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Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Mar, 11/05/2010 - 10:34

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Constatar que en el mundo existen fanáticos con vocación homicida no es por desgracia una novedad. Pero establecer su relativa incompetencia para despachar al prójimo hacia el otro mundo, sí lo es.

Primero fue el viejo truco del explosivo en el zapato. Luego fue el intento de introducir explosivos líquidos en vuelos aerocomerciales. Después vino el candidato a mártir que intento inmolarse haciendo estallar sus calzoncillos. Finalmente, tuvimos el intento de volar una camioneta en Times Square, cuya inverosímil carga explosiva consistía en un cóctel de gas doméstico, fertilizantes químicos y fuegos pirotécnicos.

Ironizar al respecto podría parecer de mal gusto, si se tiene en consideración el potencial letal de esos atentados fallidos. Pero el punto es precisamente que el hecho de que todos ellos fracasaran no parece ser producto del azar.

En primer lugar, sugieren que el 11 de Septiembre fue un hecho único, para cuya ejecución los esbirros de Al Qaeda se prepararon de manera paciente y metódica, pero sin dejar tras de sí “células durmientes”, capaces de continuar con la vorágine homicida. Prueba de ello sería el que en la mayoría de los casos mencionados, al igual que en otros abortados de manera temprana, los malogrados perpetradores eran ciudadanos de los países en los que pretendían actuar, sin mayor pasado político. Por eso mismo, no estaban bajo la mira de los servicios de inteligencia cuando, en la mayoría de los casos, viajaron hacia Pakistán para enrolarse en grupos vinculados a Al Qaeda y recibir adiestramiento.

La falta de experiencia previa, unida a la relativa premura y precariedad de ese adiestramiento, explicarían lo chapucero de su técnica y modus operandi. En más casos de los que llegan a los titulares, los sujetos en cuestión no alcanzan siquiera la fase operativa, siendo atrapados debido a la delación de la que son objeto por parte de miembros de la comunidad musulmana en su país de origen, o incluso de sus propios familiares. En la mayoría de casos no cuentan con apoyo logístico de ningún tipo, y no pocas veces los perpetradores son individuos que actúan completamente solos. Ese cúmulo de circunstancias explicaría porque ninguna de sus acciones en los Estados Unidos ha tenido éxito desde septiembre del 2001 y, en países como Inglaterra o España, desde marzo de 2004. 

Pero eso no implica que esos personajes cejen en su intento de realizar atentados terroristas en el territorio de algunas potencias occidentales, y tampoco significa que estén condenados a fracasar en todos sus operativos. De hecho, su ventaja estratégica radica en que bastaría con que uno solo de esos múltiples intentos tenga éxito, para lograr una repercusión en los medios y la opinión pública que, al menos por un tiempo, los devuelva al centro de la agenda política.

Pero lo dicho sí parece implicar que la capacidad operativa de organizaciones e individuos vinculados a (o inspirados por) Al Qaeda se ha visto degradada de manera significativa en los últimos años, y que, con excepciones probables como las de Afganistán y Pakistán, las tendencias globales les son desfavorables.

Sin embargo, como señalara en su momento la revista “The Economist”, esas tendencias se explican por el “gen autodestructivo” que compone el ADN de Al Qaeda, antes que por las políticas de las potencias occidentales. Después de todo la red de Al Qaeda ha asesinado muchos más civiles musulmanes que civiles o soldados de potencias occidentales a lo largo de su existencia. Con lo cual, a juzgar por las encuestas, alienó por completo a  quienes pretendía representar.

Si alguien duda de esa conclusión cabría recordarle que, según la base de datos sobre terrorismo de la Universidad de Maryland, tanto el número de atentados suicidas como el número de víctimas mortales por acciones terroristas crecieron de manera exponencial en el mundo a partir de 2003. Es decir, el año en el que el gobierno de los Estados Unidos decidió invadir Irak, alegando razones que probaron ser falsas. Y si bien esas cifras comienzan a descender hacia 2007, hasta ese año el 80% de las muertes por terrorismo en el mundo se producían en tan solo dos países: Irak y Afganistán. Es decir, los dos países que Estados Unidos decidió invadir y ocupar tras los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001.

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