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¿Gana o pierde Chávez?
Mié, 12/09/2012 - 09:28

Julio Ligorría

Prensa y gobernabilidad
Julio Ligorría

Julio Ligorría es presidente de Interimage Latinoamericana, S.A. la cual brinda servicios en el área de consultoría en comunicación y asuntos públicos a empresas multinacionales y gobiernos en el ámbito latinoamericano.

¿Gana o pierde Chávez las elecciones del 2012? Según mi opinión es más probable que gane. Es probable que este audaz pronóstico me obligue a escribir un nuevo artículo reconociendo que me equivoqué, pero es que es muy importante poner en perspectiva el porqué de su muy probable victoria.

Me atrevo a hacer esta afirmación sustentándome en el análisis de una serie de variables que muchos parecen haber dejado de lado, sin duda, porque el entusiasmo electoral y la psicología de victoria del principal opositor generan un buen grado de euforia entre quienes vemos una parte de la realidad venezolana. Es lógico pensar en que un opositor carismático pueda competirle al líder venezolano; pero esa misma lógica debe incorporar una serie de análisis más amplios para comprender la realidad de esa nación.

El entusiasmo que genera en muchos la posibilidad de un relevo de Chávez, enturbia la claridad analítica a la hora de incorporar el entorno sociopolítico en que se dará la elección venezolana.

Primero hay que comprender que el presidente Chávez ha construido, a partir de 1998 una maquinaria política sumamente sofisticada, donde la mezcla de inversiones sociales y meramente políticas le dan una enorme ventaja inicial a la hora de conseguir votos. Sumemos a esto la orientación estratégica de largo aliento que el mismo presidente y un grupo de los mejores asesores del mundo le han dado al proyecto.

Chávez, por sí mismo, ya es un factor de alta incidencia. Carismático, recio, claramente identificado en su esencia misma con la mayoría electoral, pero además histriónico, claro en su pensamiento y audaz en el mensaje, el mandatario tiene en su haber un trabajo prolongado de educación política de masas que él ha desarrollado sobre el electorado, el cual está permeado por una forma de ver a Venezuela desde la óptica de un gobernante populista, cuya visión de la democracia difiere a la de muchas otras naciones del hemisferio.

Y, por supuesto, aunque el esfuerzo de Henrique Capriles ha sido monumental, eso no necesariamente producirá una nueva realidad política capaz de sobreponerse al trabajo de cohesión que Chávez tiene con la masa pobre, la mayoritaria en el padrón electoral.

Aún hoy, con todo y las promesas incumplidas a lo largo de los años, Chávez sigue significando la posibilidad de las mayorías pobres, por tener un presidente que los comprende y que trabaja por ellos.

Aquellos que viven en miseria y pobreza, persiguen con fervor la opción chavista porque no ven en la oposición un camino más expedito para cambiar su realidad. No es culpa de la oposición que esta idea esté tan posicionada: en su división y lucha intestina, los opositores olvidaron el análisis profundo del campo de acción política y salieron directamente a cazar votos, entre otras razones, por la falta de tiempo. Hicieron caso omiso de que su rival —Chávez— tiene una superestructura política cuidadosamente desarrollada, capaz de planificar casi todo lo que se haga necesario para apoyar a su líder.

Sumemos a esta visión fría un aspecto extra: hay una silenciosa y poco comprensible complicidad de los líderes democráticos del hemisferio ante el fenómeno político que es Chávez. Pocos lo aplauden, pero cada vez lo critican menos.

Con todos esos factores a su favor, la diferencia será obvia: Chávez tendrá dos votos por cada uno que tenga su contrincante y seguirá al frente de Venezuela. Nos guste o no.

*Esta columna fue publicada originalmente en PrensaLibre.com

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