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Ni pobres ni clase media: la vida en el límite
Mar, 14/08/2012 - 11:22

Eduardo Ortíz-Juárez

Juguemos con los impuestos…
Eduardo Ortíz-Juárez

Eduardo Ortiz-Juárez se desempeña desde 2008 como Economista en la Unidad sobre Pobreza, Desarrollo Humano y ODMs de la Dirección Regional para A. Latina y el Caribe del PNUD. Sus líneas de investigación se relacionan con pobreza, desigualdad, clases medias, vulnerabilidad, desarrollo humano y políticas fiscales. Ha sido Subdirector de Análisis Económico y Social en la Secretaría de Desarrollo Social de México, y ha realizado diversas actividades de consultoría para el PNUD, el Banco Mundial, el Centro de Estudios Espinoza Yglesias y el ITESM. Obtuvo una Maestría en Economía y Políticas Públicas y un Diploma en Análisis Estadístico y Evaluación de Impacto en la Escuela de Graduados en Administración Pública del ITESM, Campus Ciudad de México. Cursó la Licenciatura en Economía en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

A sus 50 años de edad y con un hogar compuesto además por su esposo e hijo de diez años, Geno (1) mira hacia atrás y me afirma con satisfacción que ha logrado que su hijo crezca en un ambiente opuesto a la pobreza extrema que ella experimentó durante su niñez. No recibe ningún apoyo del gobierno y no considera que su familia esté en condiciones de pobreza -aunque tampoco se ve perteneciente a la “clase media”-. Me comenta, también con satisfacción, que en su hogar disfrutan de la mayoría de bienes necesarios para la vida cotidiana, incluida una consola de juegos para su hijo y computadora sin internet.

Con un ingreso total per cápita cercano a US$300 dólares mensuales, del cual ella es responsable del 60%, ciertamente escapa a la pobreza y su auto percepción coincide con una reciente definición objetiva de la clase vulnerable (ii). Pese a su mejor condición relativa, ella mantiene todos los días una preocupación central: no tener acceso a un crédito para adquirir una vivienda y no contar con una pensión para cuando ya no pueda trabajar, pues teme que su hijo caiga en una situación de pobreza debido a la falta de ingresos, sin la posesión de un activo importante que lo evite, y con el riesgo de deserción escolar.

La situación de vulnerabilidad de Geno, al menos en términos de ingreso, es compartida por 39% de los hogares en México, 31% en Chile, y 37% en Perú (figura 1), proporciones que han permanecido sin importantes variaciones durante la última década, a diferencia de la pobreza que se ha reducido significativamente y de la clase media que se ha expandido volviéndose el grupo más numeroso en estos países.

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Debido a su nivel actual y a que crea inseguridad afectando el bienestar, la vulnerabilidad debe ser un componente central de las acciones del Estado para garantizar un nivel mínimo de protección ante la presencia de riesgos idiosincrásicos (desempleo, enfermedad, e invalidez) o sistémicos (crisis económicas, eventos climáticos extremos, y variaciones en los precios de productos básicos). Atender estos riesgos debe ser prioridad porque, por un lado, los mercados de crédito y aseguramiento son imperfectos o no están disponibles en todos lugares; por el otro, porque la protección que está bajo control propio de los hogares resulta, la mayoría de las veces, insuficiente, ubicando a estas familias en (trampas de) pobreza. Evidencia reciente para la región muestra que choques externos, como crisis económicas o la ocurrencia de eventos climáticos extremos, han incidido negativamente sobre la mortalidad infantil y materna, la deserción escolar, la incidencia de pobreza y el nivel de desarrollo humano.

Para los países que describo aquí, un análisis de transición arroja que cerca del 10%, 23% y 19% de los hogares vulnerables en el año inicial en México, Chile y Perú, respectivamente, cayeron en pobreza en el año final (cuadro 1). Más aún, durante el periodo mostrado en este cuadro, entre el 10% y 20% de los hogares vulnerables experimentaron al menos un evento de salud sobre algún miembro que implicó “gastos de bolsillo” considerables.

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Los gobiernos han dado prioridad al diseño y focalización de esquemas de transferencias en efectivo para la población en pobreza que han tenido efectos muy importantes en la reducción de la misma y en la formación de capital humano. Sin embargo, los gobiernos deben sumar como desafío actual el diseño e implementación de un esquema mínimo de protección, de acceso universal, que prevenga a los hogares ante este tipo de riesgos y evite un deterioro significativo del bienestar. El acceso universal a estos beneficios debe significar romper con la tradición latinoamericana de vincular la mayoría de prestaciones (seguro médico y de invalidez, pensión, cuidado infantil, créditos para vivienda, entre otras) con el mercado laboral formal.

Por supuesto que un esquema de este tipo debe tener una fuente clara de financiamiento y, dependiendo del contexto de cada país, deberá analizarse rigurosamente si la provisión de un determinado paquete de beneficios universales es sostenible en el tiempo y consistente con la capacidad fiscal del Estado. Pero sin duda, comenzar a diseñar estrategias efectivas de protección para la población vulnerable -además de continuar reduciendo los niveles de pobreza y desigualdad- ayudará a crear sociedades capaces de favorecer el desarrollo económico, la cohesión social y las condiciones para romper la vulnerabilidad y el círculo intergeneracional de pobreza que enfrenta hoy en día el hijo de Geno.

(1) El relato de la vida de Geno cuenta con su plena autorización para ser publicado.

(2) En el estudio vinculado, la clase vulnerable es definida como aquella con un ingreso per cápita diario en el rango $4-10 ($122-304 al mes) y la clase media en el rango $10-50 ($304-1,521 mensuales). La línea de pobreza corresponde a $4 al día, o $122 mensuales. Todas las cifras están expresadas en dólares ajustados por paridad de poder de compra.

 

*Esta columna fue publicada originalmente en la revista Humanum.

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