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Pymes: entre el romanticismo y la dura realidad
Mar, 22/06/2010 - 11:11

Patricia Teullet

Pymes: entre el romanticismo y la dura realidad
Patricia Teullet

Es economista de la Universidad del Pacífico. Ha sido responsable del manejo del mayor programa de nutrición infantil en el Perú. Asimismo, ha sido viceministra de Economía, en el ministerio de Economía y Finanzas, y viceministra de Desarrollo Social en el Ministerio de la Presidencia de Perú.

América tiene un puesto de dulces que atiende mientras cuida al menor de sus cuatro hijos. Rosa y Pedro venden diarios en una esquina transitada desde las seis de la mañana. Tienen clientes conocidos a los que fían y buscan ediciones especiales.

Julián es marino. Era. Ahora maneja un taxi. Miguel también. Se jubiló hace años de una empresa industrial y, para evitar que se deprimiera por quedarse solo, su psiquiatra le recomendó hacer taxi para tener con quién conversar. Los pasajeros son parte de su terapia.

Elvira vende cosméticos por catálogo. Bartolo limpia y repara zapatos a domicilio. Ignacio es gasfitero (y también hace reparaciones eléctricas si hace falta).

Todos ellos se suman a los empresarios de metalmecánica, confecciones, gastronomía o comercio que hacen que las encuestas digan que el Perú es un país de emprendedores. Las estadísticas muestran que el 98% de las empresas en el Perú son mypes. Que explican el 77% del empleo y el 42% del PIB.

Aparentemente confirman los resultados de las encuestas. O simplemente confirman que no hay empleo suficiente en empresas grandes y que los peruanos son los campeones del “recurseo”.

¿Pero cuál es el problema con esto? Que detrás de esas cifras cuya lectura amable nos habla del espíritu emprendedor y de supervivencia de los peruanos, está la revelación de bajísimos niveles de productividad. Haciendo los cálculos, encontramos que la productividad en una empresa grande es casi cinco veces la que se encuentra en una pyme (y obviamente los niveles de ingreso reflejarán también estas diferencias). Así, más allá de la visión romántica de quienes se imponen a la adversidad, tenemos que, en tanto no sea posible aumentar la participación de la pequeña empresa en la generación de la riqueza nacional, sólo se logrará perpetuar la pobreza.

William Lewis (The Power of Productivity) explica que la única forma de lograr el desarrollo económico es aumentando la productividad, identificando (y luego eliminando) las barreras que impiden incrementos de productividad en los sectores más relevantes, por su participación en el empleo.

En el Perú, está el sector pyme. Más aún, su permanencia en las condiciones actuales, que incluyen una gran informalidad, estaría afectando también la productividad de empresas formales, de mayor tamaño y con mayor potencial productivo. Según un informe de McKinsey para el caso de Brasil, “al evadir impuestos e ignorar las regulaciones de calidad y seguridad o violando los derechos de propiedad intelectual, las empresas no formales adquieren ventajas de costos que les permiten competir exitosamente contra empresas más eficientes que sí cumplen la ley. Con ello, estas últimas empresas pierden participación de mercado, reducen rentabilidad y tienen menos recursos para invertir en tecnología y otros mecanismos de incremento de productividad”.

¿Suena familiar? Continuemos: “Normas que limitan la productividad, tales como regulaciones laborales y tributarias, controles de precios, barreras al comercio y subsidios son problemáticas pues las restricciones al despido (que incrementan los costos de empleo) y las restricciones para la contratación de trabajadores temporales, inhiben a las empresas de contratar personal ajustándose a las fluctuaciones de la demanda… elevados impuestos al consumo reducen la demanda y fuerzan a la industria a focalizarse en la producción de bienes de bajo valor”.

“Otros factores que limitan la productividad son la falta de infraestructura… y la poca calidad de los servicios públicos (empezando con tan bajo nivel educativo que impide la introducción de tecnología)”.

Frente a ello, en lugar de introducir medidas que promuevan la competencia para asegurar la permanencia de los más productivos, los gobiernos hacen lo contrario: introducen subsidios que se pierden tan pronto la empresa deje de ser pyme, lo cual inhibe su crecimiento y consolidación, o promueve distorsiones, como incentivar las compras públicas a la pyme aun a costa de un sobreprecio que será asumido y restará bienestar a la sociedad en su conjunto.

Las pyme, e incluso las microempresas, requieren hoy reformas menos ampulosas pero de hilado más fino que las logradas ya en el ámbito macroeconómico. Si no damos ese paso, seguiremos teniendo el dudoso orgullo de ser el país de más emprendedores con menor contribución a la creación de riqueza.

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