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Guatemala: el tan sui géneris Steve McFarland
Lun, 04/06/2012 - 16:56

Mario Antonio Sandoval

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Mario Antonio Sandoval

Mario Antonio Sandoval Samayoa es periodista, escritor y comunicador social. Es miembro de la Real Academia Guatemalteca de la Lengua, correspondiente a la RAE, y ha sido dos veces presidente de la Asociación de Periodistas. Ha escrito dos libros, varios ensayos y es columnista estable de Prensa Libre (Guatemala).

Steve McFarland, quien de junio de 2008 a agosto del año pasado fue embajador estadounidense en Guatemala, luego de haber tenido un alto cargo con anterioridad en esa misma misión pocos años antes, fue condecorado con la Orden del Quetzal en grado de Gran Cruz, de manos del presidente Otto Pérez Molina. Lo considero merecido porque este diplomático ejerció su cargo de una manera sui géneris, es decir, excepcional o singular, extraordinaria, excelente.

Esto es así, estoy seguro, porque sus peculiares características personales le permitieron realizar la complicada tarea de embajador de Estados Unidos en Guatemala de una manera sin precedentes. Su trabajo se caracterizó porque logró humanizar dicha tarea, sin perder su seriedad.

Desde su llegada a Guatemala me di cuenta del hecho único de tener a un embajador estadounidense distinto. Nacido en Texas, su español -casi perfecto- es el resultado de haber servido a la diplomacia de su país en Ecuador, Perú, Nicaragua, Paraguay y Venezuela, además de dirigir la oficina de asuntos cubanos en el Departamento de Estado. Su hogar es bilingüe, porque su esposa, Karin, es venezolana. Todo esto, a mi juicio, le permite ser un funcionario útil y eficiente a los intereses de su país, pero al mismo tiempo comprender las particularidades, sutilezas y muchas veces los prejuicios provenientes de los países situados al sur de Estados Unidos. A Guatemala vino a aplicar esa mezcla de conocimiento teórico y de práctica política.

Algunas acciones de Steve McFarland causaron sorpresa agradable, por novedosas. Tuvieron en común ser inesperadas: su visita a la Huelga de Dolores, su asistencia al partido de futbol en el cual su país fue derrotado por Guatemala, su decisión de aprender kiché, sus constantes visitas a las áreas más pobres de los departamentos, su presencia para patentizar sus condolencias a los deudos de una familia truncada a causa de la violencia son solo algunos de los hechos por los cuales será recordado. Obviamente, su papel oficial fue ejercido también con seriedad, porque sus capacidades personales le permitieron relacionarse con personas de todo tipo de ideologías y situación económica y social, sin caer en el show ni en el fingimiento.

Ciertamente, otros embajadores estadounidenses comenzaron la tarea de quitarle al cargo en Guatemala la percepción generalizada, muchas veces real, de constituir una especie de modernos procónsules. Sin embargo, fue Steve McFarland quien logró hacerlo de mejor forma, tal vez algunas veces elevando algunas cejas en Washington. Tuve oportunidad de conversar con él en numerosas ocasiones y siempre pude darme cuenta, a través de sus preguntas, de ser el producto de un concienzudo análisis del tema. Sus puntos de vista reflejaban una variedad de matices imposibles de encontrar sin haber escuchado opiniones diversas. Todo eso era realizado con una cordialidad más allá de la esperada y obligatoria en un diplomático.

A mi criterio, las características personales de un diplomático estadounidense deben ser las de Steve McFarland para obtener resultados positivos. El estilo es el hombre, ciertamente. Otros embajadores actuarán de manera distinta con resultados distintos, pero también en circunstancias históricas diferentes. De sus frases del viernes pasado recuerdo dos: “La corrección no tiene ideología”, y “soy un ex embajador, pero no un examigo de Guatemala”. Las relaciones entre Guatemala y Estados Unidos siempre serán tan sui géneris como es la personalidad de quien en dos ocasiones estuvo al frente de mantenerlas en orden. Estas líneas desean saludar al ser humano, con el fin de desearle éxitos en el lejano Afganistán, donde ahora sirve a su país.

*Esta columna fue publicada originalmente en PrensaLibre.com.

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