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Padres tecnológicos, hijos conectados
Mar, 09/11/2010 - 09:19

Alexandre Hohagen

El alto costo de internet dilata el creciente desarrollo de América Latina
Alexandre Hohagen

Director General de Google para América Latina, compañía a la que se integró en 2005 como jefe de ventas para Brasil. Anteriormente se desempeñó como Director de HBO en ese país, donde supervisó las operaciones del canal HBO Premium y Warner Channel. Asimismo, trabajó en diferentes cargos en UOL (Universo on-line), dentro de los que se destaca el de Director General de las Operaciones del departamento de ventas en los Estados Unidos y el de Vicepresidente de Publicidad y e-comercio. Posee un grado en relaciones públicas de la universidad de Sao Paulo y grados en la Administración de Empresas de IMD (Suiza) y de IIHR (Holanda).

"Papá, ¡el e-mail ya pasó de moda! Te lo mando por SMS”, me respondió mi hija cuando le pedí que me enviara cierta información a mi correo electrónico.

Más allá del histrionismo o la exageración implícitos en esa afirmación, lo que sí es cierto es que cuando uno intenta comunicarse con un adolescente por e-mail, es bastante alta la probabibilidad de que nunca recibamos una respuesta. La razón es simple: las nuevas generaciones que nacen y crecen de la mano de la tecnología están cambiando la forma en que se comunican y socializan.

Como padre "tecnológico”, he observado con mucho interés esta evolución. Ya no basta con conocer las  últimas y mejores tecnologías. Es preciso involucrarse más de cerca para entender lo que está cambiando en la mente de estos chicos. Con ese objetivo en mente, compré y aprendí a usar una consola de DJ  para recibir a los amigos de mi hija en reuniones en casa.

A partir de ese acercamiento con los chicos descubrí que hay muchos aspectos de esa generación que nosotros no controlamos y que forman parte de un mundo nuevo. Primero: los jóvenes se comunican por medio de mensajes cada vez más cortos. Segundo: los adolecentes están acostumbrados a tener acceso a la información de manera instantánea; para ellos, no tiene sentido ir a la biblioteca y hurgar entre libros de papel para encontrar las respuestas a sus preguntas. Y, por último, están de alguna manera obsesionados por compartir con el mayor número de personas posible todo lo que hacen.

Como papá, necesitaba adaptarme al mundo de mi familia. Para mi hija adolescente, los mensajes de texto y las redes sociales generalmente funcionan mejor que el correo electrónico. Por su lado, mi hija menor, que está en su proceso de alfabetización, no acepta un "no sé" como respuesta. Para ella, un teléfono celular o una computadora tienen la capacidad de responder en cualquier momento lo que ella quiere saber. El otro día le preguntó a mi esposa cuántos países hay en el mundo. Y, dada la respuesta negativa, dijo: "¡Pero tienes Google en tu celular!". Buscado y respondido.

El desafío, sin embargo, va mucho más allá de compartir información. Estos jóvenes están ampliando su capacidad para relacionarse con su entorno y con los demás, impulsados por la necesidad de compartir con más y más personas lo que hacen y lo que les gusta. Muchas veces, saber quién es quién entre cientos de "amigos virtuales" no es tarea fácil. En mis tiempos, ser popular era organizar una fiesta con los compañeros de la escuela. Hoy, es popular quien tiene mayor número de seguidores en Twitter o amigos en Orkut o en Facebook.

También es cierto que en ese deseo de multiplicar sus conexiones reside un riesgo, y que de nosotros, los adultos, depende el control. Hace poco, una pareja de adolescentes se prestó a una exhibición poco ortodoxa simplemente para incrementar el número de seguidores en sus perfiles en Twitter. Cuanta más gente conectada, más osados se comportaban. Terminaron con casi 10.000 seguidores y una conversación poco agradable.

Ser padre hoy es un desafío muy grande. Requiere dedicación y equilibrio entre la  libertad otorgada y las circunstancias de la vida moderna. Hace algunos años, tomé algunas decisiones simples que me ayudaron a mantener ese equilibrio. Por ejemplo: durante mucho tiempo acepté que mi hija mayor accediera a las redes sociales con una clave de acceso compartido. Traté de enseñarle lo básico: no aceptar como amigos a gente que no conociera, tener cuidado con lo que dice en internet y, sobre todo, no compartir información personal.

Y más allá de estas medidas, conversar y comprender lo que está cambiando en los hábitos de las nuevas generaciones es lo que más ayuda en el desafío de educar en tiempos modernos.

Internet permite acelerar el desarrollo infantil en muchos sentidos y es un medio esencial para la evolución de la sociedad. Al igual que en el mundo físico, la inserción de nuestros hijos en esta nueva realidad tiene que ocurrir paso a paso y con supervisión. ¡Aunque su padre se especialice en internet y tecnología!

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