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Himnoperantes e himnorantes en Ecuador
Mar, 03/06/2014 - 10:25

Alfonso Reece

‘¿Cuándo se jodió el Perú?’
Alfonso Reece

Alfonso Reece es ecuatoriano, y se ha desempeñado como escritor y periodista. Posee estudios de Derecho y Sociología en la Universidad Católica del Ecuador. Como periodista se ha desempeñado en los canales de televisión Ecuavisa y Teleamazonas, mientras que en prensa escrita ha colaborado en las principales revistas de su país, como 15 Días, Vistazo, SoHo, Mango y Mundo Diners. Actualmente es columnista en el diario El Universo (Guayaquil, Ecuador).

Los asesores o funcionarios que elaboran los guiones o las ayuda-memorias de las sabatinas presidenciales merecen la cancelación por hacer quedar mal al jefe de Estado mejor preparado del Hemisferio Occidental. ¿Cómo le hacen eso a un pieichdi, cuadrilingüe y varias veces doctor honoris causa?

Le hicieron aparecer como que no entendía la segunda estrofa del himno a Quito, que es más bien sencilla, no como las del Himno Nacional que son realmente abstrusas. Le hicieron decir que es españolista cuando, hasta para un escolar, es claramente un canto al mestizaje. Estos ineficientes deben dejar ya el equipo presidencial. Afectaron gravemente la imagen del primer mandatario metiéndolo en una bronca inoficiosa, eso más, sosteniendo crasos errores.

Por su parte, el novel alcalde de Quito sabía lo que hacía al entrar en esta liza. Sería exagerado decir que el cambio de estrofas contribuyó a la derrota del candidato gobiernista, pero sí enardeció notoriamente a sus detractores. Antes de las elecciones estuve en dos reuniones, para nada políticas, pero de varios cientos de personas, en las que desafiantemente y con rabia se cantó de la manera tradicional. Entonces, esto era algo que esperaba de Mauricio Rodas su electorado más duro y no podía defraudarlo.

En la prensa de papel o en la digital he leído bastantes comentarios sobre este tema. Esta abundancia demuestra que no es asunto sin importancia. Los pseudointelectuales podemos decir que la patria son las masas o el ecosistema, o la historia. Para el grueso de la población son una bandera y un himno, como de la religión son las imágenes, no como representaciones de una realidad trascendente, sino como concreción objetiva de energías sobrenaturales.

Además, por razones que ya nos explicarán los neurocientíficos, la música se sitúa en un lugar profundo de la psiquis, al punto de que enfermos de Alzheimer se olvidan de quiénes son sus hijos, pero no las canciones. Desata pasiones, recuerdos, afectos, es una fuerza motivadora de gran eficacia que rebasa la racionalidad. En este contexto la letra no tiene mayor significación, no creo que quienes se empeñan en cantar el himno quiteño con su antigua letra sean “españolistas” y si lo son, demuestran que no la han entendido, como no la entendieron los malos asesores que hicieron decir despropósitos a la máxima autoridad de la República.

El tema no tiene relevancia desde el punto de vista de la obra pública o de la gestión administrativa, pero políticamente tiene sentido. Con esta experiencia las fuerzas de oposición harían bien en entender que la gestión política no es un artificio tecnocrático o una pirueta de marketing, sino el manejo de seres humanos con pulsiones, mitos, valores, no asimilables desde lo gerencial. Los pueblos necesitan un discurso, una explicación, una fórmula que los libere de la incertidumbre. Esto se plasma en cantos, murales y cuentos. Los comunistas, los fascistas y los híbridos de ambas tendencias han sido muy hábiles para fabricar estos productos, no se los derrota si no se tienen armas equivalentes.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.

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