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¿Qué demonios pasó con los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa?
Mar, 27/09/2016 - 09:41

Leo Zuckermann

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Leo Zuckermann

Leo Zuckermann es analista político y académico mexicano. Posee una licenciatura en administración pública en El Colegio de México y una maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Asimismo, cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia, Nueva York, donde es candidato a doctor en ciencia política. Trabajó para la presidencia de la República en México y en la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos. Su columna, Juegos de Poder, se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Imagen Electoral que se trasmite en Grupo Imagen. En 2003, recibió el Premio Nacional de Periodismo.

Este lunes se cumplieron dos años de la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa en Iguala. Este caso, como tantos otros en México, ya se convirtió en un asunto más de fe con fuertes divisiones en la narrativa de lo ocurrido. Hay quienes le creen a la Procuraduría General de la República (PGR). Hay quienes le creen al Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos. Hay quienes le creen a los forenses argentinos. Hay quienes le creen al Grupo Colegiado de Expertos en Materia de Fuego. Y hay quienes no sabemos qué demonios creer. Lejos de ser un asunto en el que hable la evidencia empírica y el análisis científico, esto se convirtió en un enfrentamiento de narrativas muy distintas.

Contrástese, por ejemplo, dos artículos aparecidos ayer en la prensa a propósito del segundo aniversario. El primero es de Jorge Fernández Menéndez. Para mi compañero de páginas en Excélsior no hay dudas: se conoce el destino de los 43 estudiantes: “las autoridades y los familiares de las víctimas lo saben desde finales de 2014 con toda claridad”.

El periodista cuenta con los testimonios de los criminales. Su relato es pavoroso. A los estudiantes, narra Jorge, los detuvo la policía municipal de Iguala. Se los entregaron a los sicarios del grupo criminal de los Guerreros Unidos quienes, en distintos vehículos, los trasladaron al basurero de Cocula. Algunos de ellos, cuando llegaron, “estaban muertos por asfixia”. A otros los habrían asesinado disparándoles en la cabeza y a unos más “a palazos”.

Luego procedieron a prender una pira para quemarlos. Aquí relata Jorge una anécdota espeluznante: “Cuando los están quemando, cuenta otro sicario, Salvador Reza Jacobo, alias El Lucas, que ‘le echaron relajo a El Jona y que le dijeron: a que te rajas Jona a comerte un pedazo de carne humana, y El Jona agarró un pedazo de carne y se lo comió. Dijo El Jona, cuenta El Lucas, que sabía bueno y El Pato dijo que cuando se están quemando huele mejor que la carne asada’.”

Según los testimonios, los sicarios se tardaron quince horas en calcinar los cuerpos. Cuando las cenizas se enfriaron, las colocaron en ocho bolsas de basura que arrojaron al río San Juan. De acuerdo con Fernández, “es inexplicable que se diga ahora que se debe hacer un nuevo peritaje en el basurero de Cocula, cuando ya se realizó uno avalado por cinco expertos internacionales que sostuvieron en que allí hubo un fuego que calcinó por lo menos a 17 cuerpos y donde fueron encontrados restos que, al menos en dos de los casos, fueron identificados como de las víctimas. Ese peritaje se realizó en Estados Unidos a pedido de la PGR, los representantes de los familiares y el GIEI”.

Compárese esta versión con la publicada ayer por Denise Dresser. Según la editorialista de Reforma, llevamos “dos años sin saber dónde está la verdad. Una investigación que según la PGR sigue abierta, pero en la cual no se avanza en las líneas de investigación apropiadas y señaladas por el GIEI sobre Ayotzinapa”.

Para mi colega de Es la hora de opinar, existe “un patrón de reportes contradictorios, pistas falsas, manipulaciones evidentes, líneas rojas y fuerzas intocables”. Y lanza las siguientes preguntas: “¿Las fuerzas del orden en Iguala no sabían quiénes eran los normalistas y qué hacían? ¿Por qué fuerzas policiales los atacaron a balazos en la ciudad en vez de aprehenderlos? ¿Por qué las fuerzas federales y el Ejército -enterados por las comunicaciones del C4- no actuaron en defensa de ciudadanos indefensos? ¿De dónde sacaron el hueso de Alexander Mora Venancio que Tomás Zerón ‘halló’ en el río San Juan? ¿Por qué desaparecieron los videos en el Palacio de Justicia de Iguala? ¿Por qué evadió la PGR seguir la línea de investigación que involucraba a la policía de Huitzuco? ¿Por qué la PGR insiste en que llevaron a los 43 al basurero de Cocula si evidencias y testimonios muestran una dispersión, y la evidencia científica comprueba que no fueron quemados allí?”.

Sobre la desaparición de los 43 muchachos he entrevistado en varias ocasiones a una de las personas que conoce mejor las investigaciones sobre lo ocurrido en septiembre de 2014 en Iguala y alrededores: Héctor De Mauleón. Para el columnista de El Universal, el caso se ha convertido en un asunto de fe en el que se han polarizado las opiniones: cada grupo defiende su versión a capa y espada. Entonces, ¿a quién creerle? No lo sé. Lo que sí me queda claro es que, a dos años de distancia, los padres de los 43 han de seguir sufriendo por no saber con certeza qué pasó esa noche y adónde pueden llevarle unas flores a sus familiares masacrados para recordarlos.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.

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