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Estados Unidos se arrepentirá de una intervención en Siria
Mié, 04/09/2013 - 11:55

Iván Eland

La segunda llegada de Petraeus
Iván Eland

Iván Eland es Director del Centro Para la Paz y la Libertad en The Independent Institute en Oakland, California, y autor de los libros Recarving Rushmore: Ranking the Presidents on Peace, Prosperity, and Liberty, The Empire Has No Clothes, y Putting “Defense” Back into U.S. Defense Policy.

Cuando los expertos debaten las opciones militares a favor de cualquiera de las numerosas intervenciones foráneas de los Estados Unidos, la mayor parte de ellos adopta alguna versión del enfoque de política exterior de “los Estados Unidos como la policía del mundo”. Por lo general, ellos o bien ignoran la cuestión de por qué la particular nación tomada como objetivo es estratégica para los intereses vitales de los Estados Unidos o simplemente afirman que ese tema es irrelevante, porque cualquiera que sea la tragedia que se haya producido se trata de una crisis humanitaria de proporciones épicas.

Este predecible debate está actualmente aconteciendo acerca de la intervención de los EE.UU. en Siria. No ocupamos primero de la segunda de las aseveraciones diciendo que si bien los cientos de personas asesinadas en el supuesto ataque con armas químicas más reciente y las más de 100.000 almas muertas en la guerra civil siria son algo realmente trágico, quedan empequeñecidas si se las compara con otros conflictos recientes mucho más letales en los que los Estados Unidos no hicieron nada. Los Estados Unidos no intervinieron militarmente en el Congo, donde más de 5 millones de personas han sido asesinadas, en Sudán, donde la guerra civil y la hambruna mataron a 2 millones de personas, y en Ruanda, donde la tribu hutu mató a 800.000 miembros de la tribu tutsi. Incluso si los Estados Unidos hubiesen podido haber intervenido y haber hecho algo efectivo para mejorar a estos sitios –improbable si las recientes debacles estadounidenses en Afganistán, Irak y Libia son algún indicio- la doctrina de la “responsabilidad de proteger” defendida por la embajadora estadounidense ante la ONU Samantha Power y otros es contraria al derecho internacional por una razón. En el sistema mundial de Estados-nación, en el que sólo la autodefensa está reconocida como una excusa legítima para la utilización de la fuerza, la “responsabilidad de proteger” es ilegal debido a la tremenda propensión que tiene para causar muchas más muertes dado su enorme potencial para el abuso. Por ejemplo, los Estados Unidos han utilizado muchas veces la excusa “humanitaria” para la intervención, pero la ausencia de intervención en los casos más atroces arriba mencionados y la existencia de otras agendas subyacentes en los casos de intervención de los EE.UU. evidencian el potencial para la explotación cínica; otra grandes potencias han hecho lo mismo.

Incluso si uno acepta esa dudosa doctrina, ¿por qué siempre tienen que ser los Estados Unidos los que asumen la responsabilidad? Sus defensores sostienen que es debido a que los Estados Unidos son la “nación indispensable”, lo que significa que los Estados Unidos son el único país con un ejército lo suficientemente poderoso como para realizar este tipo de intervenciones exitosas. Sin embargo, otras naciones poseen fuerzas que pueden ser utilizadas para este tipo de intervenciones y el mantenimiento de la paz -a pesar de que el mundo estaría mejor y probablemente tendría muchas menos muertes en general si todas las naciones respetasen el derecho internacional y se mantuviesen fuera de los asuntos de otras naciones tanto como sea posible, incluso en los casos en los que la gente está haciendo cosas estúpidas para sí mismos en brutales guerras civiles.

En cuanto a las armas químicas, la hipocresía también reina aquí. En primer lugar, las armas químicas han matado a muchas menos personas a lo largo de la historia humana que las balas y las bombas convencionales - en la guerra civil de Siria, es menos del 1 por ciento de las más de 100.000 personas asesinadas en lo que va del conflicto. Las armas químicas apenas han sido un “arma de destrucción masiva” en comparación con las municiones convencionales. También, en 1988, cuando Saddam Hussein, luego de recibir el apoyo de los EE.UU. en su guerra con los iraníes, utilizó armas químicas contra su propio pueblo, los Estados Unidos no sólo no lo atacaron sino que hicieron la vista gorda y le prestaron otros mil millones de dólares (billón en inglés) seis meses más tarde.

Al afirmar que cualquier uso significativo de armas químicas en la guerra civil siria era una línea roja que implicaría la intervención de los EE.UU., Barack Obama cayó en la trampa de su propia retórica, como John F. Kennedy reconoció que lo hizo durante la Crisis de los Misiles cubanos. Kennedy admitió que si no hubiese pronunciado un discurso señalando que cualquier misil nuclear soviético instalado en Cuba sería una grave amenaza para la seguridad de los EE.UU., nunca habría tenido que hacer algo respecto del despliegue soviético que en realidad no cambiaba el estratégico equilibrio nuclear entre las superpotencias. Del mismo modo, Obama se acorraló en una esquina retórica en este caso.

Más importante aún, aunque lo que acontece en Siria puede tener relevancia estratégica para las potencias regionales vecinas de Turquía, Israel y Arabia Saudita, tiene poca importancia estratégica real para los Estados Unidos, que se encuentran a medio mundo de distancia. Sin embargo, los principales países vecinos afectados, Turquía e Israel, han hecho muy poco para ayudar a estabilizar a Siria y desean que la intervención de los EE.UU. haga el trabajo sucio por ellos. De hecho, Turquía y Arabia Saudita están ayudando a los rebeldes sirios, que ahora se encuentran dominados por los radicales islamistas que podrían muy bien ser peores que el gobierno de Assad en Siria.

Un argumento a favor de la intervención de los EE.UU. en Siria es considerarla como un mensaje a Irán para que tome en serio las amenazas de los Estados Unidos hacia su programa nuclear –respecto del cual Obama también se ha metido en un aprieto al afirmar que no permitirá que Irán obtenga armas nucleares. Sin embargo, las opciones militares para impedir que Irán consiga armas nucleares o una capacidad nuclear nunca han sido muy creíbles –los ataques con bombas probablemente no alcanzarán a todas las instalaciones nucleares de Irán y es probable que sólo espoleará a Irán para acelerar el programa a fin de disuadir nuevos ataques. De hecho, la limitada intervención de los EE.UU. en Siria no sólo puede fracasar en intimidar a Irán, sino actuar como un acelerador nuclear similar.

La intervención de los EE.UU. en Siria es una pendiente resbaladiza. Si las medidas militares iniciales no funcionan, la presión se pondrá a favor de una acción más férrea utilizando el argumento de que la credibilidad estadounidense se encuentra aún más en la picota. Con una deuda nacional de US$7 billones (trillones en inglés) y una fatiga bélica debido a Afganistán, Irak y Libia, el público estadounidense, como lo demuestran los sondeos de opinión, no tiene estómago para el profundo involucramiento en Siria que anhelan los expertos.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Independet,org.

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