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Paradojas de la elección alemana
Mar, 03/10/2017 - 13:22

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Cuando Barack Obama visitó Hiroshima en 2016 dejó en claro que el propósito de su visita era relievar el buen estado de la relación bilateral, y no pedir disculpas por las bombas atómicas que su país lanzó sobre Hiroshima y Nagasaki. Disculpas que no le solicitaba el Estado japonés ni, según encuestas, esperaba la mayoría de sus ciudadanos. De un lado, porque consideran esos ataques como el hito fundacional de la misión que su nación se trazó tras la Segunda Guerra Mundial: fomentar la paz y la abolición de las armas nucleares. De otro, sin embargo, por el temor de abrir una caja de pandora de la que emergieran controversias históricas como las masacres de Nanking, el santuario Yasukuni, o la esclavitud sexual a la que el ejército imperial japonés sometió a mujeres coreanas. Porque si algo caracteriza a toda historia oficial es que prefiere prescindir en su relato de aquellos hechos que pudieran herir el orgullo nacional (o, cuando menos, reinterpretar su relevancia).

Existe, sin embargo, una excepción admirable y ejemplar, en parte precisamente por su singularidad: el caso de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. No abundan los casos en los que la historia oficial reconozca sin contemplaciones las atrocidades cometidas por el propio Estado, con las consiguientes implicaciones (pedir perdón, conmemorar los hechos, pagar reparaciones, etc.). Ello tal vez se explique en parte por la singularidad de los crímenes cometidos (en particular el genocidio contra los judíos europeos), pero no por el hecho de que Alemania perdiera de modo incondicional la guerra (Japón perdió de modo incondicional la misma guerra, pero no procesó del mismo modo su oneroso legado histórico).

Y, sin embargo, dirigentes del partido Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) no ven en esa singularidad algo digno de admiración, sino todo lo contrario. Refiriéndose al Monumento al Holocausto de Berlín, Björn Höcke indicó que los alemanes son “el único pueblo en el mundo que plantó un monumento de la vergüenza en el corazón de su capital”. Höcke es dirigente de AfD en su principal bastión de la antigua República Democrática Alemana. Ello contribuye a explicar las opiniones que se debaten dentro de AfD.

De un lado, Alemania oriental no procesó la experiencia de la Segunda Guerra Mundial de la misma manera que Alemania occidental. En la narrativa histórica del bloque comunista, la Segunda Guerra Mundial fue una conflagración entre potencias imperialistas por el reparto de zonas de influencia. Por ende los únicos responsables de la guerra y sus atrocidades fueron las clases dominantes de esas potencias. Los pueblos (incluido el pueblo alemán), no tenían culpa de nada. De otro lado, tras la reunificación el desempleo oficial en la Alemania del Este pasó de alrededor de cero en 1990 a cerca de 20% en 1996. Y cuando comenzaba a reducirse al cabo de una década, los recortes en el gasto social bajo el gobierno de Gerhard Schöder afectaron más a los Estados del este, que eran menos prósperos y tenían mayores tasas de desempleo en un país que, en forma simultánea, veía crecer la desigualdad en la distribución del ingreso.

La mayor paradoja en todo ello fue que el discurso contra la inmigración de AfD brindara su mayor rédito electoral en los Estados del noreste de Alemania, en donde apenas existen inmigrantes.

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