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Penitencia
Jue, 12/04/2012 - 10:48

Yoani Sánchez

La despedida de Fidel: a su manera
Yoani Sánchez

Yoani Sánchez es Licenciada en Filología. Reside en La Habana, Cuba, es una de las blogueras más destacadas en el mundo de habla hispana. Entre otras distinciones, por su trabajo en el blog Generación Y, ha recibido los premios Ortega y Gasset (2008), 25 Mejores Blogs Time-CNN (2009), María Moors Cabot (2009) y Príncipe Claus (2010), éste último, por haber sido seleccionada entre los 60 heroes de la libertad de expresión por el Instituto Internacional de Prensa (IPI), con sede en Viena, Austria.

Después de la tormenta puede venir también la tormenta, el huracán, el tornado. Hace unos días, creíamos que el castigo se concentraría entre lunes y miércoles de la semana pasada, que duraría solo el tiempo en que Benedicto XVI estuviera en tierra cubana. Aquellas intensas jornadas las vivimos entre rezos y gritos, con plazas llenas y calabozos atestados. Los teléfonos móviles en lugar de brindarnos comunicación se convirtieron en cajitas de silencio, en aparatos inútiles. Solo cuando el avión del papa despegó, comenzaron las excarcelaciones y se reconectaron algunos de los celulares que habían estado “sin servicio”. Parecía que para el sábado o el domingo el cansancio de las fuerzas represivas nos daría un respiro.

Sin embargo, todo padre autoritario sabe que después de la penitencia el hijo opta por la total sumisión o por una mayor desobediencia. En algunos puntos del Oriente cubano se han sucedido protestas callejeras ante el arresto de activistas y se ha desatado la consiguiente oleada de escarmiento policial. Ayer (esta columna fue publicada originalmente el 3 de abril), un grupo de oficiales y miembros de la Seguridad del Estado allanaron la casa del opositor José Daniel Ferrer y se lo llevaron a él, a su esposa y otros colegas. Cargaron también con cuanto objeto les pareció desestabilizador: libros, periódicos, fotos, ordenadores. Ninguno de los testigos recuerda que hayan mostrado una orden de registro o de confiscación, mucho menos un documento con los motivos para el arresto.

Cuando el arroz en las rodillas, los azotes en la espalda y los encierros en la oscuridad ya no funcionan, el patriarca despótico sabe que debe apretar el puño. Confía en que aumentar la gravedad del correctivo hará al retoño inconforme entrar en razón, pero en realidad solo logra que su rebeldía crezca. Incluso quienes nunca se han atrevido a contrariar al gobierno sienten que estas penitencias –cada vez más frecuentes– les generan simpatía con el agredido y no con el agresor. Presenciar la represión acelera así el proceso de complicidad entre los ciudadanos ante el totalitarismo. Cada golpe que le dan a uno puede despertar al otro que finge dormir plácidamente a su lado. Juntos tienen la oportunidad de encontrar la ventana para escapar del encierro o –en su lugar– acercar el momento de echar a papá de casa.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.

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