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Lima y el polvo
Jue, 25/04/2013 - 18:54

Yoani Sánchez

La despedida de Fidel: a su manera
Yoani Sánchez

Yoani Sánchez es Licenciada en Filología. Reside en La Habana, Cuba, es una de las blogueras más destacadas en el mundo de habla hispana. Entre otras distinciones, por su trabajo en el blog Generación Y, ha recibido los premios Ortega y Gasset (2008), 25 Mejores Blogs Time-CNN (2009), María Moors Cabot (2009) y Príncipe Claus (2010), éste último, por haber sido seleccionada entre los 60 heroes de la libertad de expresión por el Instituto Internacional de Prensa (IPI), con sede en Viena, Austria.

A cada ciudad le adjudicamos un rostro, a cada lugar una personalidad. Camagüey se me antoja una señora sobria y de abolengo, Fráncfort lleva el pelo a lo punk y una corbata que apenas si le pega, Praga carga con unos ojos azules y la sonrisa irregular de aquel joven que se cruzó –solo un segundo– en mi camino.

Por su parte, Lima tiene una cara inenarrable pero cubierta de polvo. El polvo de Lima da vueltas y se posa alrededor de todo. Sobrevuela los acantilados que abruptamente se abren hacia un mar que a los caribeños nos resulta demasiado frío, demasiado agitado. Diminutas partículas de tierra y arena que se pegan al cuerpo, la comida, la vida. Polvo sobre las frutas de la selva, sobre el cebiche recién servido. Polvo metido en el “pisco sour” que deja al paladar con deseos de más y también con deseos de nunca más. Una capa dorada, irreal, que se unta en los parabrisas de los autos y en el vendedor de periódicos que desafía la luz roja del semáforo para vender su mercancía antes que anochezca. El polvo en el que todos terminaremos después del día final, pero que Lima nos lo adelanta en vida.

Una muchacha de piel cobriza me ha parecido Lima. Reservada, con algo de ese mutismo misterioso de los que vienen de la Sierra. Tiene además manos que alivian. Pues en Lima recuperé la voz y no es una metáfora. Llegué rendida de más de cincuenta días de intenso viaje, afónica y con fiebre. Me fui, repuesta, arropada por mis amigos y con la energía recobrada tras ver una ciudad que ya no cabe en sí misma. Hundí los pies en el Pacífico por primera vez, me trepé a los cerros de la villa El Salvador para ver a la gente ganándole terreno a la aridez del suelo y a la pobreza. 

También estuve en el centro histórico, con sus iglesias, sus ofertas para turistas y sus procesiones religiosas. Porque Lima es un sinfín de ciudades, algunas de ellas superpuestas caprichosamente sobre las otras. Es como una joven a la que el cuerpo le ha crecido demasiado y ya no le sirven sus propias ropas. De ahí los atascos en el transporte y las tantas grúas levantando edificios por todos lados. Esta ciudad, tiene un rostro formado sobre la prisa, un ojo de aquí, una boca de allá, una frente sacada de cualquier otro lugar; es mestiza, chola, alemana, suiza, chilena y española… es mucha Lima.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.

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