en la misma fecha, vaya a estar en juego un número inusitado de cargos estatales, entre ellos nueve gubernaturas y 81% de las alcaldías. ¿Qué capacidad o deseo tendrá el electorado de aplicar el voto diferenciado cuando esté frente a seis boletas?

Yo creo que López Obrador ha caído en cuenta de que su triunfo no se dará automáticamente. Ya lo dijo: “Yo me estoy aplicando a fondo”. Es decir, está llamando a sus simpatizantes a hacer lo mismo. Y a su entender, ésta puede ser su última oportunidad.

Sus palabras parecen sensatas, pues la elección evidentemente no está ganada. Pretender que su triunfo es irremediable puede hacer que su base caiga en una zona de confort cuando aún no tiene contrincantes siquiera.

No soy tan ingenuo para pensar que, con su declaración del lunes en Metepec, López Obrador ha aceptado las reglas de la contienda y la legitimidad y autoridad del árbitro electoral. Faltaría que dijera más para poder concluir eso.

Sin embargo, sí creo que es suficiente para que quienes han propalado la idea de que la elección ya está decidida dejen de escuchar lo que se dice en su propio círculo de amistades y abran la mente al hecho de que el país es muy variado en sus expectativas.

Personalmente, no tengo duda de que la contienda de 2018 será una de las más peleadas en la historia de México y que en ella no faltará la desafortunada descalificación que rehúye el interés público y apunta a la vida personal de los aspirantes.

Pero será una elección abierta, en la que los ciudadanos podrán –si eso deciden– conocer los diferentes proyectos de país y decidir cuál de ellos se apega más a su deseo.

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