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Por los laberintos del banquero ecuatoriano Guillermo Lasso
Mié, 03/10/2012 - 09:11

Hernán Ramos

Eduardo Castro-Wright: en la puerta del horno se le quemó el pan
Hernán Ramos

Hernán Ramos es economista, editor, escritor, docente universitario, consultor internacional en economía y medios latinoamericanos. Fue editor general del Diario El Comercio de Quito, Editor-Fundador del Semanario Económico Líderes. Colabora habitualmente con medios de Colombia, Argentina, México. Escribe sobre temas económicos, sociales, políticos que interesan a la región.

Guillermo Lasso Mendoza (GLM) no da puntada sin dedal. Él, de radical credo religioso (es figura del Opus Dei Ecuador), de dilatada forja en el mundo del dinero, de ajetreada vida política desde los días de Jamil Mahuad, evita el desliz en su tarea tripartita. Él mantiene su conducta como militante religioso, banquero privado de cepa (hace poco dejó el cargo de patrón, pero conserva su capital) y político de viejo cuño. Este es el meollo de su yo. Pero no siempre la voluntaria simetría de sus actos ha coincidido con la necia asimetría de los hechos económicos y políticos que le han involucrado.

Para rastrear su hoja de vida en el plano bancario, remitámonos a los convulsos días de la crisis financiera, cuya génesis se remonta a los años 1992-96, cuando el binomio Durán Ballén-Dahik puso en marcha leyes, decretos, resoluciones y reglamentos que cambiaron el mapa financiero nacional. Esos cambios (que meses después tendrían efectos telúricos sobre millones de ecuatorianos) fueron aplaudidos y bendecidos por la comandancia general de la banca privada. En esos días ocurrió una convergencia natural: la reforma "sixtista" -que liberalizó el mercado del dinero, distanciándolo del Estado- engranó con la agenda corporativa de la banca ecuatoriana. Es difícil recordar otro empalme histórico tan preciso entre capital y poder, entre elite económica y clase política, entre hambre y necesidad... Y sin ser ésta la única causa, de ahí derivó la historia que luego terminaría en tragedia cuando estalló el crac bancario de 1999.

¿Cuál era la quintaesencia de aquella felicidad financiera? GLM, presidente ejecutivo del Banco de Guayaquil y vocal de la Junta Monetaria de la época, nos ilumina: "El proceso de estabilización de la economía ecuatoriana, caracterizado por el incremento de la reserva monetaria internacional, la reducción de la inflación, la renegociación de la deuda externa, la promulgación de dos nuevas leyes importantes, la de Instituciones del Sistema Financiero y la de Mercado de Valores, el proceso de desregulación especialmente en lo que se refiere a las tasas de interés y la reducción del encaje bancario han creado un entorno adecuado para producir el incremento de la eficiencia del sistema bancario ecuatoriano durante 1994". ("La Banca crece en eficiencia", Guillermo Lasso, Guayaquil, agosto 25, 1995, pág. 1. Subrayado de GLM).

Tan prolífico diagnóstico, palabras más, palabras menos, coincidió 99,9% con el de las autoridades económicas (p. ej.: Superintendencia de Bancos, Banco Central). Pero la luna de miel duró poco. La guerra Ecuador-Perú drenó US$600 millones del erario nacional y desequilibró las cuentas fiscales; la caída de Dahik implicó la salida del jefe del proyecto neoliberal en marcha; el débil y corrupto control bancario salió a flote con el Caso Continental; afloraron las peores prácticas antiéticas de ciertos banqueros, mientras el resto del sindicato se tapó ojos-oídos-nariz-y-garganta sin denunciar a sus compadres... En diciembre de 1995, cuatro meses después de que Lasso describiera el paraíso bancario, llegó la hora del purgatorio. Quebraron varias financieras privadas, alegres intermediadoras de plata ajena, cobijadas -oh sorpresa!- en la permisiva Ley Financiera que Lasso alabó. Luego surgió el demonio mayor: la insolvencia del Banco Continental, el número 5 del sistema en ese momento.

En marzo de 1996, el Banco Central (BCE), cual bombero improvisado, apagó el fuego y tomó el control del grupo financiero hasta entonces propiedad de los tristemente célebres hermanos Ortega-Trujillo. Para evitar la quiebra del monstruo de papel, el Central inyectó capital fresco ahí donde la prestante familia había dejado despojos. El BCE usó un "crédito subordinado" para frenar el tsunami que todos los banqueros privados temían. Esa solución fue producto de la terrible presión bancaria para que, con plata pública, se evite una supuesta quiebra sistémica. Este punto de inflexión -que los economistas llaman "riesgo moral", y la gente de a pie, "chantaje financiero"- fue determinante. El salvataje siguió su marcha con un desenlace marcado. "El antiguo Banco Continental -justificó el BCE- experimentó problemas de liquidez desde principios de 1995. Pese a haber recibido préstamos de liquidez por parte del BCE hasta febrero de 1996, por un saldo total aproximado de 480.000 millones de sucres, la crisis del Continental se agudizó hasta que se produjo la decisión de las autoridades monetarias en marzo de 1996".

De esto y más estaba perfectamente informado Guillermo Lasso, en su doble condición de cabeza del Banco de Guayaquil y, sobre todo, como vocal-representante de la banca privada en la Junta Monetaria (ocupó ese cargo entre 1994 y 1996). Por tanto, Lasso tuvo activa participación en el proceso de salvataje del Banco Continental. Al respecto, léase este párrafo de un informe del propio Banco Central: "En sesión del 20 de marzo (de 1996), la Superintendencia de Bancos y la Junta Monetaria autorizaron para que el BCE otorgue un préstamo subordinado al Banco Continental para fortalecer su patrimonio, de acuerdo con el art. 147 de la Ley General de Instituciones del Sistema Financiero (LGISF). Dicho préstamo se condicionó a la firma de un contrato de fideicomiso mediante el cual el Banco Central asumió el control de la dirección y administración del Nuevo Banco Continental, incluyendo sus subsidiarias y filiales" ("El caso del Grupo Conticorp: aumento de capital cuestionado y presunto beneficio a empresas relacionadas y a accionistas, a expensas de los depositantes", BCE).

Al final, la operación Banco Continental se concretó. Los Ortega-Trujillo salieron del negocio luego de comprobarse que, a través de una sofisticada ingeniería bancaria (incluida la piramidación de capitales y el uso intensivo de su banco off shore para mover inmensos recursos de Ecuador hacia el exterior) habían vaciado el patrimonio de la entidad, mientras Pablo Lucio Paredes entraba a gerenciar ese elefante blanco. Esta crisis tuvo un altísimo costo financiero y un precio caro para la banca privada en términos de credibilidad. Con dinero público -en total, más de US$150 millones del Banco Central- se capitalizó al Banco Continental y nunca hubo el quiebre del sistema, previsto por un grupo de agoreros interesados y especializados en hacer terrorismo financiero. (Por cierto, muchos de esos agoreros salieron de las mismas filas bancarias, que luego, hábilmente, atribuyeron a la prensa seria del Ecuador, la que seguia profesionalmente la cobertura y analizaba la crisis bancaria, la responsabilidad de haber puesto en riesgo a todo el sistema bancario. De este tema me ocuparé en su momento).

En general, tras esta solución-parche del Banco Continental (tan parche fue esa salida que meses después el banco quebró definitivamente), los problemas de fondo pasaron al BCE (p. ej.: con los juicios penales contra el Gerente del BCE, Augusto de la Torre, por parte de los Ortega-Trujillo), mientras la banca privada, si no feliz, al menos respiraba con honda tranquilidad porque, entre otros efectos, le había doblado la mano al Estado en la solución de una crisis bancaria que afectaba a uno de los suyos. En el salvataje del Banco Continental, un caso flagrante de corrupción bancaria netamente privado, pero de amplia repercusion social, sin duda, ya que se inyectaron enormes cantidades de recursos de todos los ecuatorianos, la figura de Guillermo Lasso no resulta ni marginal ni accidental. Él, seguramente, recibió palmadas y aplausos por hacer valer los intereses del gremio bancario en medio de una crisis que, vista a la distancia, fue un pálido reflejo de lo que vendría poco meses después, cuando Jamil Mahuad estaba ya en la Presidencia del Ecuador y el propio Lasso... Bueno, para qué me adelanto. Esa historia queda para las próximas entregas.

*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Rienda suelta... apuntes de Hernán Ramos.

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