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Los ahijados de Lula
Mar, 15/03/2016 - 08:37

Hernán Pérez Loose

Fujimorato judicial
Hernán Pérez Loose

Hernán Pérez Loose es analista político ecuatoriano.

Cuando en junio de 2015 fue detenido Marcelo Odebrecht, el presidente ejecutivo de la constructora Odebrecht, su padre Emilio, ex alto ejecutivo de la firma y uno de sus propietarios, declaró que si su hijo era condenado, entonces el gobierno tendría que construir tres celdas más: una para él, “otra para Lula y otra para Dilma”. Semejante afirmación demuestra que los vasos comunicantes de la red de corrupción entre la citada constructora y el ex presidente Ignacio Lula, y la actual presidenta, Dilma Rousseff, habrían sido bastante graves.

En todo caso, lo que sí parece cierto es que la predicción de Emilio Odebrecht estaría por cumplirse. No solo que ya pesa sobre Lula un pedido de parte de uno de los fiscales que lo investigan de que se ordene su prisión, sino que la presión popular brasileña aumenta para que la misma suerte corra la actual presidenta. Los indicios de corrupción contra ambos crecen exponencialmente, como crece la frustración de millones de brasileños.

Y no es para menos. En el caso de Lula es simplemente otro héroe que resultó tener pies de barro. La narrativa del humilde lustrabotas que ingresó de operario en una metalúrgica de Sao Paulo para convertirse en un legendario sindicalista que llegaría al poder luego de varias derrotas electorales, y desde allí liderar a la izquierda latinoamericana, ha quedado sepultada bajo la montaña de las evidencias más descarnadas de una trama de corrupción y enriquecimiento personal.

Como muchos caudillos latinoamericanos que aparecen como sus ahijados políticos –los Chávez, los Maduro, los Kirchner, etcétera–, Lula estaba y está convencido de que su popularidad, su carisma y los logros innegables de su gobierno lo ubicaban por encima de la ley. En vez de servir al Estado, puso a este a su servicio. El asalto a los fondos públicos por parte de su entorno, el inexplicable incremento de su patrimonio, el despilfarro de los dineros estatales y el abuso y manipulación de las instituciones políticas, hasta los romances de alcobas con ejecutivas de jugosos contratos chinos, todo ello parecería quedar fuera del perímetro ético de estos caudillos; como si se tratasen de asuntos tan ordinarios como los de abrocharse una camisa.

Algunos de los ahijados de Lula han llegado hasta a caer en el ridículo en su afán de disipar las acusaciones en su contra cuando están por dejar el poder. A Cristina Kirchner se le ocurrió, por ejemplo, que visitando el Vaticano un par de veces antes de concluir su mandato, sus actos de corrupción quedarían como olvidados bajo el manto de los inciensos celestiales. Nada de eso le sirvió. El próximo mes Cristina deberá comparecer a declarar ante el acucioso juez Bonadío, quien le cursó una citación en una indagatoria sobre la venta futura de dólares del Banco Central. Y esta es apenas una de las causas que la esperan.

Como Lula, todos estos caudillos van a responder de sus actos ante esa justicia de la que, en sus días felices, parecían ser sus dueños y señores.

*Esta columna fue escrita originalmente en Eluniverso.com

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