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La última tomografía de la economía informal de México
Mar, 05/08/2014 - 11:02

Fernando Chávez

Los saldos económicos de la guerra mexicana contra el poder narco
Fernando Chávez

Fernando Chávez es economista y docente de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM). Actualmente es coordinador del sitio de divulgación económica El Observatorio Económico de México. Su línea de investigación abarca remesas y migración, política monetaria, banca central, federalismo fiscal y macroeconomía. Desde 1984 se desempeña en el ámbito editorial como autor y coordinador de publicaciones, boletines, revistas y secciones de periódicos.

¿Interesados en tener una buena y rápida exploración de la salud de la economía mexicana? Hay que revisar someramente la trayectoria reciente de la inmensa “economía informal” en la producción y en el empleo. Economía informal, subterránea, negra, invisible (sic), son algunas de las etiquetas que usan los economistas y otros de oficios afines para remitirnos básicamente a las actividades económicas que, como rasgo esencial, no incluyen ni pago de impuestos, ni ingresos estables, ni seguridad social, ni prestaciones de ningún tipo. Los millones de personas de todo el mundo que allí se mueven, diría un abogado puntilloso,  están al margen de la legalidad, y casi en el vacío social, señalaría un sociólogo apresurado por cuadrar la desvencijada vida social que alienta dicha economía.

El Inegi acaba de publicar un interesante documento sobre este tema (“Medición de la economía informal 2003-2012, base 2008.”), que tiene un precedente cercano en otro publicado hace como un año (“México: nuevas estadísticas de la informalidad laboral”), en donde ya se dieron pistas sobre la dimensión de los mercados laborales informales, aunque este instituto advierte en su comunicado que el nuevo documento presenta “por primera vez” datos sobre la evolución de la informalidad en la producción y en el empleo a lo largo de esos diez años, periodo adecuado para afinar la percepción de la informalidad como una patología económica y social en cualquiera de sus múltiples formas de existencia.   

Yendo a los hallazgos del nuevo documento vale destacar dos cuestiones cruciales: en 2012 el 25% del PIB mexicano surgió de la economía informal  y el 60% de la población ocupada se ubicó allí: como 31 millones de personas. Estos dos porcentajes le corren la cortina a los añejos y profundos desequilibrios de la economía mexicana y, en consecuencia, advierten sobre los desafíos variados que enfrentan las políticas económicas y sociales actuales para  comenzar a superarlos.

Por estos dos datos impresionantes no hay inocencia o neutralidad en el  impulso gubernamental sistemático a las acciones pro mercado, ni  mucho menos en el adelgazamiento de la regulación estatal de la vida económica, medidas todas  que se han aplicado desde hace décadas como política de Estado, donde la infausta flexibilidad laboral (legislada o factual) ha sido dogma, meta y medio para arrasar las condiciones de vida de millones de familias mexicanas.

De ese 25% del PIB aportado por los agentes económicos informales, el 11%  proviene de los micronegocios o changarros de todo tipo y el 14% restante proviene de la laboriosidad individual que se distribuye entre “otras modalidades de la informalidad”: trabajadores no remunerados, trabajadores por cuenta propia, empleadores y trabajadores subordinados y remunerados (que tienen el mayor peso). Esta proporción (11/14) ha conformado la estructura estable del producto informal en los diez años estudiados, que no deja lugar para dudar del fracaso rotundo de las políticas públicas presuntamente avocadas a mitigar este escenario económico desfavorable para un proyecto nacional incluyente.

Y lo más llamativo es el dato siguiente, pues revela crudamente la pobreza y la desigualdad que marcan al país: del 60% de la fuerza de trabajo ocupada informalmente en 2012 (como 31 millones de personas), el 29% estuvo ubicada en los micronegocios (como 15 millones de personas) y 31% ubicada en las “otras modalidades de la informalidad” (como 16 millones de personas). De cada diez personas ocupadas en el país, cuatro estaban en el sector formal y 6 estaban en la informalidad. ¿Habrá forma de concluir con esta relación sintomática que todos los mexicanos están cobijados por cierta noción de patria y que no hay millones de mexicanos de segunda o tercera o cuarta clase?

Ahora sabemos con estos nuevos datos oficiales algo que está  a la vista de todos desde hace años, pues los informales concentran el 62% de su participación productiva en tres actividades: preponderantemente en el comercio (mercando toda clase de bienes del sector formal, por supuesto), en las manufacturas menores y en las actividades agropecuarias, forestales y pesqueras, las que tradicionalmente han absorbido a las clases sociales aquejadas por altos niveles de exclusión y marginación sociales.

Y algo verdaderamente sorprendente: hubo tres actividades económicas en el 2012 en las que la contribución de las unidades económicas informales está por encima del 50% del total generado en los siguientes sectores de la economía: 93% en las actividades agropecuarias, forestales y pesqueras; 78% en los servicios personales, reparaciones y mantenimiento y 52% en comercio. Salta a la vista que los informales son predominantes en la generación de los bienes y servicios básicos y en el movimiento comercial de los mismos. Su importancia estratégica está fuera de toda duda, pero sin que reciban retribución económica suficiente, ni por los precios de lo que ofertan, ni tampoco por un gasto social compensatorio que los proteja mínimamente de las turbulencias que surgen de los mercados en que se mueven.

Por último, unos datos escuetos sobre la productividad de la economía informal. Si hay muchos produciendo poco (el 25 % del PIB es generado por el 60% de las fuerza de trabajo ocupada), es obvio que el dato promedio de productividad (valor de la producción por persona ocupada) es altamente desfavorable entre 2003 y 2012 frente a la economía formal: 387.355 pesos anuales por ocupación formal, mientras que en la economía informal ésta fue de 118.523 pesos anuales por ocupación informal. O sea que la productividad de la economía formal, remarca Inegi, es 2,3 veces superior a la de la productividad de la economía informal: esta brecha significativa de productividades es la que explica en buena medida los bajos ingresos de los informales.     

En un breve trabajo de Francisco Rodríguez Montoya, publicado en el Reporte Macroeconómico de México de julio de este año, estima que entre el primer trimestre de 2006  y el primer trimestre de 2014 se redujo en términos reales en 22% el ingreso de las personas ocupadas en el país (formales e informales), que alcanzan a ser un total de casi 50 millones en este año. Este dato expresa que el empobrecimiento avanza y se masifica por la vía de salarios bajos y empleos precarios e inestables. Escrutando en los ingresos promedio de los informales ocupados se encuentra que son 21% menos que los de los formales; este economista estima que en el periodo referido los ocupados en la informalidad  disminuyeron sus ingresos en -19,5%, contra una caída mayor de -22,7% en los ocupados en la economía formal. Hay ahora, aparentemente, incentivos para rehuir el “paraíso” formal o no entrar en él, lo cual refleja, entre otras cosas, las enormes dificultades que ha generado la persistente precarización del mercado laboral formal, donde el deterioro del salario mínimo entre 1976 y el 2000 -que cayó en 76% en esos 24 años-, ha jugado un papel de primera importancia en delinear esta tendencia salarial. Subraya Rodríguez Montoya que entre el 2000 y el 2014 dicho salario se ha mantenido casi constante (pero con un poder adquisitivo paupérrimo, aclaro).

Las cifras comentadas abren muchas preguntas sobre el papel de la economía informal de México, que ya no pueden tener las respuestas convencionales y trilladas, en especial aquellas que se encuentran en el gobierno actual, que procura neciamente la “formalización de los informales” en un entorno de persistente atonía económica, tanto en 2013 como en lo que va del 2014.

No es ningún secreto o enigma que, tanto el perfil social sombrío, como el tamaño creciente de la economía informal de México, dan la medida de las consecuencias directas de un modelo económico cuasi estancado e ineficiente y de un sistema político que se aleja diariamente de objetivos y prácticas democráticas, sin soslayar la corrupción pandémica que socava prácticamente casi todas las relaciones sociales.

En la vasta y compleja economía informal se subsiste y se vive de muchas maneras y la exclusión social padecida por la mayoría de sus integrantes tiene muchos rostros. Coexisten allí ilegalidad y tolerancia, opulencia e indigencia, violencia y resignación, abnegaciones y depravaciones, tradición e innovación, opacidad y transparencia, inmundicia y nobleza, y otras incontables paradojas que allí están y seguirán por un buen rato.

Esto no tiene vuelta de hoja en el corto plazo: la creciente informalidad económica es un reto colosal, inocultable en el catálogo de los grandes problemas nacionales. Su afianzamiento amenaza la plataforma social para construir una sociedad justa y una economía sólida y eficiente.

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