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La fisonomía actual del desempleo mexicano
Jue, 29/09/2011 - 12:58

Fernando Chávez

Los saldos económicos de la guerra mexicana contra el poder narco
Fernando Chávez

Fernando Chávez es economista y docente de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM). Actualmente es coordinador del sitio de divulgación económica El Observatorio Económico de México. Su línea de investigación abarca remesas y migración, política monetaria, banca central, federalismo fiscal y macroeconomía. Desde 1984 se desempeña en el ámbito editorial como autor y coordinador de publicaciones, boletines, revistas y secciones de periódicos.

Con el paso del tiempo el desempleo cambia de rostro: por sus orígenes, por su tamaño, por su duración, por su composición y, claro, también por su áspero impacto social. El mercado laboral mexicano hoy tiene un molde que refleja una mezcla compleja de varios factores; pero es claro que su dinámica y perfil actuales se explican, después de todo, por las reformas nacionales de mercado (sin soslayar los efectos domésticos desiguales de la globalización) que comenzaron a principios de los años 80 del siglo pasado, cuyos objetivos estaban presuntamente orientados a mejorar el bienestar familiar. Los datos salariales, así como los del empleo, del desempleo y de la subocupación, no son hoy nada recomendables para ponerle música y letra a los poemas sinfónicos (sic) del liberalismo mexicano de nuestros días.

Revisemos y comentemos algunos datos que nos den un boceto, obviamente naif, pero ilustrativo y realista del mercado laboral del presente, en particular de los que tienen que ver con el empleo y el desempleo., tocando de pasada algo de la llamada subocupación.

El grado de participación de la población económicamente activa en el mercado laboral pasó de 49,3% a 52,6% entre 2000 y 2010. Dos factores explican este incremento: el deterioro económico de la vida familiar que viene desde hace muchos años y, como efecto de ello, la aparición de “nuevas familias”, en donde en general las mujeres han asumido con grandes desventajas responsabilidades múltiples. Este hecho alivia la pobreza, pero con elevados costos éticos y sociales en el desarrollo de esas mismas “nuevas familias”.

Muy relacionado con lo anterior es el hecho de que dos tercios  de la población mexicana (cuya media es hoy de 26 años) se ubica en condiciones de participar en el mercado laboral. Este es el llamado “bono demográfico”, derrochado mientras no crezca la capacidad de generación de empleo estable y bien pagado. Si a eso le agregamos una oferta educativa insuficiente y de mala calidad, el coctel explosivo está servido: millones de “ninis” al por mayor, casi iguales a los “indignados” españoles (“encabronados”, diríamos en tierras aztecas), que son carne de cañón para poder narco, dicho sea de paso.

De los casi 45 millones de ocupados en el país, el 57% tienen hoy ingresos de hasta tres salarios mínimos y solamente 8% recibe más de cinco salarios, porcentaje igual, vaya paradoja, al de los que no reciben ingreso alguno como individuos ocupados. Desde hace30 años, cuando menos, el salario mínimo dejó de ser remunerador -en su sentido jurídico original, establecido en la ley laboral-, por lo que ya sólo quedó como una unidad de medida cómoda para hacer ciertos pagos y calcular ciertos ingresos; tal salario no es garantía de una vida decente para quien lo gana y tenga una familia que mantener. Esta fotografía de la ocupación tiene tintes más alarmantes si sabemos que dos tercios de ese total no tienen acceso a las instituciones de salud (aunque admito que el Seguro Popular de Calderón ha mitigado un poco la indefensión de millones en esta posición). En suma, estos datos escuetos contribuyen a tener una idea más sobre la dimensión gigantesca de un mercado de trabajo inestable y precario.

La población subocupada, la que declara tener necesidad y disponibilidad para trabajar más horas, se ha mantenido en niveles altos en los últimos años: que últimamente son alrededor del 9% del total de ocupados (o sea, casi cuatro millones de personas), sin que las cifras oficiales aclaren si se ubican en el sector formal o en el informal de la economía. En este segmento laboral 22% tiene una escolaridad de nivel medio y superior, lo cual sugiere que muchos jóvenes que han hecho un esfuerzo educativo mayor no tienen un reconocimiento monetario adecuado a la hora de entrar al mercado laboral.

La desaceleración económica ya comienza a sentirse: en agosto la tasa de desocupación abierta (TDA) se ubicó en 5,79% de la población económicamente activa, arriba de lo esperado por expertos en temas laborales, y también arriba del porcentaje de agosto del año pasado. Esta cifra ha sido la más alta desde enero de 2010 cuando se ubicó en 5,87%. La TDA parece recobrar una tendencia ascendente, ya que el comportamiento del desempleo en el trimestre junio-agosto, revirtió la diminuta tendencia a la baja, la observada en los primeros cinco meses del año.

¿Qué particularidad especial y preocupante  tiene hoy esta TDA, que significa dos millones y medio de personas? Lo primero es que poco más de la mitad están en esa condición por haber perdido su empleo. Y un dato adicional: los desocupados de mayor escolaridad representan el 35%, bastante mayor al 9% de los que tienen la escolaridad inferior (primaria incompleta). Pero para que los mexicanos nos sintamos cosmopolitas, pues esto ocurre también en la mayor partes del mundo, hay que enfatizar que la masa de desocupados es fundamentalmente juvenil, como se puede apreciar en la gráfica, que se explica casi por sí misma. Estos datos del desempleo llevan a una conclusión desalentadora: el mercado laboral está castigando más a los  jóvenes, sobre todo más a los mejor calificados. Se padece hoy esta pandemia social que es en sí misma -¿alguien lo duda?- de una explosividad potencial innegable.

No podemos cerrar lo ojos antes este atroz mundo laboral que muestra la  fisonomía atormentada del desempleo, que es hoy por hoy el saldo social más sentido de un crecimiento económico mediocre y errático, pero estable, reclamaría con razón la dinastía de la Escuela de Chicago y sus aliados puntuales de siempre. Y que conste que la casi inmutable y  masiva migración de la fuerza de trabajo juvenil hacia los Estados Unidos alivia enormemente este lastre económico, que está lejos de ser circunstancial o pasajero.

Las políticas públicas hoy avocadas a mitigar este problema son intrascendentes, como nunca, tal vez. Cuando quedan casi quince meses para terminar la gestión del gobierno de Felipe Calderón y hay nubarrones negros en el panorama nacional e internacional, cuesta trabajo entender el optimismo primerizo de la tristemente célebre frase de este político de las derechas que en sus sueños guajiros (extraño mexicanismo) aspiró a ser el “presidente del empleo”.

De cara a las elecciones presidenciales que se avecinan los ciudadanos habremos de oír carretadas de propuestas mágicas y frívolas frases de alto impacto mediático para “resolver” la precariedad laboral de millones de mexicanos. El realismo de la clase política tradicional sólo buscará votos de bajo precio y armará castillos en el aire, eso es lo seguro. Ubicarse en las duras realidades de hoy implica un electorado exigente, el de “chaviza” en particular, seguro de lo que quiere y de lo que no quiere. Es allí donde puede verse una pequeña luz en el sombrío futuro del país en el corto plazo. Fuera de eso sólo veo fuegos artificiales. Mi pesimismo en este escabroso tema está adecuadamente documentado.

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