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Guatemala: algo insignificante como la privacidad
Dom, 08/09/2013 - 22:40

Martín Rodríguez Pellecer

Destruir la política en Guatemala
Martín Rodríguez Pellecer

Martín Rodríguez Pellecer (1982) es periodista y guatemalteco. Estudió Relaciones Internacionales (una licenciatura) en Guatemala y luego una maestría en Estudios Latinoamericanos en la Universidad Autónoma de Madrid (España). Aprendió periodismo como reportero en Prensa Libre entre 2001 y 2007, desde la sección de cartas de los lectores hasta cubrir política e investigar corrupción. En 2007, ganó un premio de IPYS-Transparencia Internacional por el caso Pacur. Ha trabajado en think tanks (FRIDE, Flacso e ICEFI), aprendido varios idiomas, viajado por dos docenas de países, es catedrático en la URL y columnista de elPeriódico. Es director y fundador de Plaza Pública.

“Por algo tan insignificante no me voy a pelear con usted”, respondió, consciente de su impunidad, un “jefe de técnicos” de Tigo cuando instaló la aplicación Facebook sin preguntarme si quería activar la opción de compartir mi ubicación geográfica o que esa empresa (también) pudiera tener acceso a todas las imágenes y textos de mi “smartphone” aunque no las subiera a Facebook.

“Ahí está el libro de quejas de la Diaco” (Dirección de Atención y Asistencia al Consumidor), dijo y se dio la vuelta en la agencia de Zentral Plaza. Tenía poco sentido discutir con él. Es un empleado de una empresa que obliga a los usuarios a firmar un contrato en el que cedemos nuestra información para fines comerciales, una empresa que tiene la capacidad de que el Congreso les renueve las licencias electrónicas ad eternum sin pagar un centavo (al fisco, claro), una empresa que paga lo que quiere de impuestos, con técnicos que conversan sobre lo irrelevante de instalar o borrar aplicaciones a usuarios “porque no se dan cuenta”, una empresa sobre la que ni el Estado ni los medios ni los ciudadanos tenemos poderes. Pelearse por un centímetro de algo “tan insignificante” como la privacidad es perder el tiempo.

Pero es un debate que tenemos que tener como sociedad. “La privacidad es una ilusión”, titulaba uno de sus reportajes la revista Time hace poco, tras el escándalo de vigilancia permanente, perpetua, a la que Estados Unidos somete a sus ciudadanos y –sin derecho de reclamos– al resto de personas del planeta. Escándalo denunciado por Edward Snowden, a quien Rusia salvó de momento de una cadena perpetua en Estados Unidos. 

Todas las comunicaciones que hacemos podrán ser utilizadas –o ya lo son– por gobiernos y empresas para decidir si somos ciudadanos dignos, dignos de no ser considerados terroristas, o sujetos de aseguradoras de vida, o sujetos de crédito.

Y la batalla es muy desigual entre ciudadanos y Estados o empresas poderosas. ¿Cómo ponemos salvaguardas legales o barricadas técnicas para evitar que atropellen ese derecho tan importante de la privacidad? ¿Cómo evitamos que –como antes lo hacían los gobiernos autoritarios- los gobiernos demócratas y las empresas nos espíen? Los congresos, las fiscalías y los juzgados deberían construir y aplicar estas salvaguardas legales.

Es una de las pocas batallas en las que compartimos “principios y valores” los progresistas y los libertarios. ¿Pero por dónde empezamos? Supongo que el primer paso será crear conciencia. ¿Y cómo creamos conciencia en generaciones que crecen sin ninguna privacidad digital? Es un trabajo largo, que requerirá de mucha creatividad, pues como con la corrupción, los poderosos no nos espían porque necesiten, nos espían porque pueden.

*Esta columna fue publicada originalmente en Plaza Pública.org.

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