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Merkel en África
Mié, 05/09/2018 - 10:31

Claus Stäcker

El golpe "frío" de Zuma en Sudáfrica
Claus Stäcker

Claus Stäcker dirige el programa para África de Deutsche Welle.

Rara vez ha sido surcado el espacio aéreo africano por tantas delegaciones gubernamentales alemanas al mismo tiempo: la canciller Angela Merkel viajó a Senegal, Ghana y Nigeria; su ministro de Cooperación Económica y Desarrollo, Gerd Müller, visitó Eritrea, Etiopía, Mozambique, Botsuana, Zimbabue y el Chad; y la ministra de Estado, Michelle Müntefering, del Ministerio de Exteriores, voló a Namibia. Así de importante se ha vuelto África para la política alemana.

Pero el foco de estas visitas deja muchas preguntas sin contestar. Mientras Müntefering fue a Windhoek, capital de Namibia, con la tarea extremadamente delicada de devolver la osamenta de Hereros y Namas, un acto de contrición hecho en nombre de Alemania, Müller viajó sin tensiones con miles de millones de euros en ayudas para el desarrollo incluso para Eritrea, Etiopía y Zimbabue, donde eso solía ser mal visto hasta hace poco.

¿Y la canciller Merkel? Ella escogió sus destinos muy cuidadosamente: Senegal, Ghana y Nigeria no sólo son países económicamente interesantes, sino que están en el centro del debate alemán sobre los flujos migratorios como Estados de origen.

Aquí es donde el asunto se torna álgido: Merkel no visitó el continente vecino ni una sola vez entre 2012 y 2015, pero, desde que más y más refugiados comenzaron a llegar a la Unión Europea, los viajes a África de la jefa del Gobierno alemán se han vuelto mucho más frecuentes. Merkel ha volado a casi diez Estados africanos desde 2016; y todos ellos son relevantes para Europa en términos de migración.

Llamados desesperados a la inversión

Merkel tiene muy buena reputación en África, precisamente por la política de asilo que adoptó en 2015 y por la que es duramente criticada en Alemania. Los anfitriones están muy contentos de tenerla entre ellos; su presencia es valiosa para los planes electorales del uno o el otro. Los medios germanos que acompañaron a Merkel en su periplo obtienen los codiciados titulares; éstos dejan claro el papel que juega la inversión extranjera en la estrategia para frenar la migración desde África hacia Europa. Hasta aquí, todo bien.

Pero estos viajes hacia el sur no desatan el nudo gordiano de la política africana de Alemania. Merkel promueve, y con razón, las inversiones alemanas. De 400.000 empresas alemanas activas en el extranjero, sólo un millar tienen operaciones en África. Y si obviamos a Sudáfrica, la cifra se reduce a menos de 400. Es decir, sólo una de cada mil compañías alemanas en el extranjero tiene intereses en África.

A los africanos les contenta oír a Merkel convocando a las restantes para que se acerquen a su continente; pero la canciller no puede obligar a nadie a hacerlo. Eso sólo lo consigue el Estado chino y los empresarios chinos ya están en todas partes.

2017, el llamado "año africano” de Alemania, dejó como frutos una gran cantidad de documentos, directrices e iniciativas de cooperación. Con su programa Compact with Africa, el Ministerio de Finanzas quiere fomentar sociedades de inversión seguras. Con la iniciativa Pro! Afrika, el Ministerio de Economía quiere afilar los instrumentos de la economía exterior. Y con el Plan Marshall con África, al Ministerio de Cooperación Económica y Desarrollo le gustaría salvar a todo el continente, preferiblemente sin ayuda de nadie más.

A estas alturas, algunas medidas han empezado a dar resultados: rompiendo la marca de los 1.000 millones de euros, las inversiones directas de 2018 ya habían superado en julio a aquellas del año pasado. Los instrumentos de garantía, sobre todo los avales Hermes, facilitan las inversiones.

Sin embargo, Alemania se extralimita con sus exigencias: el comercio con África sólo puede tener lugar a través de la Unión Europea y ese requisito causa problemas rápidamente: los Acuerdos de Sociedad Económica (EPA, por sus siglas en inglés), en los que Bruselas insiste sin contemplaciones, abruman a las economías africanas en su actual estado de desarrollo, según los expertos. Los obstáculos no son los aranceles, que el ministro Müller pide desmontar, porque éstos no existen. El verdadero problema es que hay muy pocas industrias que fabriquen productos con valor agregado, muy pocos productos terminados a precios competitivos y, por lo tanto, muy pocos puestos de trabajo.

Los granos, los tomates y las flores encuentran su camino hacia la UE, pero los pocos productos terminados no; cuando no es por la falta de electricidad en África es por las cargas burocráticas o las certificaciones exigidas. Es aquí donde Alemania puede ayudar.

Inevitable cambio de paradigma

En las relaciones con África no hacen falta nuevos papeles, sino un cambio de paradigma en la mente. Es decir, formular los propios intereses más claramente: desde las riquezas del suelo hasta la seguridad, pasando por poner freno a la migración ilegal. Alemania no debe presentarse como un sabelotodo, pero sí elegir a sus socios aplicando criterios claramente comunicados. Alemania debe curar su síndrome de salvador y actuar como un colega. En lugar de tener a un encubierto minsitro para África en el Ministerio de Cooperación Económica y Desarrollo, y departamentos que compiten por atención en tres carteras diferentes, Alemania debería tener a un coordinador efectivo en la Cancillería Federal.

Un modelo similar le vendría muy bien a Bruselas. Después de todo, la acción de rechazar a los refugiados en el Mediterráneo debe ir de la mano de perspectivas. Un programa coordinado de inversión y comercio que siempre tenga presente las insólitamente altas subvenciones agrarias europeas. Alemania, que en África es percibida como la locomotora de la economía europea, también debe seguir siendo un socio confiable de las democracias y sociedades civiles frágiles. Para actuar creíblemente, Alemania debe confrontar su pesado legado colonial, como en Namibia. Ese es un proceso doloroso. Ese proceso debería haber empezado con la planificación de estos viajes a África: en lugar de enviar a una ministra de menor grado, es la canciller quien debía haber volado a Windhoek para hacer el desagravio. Esa habría sido una señal mucho más fuerte.

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