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La clemencia hacia Manning no es suficiente
Vie, 20/01/2017 - 11:24

Ines Pohl

Las poderosas lágrimas de Obama
Ines Pohl

Ines Pohl es corresponsal de DW en Washington.

A última hora, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha hecho lo que los activistas de derechos humanos de todo el mundo llevan años pidiéndole: que la pena de 35 años de prisión que pesaba sobre la denunciante Chelsea Manning fuera reducida. En resumen, que con el poder de su autoridad permitiera que la exsoldado recuperara su libertad.

Esta decisión se ajusta perfectamente con la autopromoción que ha desplegado Obama en las últimas semanas en el escenario internacional. Con su rica y talentosa retórica, el mandatario hizo énfasis en su trascendencia histórica como primer presidente negro, y conmovió a sus seguidores hasta las lágrimas declarando su amor a su esposa y sus hijas, mostrando respeto por su vicepresidente y cariño por todas las personas de buena voluntad.

Revelación de un crimen

Y ahora, apenas unas pocas horas antes de abandonar la Casa Blanca y entregar el testimonio a Donald Trump, Obama decide acabar con la prisión de una exsoldado, que tras su cambio de sexo figura como la única mujer que cumple condena en una cárcel masculina y quien ha intentado en al menos dos ocasiones quitarse la vida. Manning había desvelado, entre otras cosas, un video donde se ve cómo la tripulación de un helicóptero militar de Estados Unidos persigue a civiles en Irak como si se tratara de una cacería de animales. Muchos juristas dicen hasta hoy que Manning ayudó, con ello, a revelar un crimen de guerra, y que eso sólo era posible si cometía el delito de traición y revelación de secretos miliares.

La sentencia de 35 años era desproporcionada, dijo Obama al justificar su decisión en su última conferencia como presidente, un día después de haber hecha pública la conmutación de la pena. Siete años de presidio fueron suficientes para disuadir a cualquier futuro divulgador de secretos, aseguró.

A la caza de filtradores

Sacar a Manning de prisión es una decisión correcta. Es cierto: para los responsables políticos es cada vez más complicado, en tiempos de guerra virtual y ataques cibernéticos, encontrar un equilibrio entre la transparencia y la seguridad, entre la protección de la esfera privada y la vigilancia.
Pero también es verdad que, durante su mandato, Obama no ha hecho otra cosa que cazar a los denunciantes y ver cómo recibían duras condenas. Bajo su gobierno, Obama, el autodenominado filántropo, fueron sometidos a proceso tantos filtradores de información como nunca antes. Incluso periodistas fueron forzados a dar a conocer sus fuentes, porque citaron información secreta sobre Corea del Norte, por ejemplo.

Un balance negativo

Obama tuvo ocho años para sacar adelante una legislación que protegiera a quienes revelaran secretos que pusieran en evidencia la comisión de crímenes. Precisamente porque era el presidente en cuyo mandato quedó en claro, por primera vez de forma evidente, cuán peligrosos son los ataques cibernéticos para la democracia, tendría que haber luchado para asegurar que los filtradores de datos pudieran hacer ese trabajo de forma segura.

Esa tarea Obama no la cumplió. Personalmente, para Chelsea Manning la medida adoptada por el aún inquilino de la Casa Blanca es un tremendo regalo. Pero en cuanto al balance negativo que deja el mandato de Obama en la protección de los filtradores de información, la conmutación de la pena de Manning no cambia nada.

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