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Kim Jong Un no es un actor irracional
Lun, 21/08/2017 - 09:24

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

En el título de este artículo, el nombre del Estado (Corea del Norte), podría haber reemplazado al de su gobernante (Kim Jong Un). Personificar al Estado induce a interpretar las decisiones de su gobierno como una consecuencia de la idiosincrasia del gobernante o, a lo sumo, de la naturaleza de su régimen político.

Aunque el régimen norcoreano es, en efecto, una de las dictaduras más despiadadas del mundo, eso no agota la explicación de su política exterior y de defensa. Para entenderla habría que conocer parte de la historia de ese país, específicamente la Guerra de Corea librada entre 1950 y 1953. Si bien esa guerra comenzó con la agresión norcoreana contra Corea del Sur, fue Corea del Norte quien, a la postre, padeció los peores estragos.

Según la versión que recoge la publicación de una entidad educativa de la propia Fuerza Aérea estadounidense (Air University Quarterly Review), hacia el final de la guerra la aviación de los Estados Unidos no tenía blancos verosímiles en zonas urbanas. Por ejemplo en la capital, Pyonyang, virtualmente no quedaban edificios en pie. Es entonces que la aviación estadounidense decide bombardear las represas para inundar los cultivos agrícolas. En su obra clásica, “Los Orígenes de la Guerra de Corea”, Bruce Cummings estima que podrían haber muerto en esa guerra hasta cuatro millones de personas, y que alrededor de un 75% de ellas eran civiles.

El punto es que las preocupaciones de seguridad de Corea del Norte son comprensibles dados esos antecedentes. Claro que lo mismo podría decirse del Japón durante la Segunda Guerra Mundial (V., un Estado que pasó de la condición de agresor a la de víctima de acciones devastadoras, como las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki), pese a lo cual ese país es hoy un aliado de los Estados Unidos. Pero aquí es donde entra a tallar la naturaleza del régimen norcoreano, el cual mantiene una relación de mutua hostilidad con los Estados Unidos.

Bajo esas circunstancias, desde una perspectiva de racionalidad instrumental (es decir, la capacidad de emplear de modo eficiente los medios disponibles para conseguir los fines propuestos), la obtención por parte de Corea del Norte de armas nucleares como medio de disuasión parece una estrategia racional. Sobre todo cuando uno recuerda lo que ha ocurrido en más de una ocasión con países que renunciaron a sus arsenales de armas de destrucción masiva. Después de que el régimen libio desmantelara su programa de armas químicas, fue bombardeada en 2011 por fuerzas de la OTAN. Tras hacer lo propio, Irak fue invadido y ocupado en 2003. Y luego de ceder su arsenal nuclear tras recibir garantías de seguridad (entre otros Estados) de Rusia, Ucrania perdió la península de Crimea a manos de ese país, el cual además respalda a grupos armados secesionistas en territorio ucraniano.

En cuanto a las amenazas apocalípticas del régimen norcoreano, estas siguen una partitura cuya autoría debemos a Richard Nixon: la “Teoría del Loco”. Buscaba inducir al régimen norvietnamita a creer que Nixon era lo suficientemente irascible y volátil como para asumir riesgos y costos desproporcionados, con el fin de obtener concesiones en una eventual negociación.

Por último, recuerde que el régimen norcoreano está próximo a cumplir 70 años de existencia, prueba prima facie de que no incurre de modo regular en conductas autodestructivas.

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