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Rafael Correa: el ADN político del presidente de Ecuador
Dom, 26/05/2013 - 15:00

Hernán Ramos

Eduardo Castro-Wright: en la puerta del horno se le quemó el pan
Hernán Ramos

Hernán Ramos es economista, editor, escritor, docente universitario, consultor internacional en economía y medios latinoamericanos. Fue editor general del Diario El Comercio de Quito, Editor-Fundador del Semanario Económico Líderes. Colabora habitualmente con medios de Colombia, Argentina, México. Escribe sobre temas económicos, sociales, políticos que interesan a la región.

1.- Los antecedentes:

Fue en la estrecha cabina de Radio Democracia donde le oí personalmente por primera vez. Ahí accedí, sin intermediarios, a su pensamiento económico y político expresado en primera persona. Invitado a un debate radial, junto con otros tres colegas periodistas y economistas, el tema versó sobre la crisis económica ecuatoriana en la naciente era dolarizada. Eran días extremadamente duros para el país, repletos de duda económica, caos político e incertidumbre social. Y eran también los días en que el analista Rafael Correa, fogoso profesor de la Universidad San Francisco de Quito, hacía sus primeras armas político-mediáticas (cabalmente desde los micrófonos de dicha radio, luego desde otras plataformas impresas, como el semanario Líderes, diario El Comercio, etc.).

Recuerdo bien su dura crítica al estado de cosas; su verbo rápido contra la lenta clase política; su radical postura frente al neoliberalismo criollo que hacía de las suyas; su rechazo al inmoral drenaje de fondos públicos que engordaban los bolsillos de los pocos aunque voraces tenedores de papeles de la deuda externa ecuatoriana; su antagonismo conceptual e ideológico frente al gran capital financiero representado en los "banqueros corruptos"; su tempranera advertencia sobre la vulnerabilidad estructural del sector externo ante la pérdida de la moneda nacional (el sucre), etcétera. Ese era el Rafael Correa que se enfilaba hacia su nuevo derrotero, el del político-economista que se abría paso hacia el poder. Finalizado el programa radial nos despedimos con cordialidad y respeto. Correa me dio su tarjeta personal (ver imagen), tomamos el ascensor, salimos a la calle y cada quien se dirigió a sus tareas cotidianas.

Tomé nota de todo lo que ahí se dijo y, por supuesto, también dije lo mío (que no viene al caso detallar, obviamente). Al tratarse de un programa radial donde normalmente la palabra va y viene, y al advertir que lo dicho por Correa tenía condumio, como editor opté por abrir un espacio editorial para registrar con mayor precisión su pensamiento; entonces, un periodista llegó hacia él con las preguntas previamente elaboradas y así pudimos tener más claros los principales conceptos de quien ostentaría, años después, la presidencia del Ecuador (el interesado en la historia económica del país puede leer la entrevista a Rafael Correa "El lado triste de la dolarización", Líderes, Quito, diciembre 8, 2003, pág. 3).

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2.- El contexto histórico:

Ha pasado casi una década desde entonces. En el interregno, Rafael Correa apretó el acelerador político y corrió más rápido de lo que imaginaron propios y extraños. El 20 de abril de 2005, fruto del vendaval desatado por los "forajidos", Lucio Gutiérrez huyó en helicóptero del Palacio de Gobierno, Alfredo Palacio ocupó la presidencia y Rafael Correa se instaló como su ministro de Finanzas. Aquel movimiento, simbologías aparte, fue un hecho histórico, pues abonó la tendencia que desde tiempo atrás buscaba su cauce. Expliquémonos mejor: después del crac bancario de 1999 emergió el salvavidas mahuadista de la dolarización (de esto he escrito bastante), pero durante esa misma crisis sistémica toda la clase política ecuatoriana siguió "sucretizada", siguió mirando y actuando desde y para el pasado. Digámoslo con claridad para evitar malos entendidos con respecto a la triste suerte de la fallecida moneda nacional: mientras la economía se reacomodaba al nuevo escenario -de forma trágica y pagando un altísimo costo social-, los detentadores del poder político seguían anclados a sus ideas vacías, a sus formas caducas, a sus viciadas y corruptas estructuras, causantes, precisamente, del desastre económico y social del Ecuador cuando caía el telón del siglo XX. Así, mientras la economía y la sociedad daban un doloroso y costoso paso hacia adelante, los políticos daban un torpe y miope paso hacia atrás.

Cuando Correa tomó las riendas de las finanzas públicas en el debilitado gobierno de Palacio, este desfase histórico se hizo muy evidente. Más aún, la cuerda que oponía al Ecuador económico del Ecuador político estaba tan tensa que todo hacía presagiar un desenlace crítico. La intelligentsia del país no se preguntaba si el quiebre iba a pasar o no, se preguntaba cuándo iba a ocurrir. Al interior de algunos grandes medios de prensa, particularmente entre quienes seguíamos al granel este proceso económico y político nacional, esta lectura era recurrente, era un dato de la realidad.

Luego de la caída de Jamil Mahuad (enero 21, 2000), Gustavo Noboa subió al poder y gobernó entre malos chistes y una crisis no resuelta (enero 22, 2000-enero 15, 2003). Los suyos fueron los opacos días de un gobierno insulso. Durante el noboísmo, entre tropezones legislativos, se armó el mamotreto legal para amoldar la economía a una dolarización caída del cielo o venida de los infiernos, dependiendo del cristal con que se mire (recuérdense nada más las kilométricas leyes Trole I y II). Su gestión en el manejo de la crisis bancaria, heredada de Mahuad, no mereció aplausos y sí muchas críticas, sobre todo por el caro desenlace fiscal que implicó la quiebra definitiva del celebérrimo Filanbanco, estando ya en manos estatales. No abundaron las obras públicas, pero sí las sabrosas picardías terrenales del famoso cura Flores al frente de la Aduanas, cargo al que fue ascendido por obra y desgracia de Noboa, amparado en su mesiánica intención religiosa de "moralizar" el siempre opaco mundo de los contenedores.

Cuando llegó el turno de Lucio Gutiérrez (enero 15, 2003), la economía ecuatoriana llevaba ya tres años dolarizada, mientras que la clase política llevaba el mismo tiempo "sucretizada" (según los térmimos explicados líneas arriba). En romance económico, esto quería decir que en el gobierno del coronel siguió más o menos firme la danza del "neoliberalismo dolarizado", pero con uno que otro endulzante ya que el trauma social de la emigración amainó, cayeron la inflación y las tasas de interés, hubo más ingresos fiscales por la mejora de los precios del petróleo. Pero el país no dejó de pagar la deuda externa y reivindicó de forma marcial un discurso de apertura económica y comercial indiscriminada... Lo anecdótico es que el discurso de barricada que usó Gutiérrez para hacerse del poder -que de paso le sirvió para sumar el cándido apoyo del movimiento indígena- pronto mudó de piel hacia una agenda opuesta, que se puso en práctica una vez instalado en Carondelet. Mejor dicho: cuando estuvo en campaña, Gutiérrez se vendió como un radical nacionalista económico cercano a las tesis ideológicas de Hugo Chávez, y cuando ejerció el poder, se volvió modelo del neoliberal no confeso, pero eso sí, se confesó públicamente como el mejor amigo de EE.UU. en la era de George Bush Jr.

Total, la traición política a veces cobra y a veces paga. Lo cierto es que en esa ocasión resultó bastante cara para el coronel: el 20 de abril de 2005 los "forajidos" le pasaron factura y Gutiérrez se cayó del poder. Alfredo Palacio ocupó la vacante y emergió la figura de Rafael Correa al frente del Ministerio de Finanzas, convirtiéndose en algo así como la "cuota social" del forajidismo emergente. El ex profesor de Macroeconomía estuvo poco tiempo en el cargo (alrededor de 100 días), el suficiente para hacerse del espacio público que trabajó desde años atrás. Su cortocircuito con el presidente tuvo una expresión tridimensional: fue un choque conceptual, generacional y político con lo que Palacio era y representaba. Al ser un mandatario fruto de una transición forzosa (entre un gobierno caído y otro que se avecinaba), Palacio resultó extremadamente débil, condescendiente y contradictorio en su gestión, dada la cantidad de intereses que cruzaban por su despacho. Para decirlo en terminología biocelular: en su naturaleza más íntima, el ADN político del Régimen de Palacio nada tenía que ver con el gen político de Rafael Correa. Pero el agua y el aceite habían hecho una extraña mezcla política, efímera sin duda, sea por fuerza de las circunstancias especiales del gobierno, por el interés específico de la naciente figura política, o por la combinación simultánea de ambos elementos.

3.- El ascenso indetenible:

Desde inicios de agosto de 2005 (en que renunció al Ministerio de Finanzas), hasta fines de noviembre de 2006 (en que ganó en segunda vuelta las elecciones presidenciales), el ascenso político de Rafael Correa resultó meteórico, inevitable e irreversible. Su figura, su liderazgo, su discurso y su gobierno surgieron de la nada (obviamente, esto es un decir como se desprende de la lectura de las líneas precedentes). Nunca exento de polémicas, críticas y alabanzas, su gestión al frente del Poder Ejecutivo rebasa el marco de la cronología política y de la simple historiografía económica. Al ser un proceso político en marcha, el correísmo es todavía un hierro caliente que aún no termina de moldear su figura en el horno de la Historia, por lo tanto, no cabe aventurar ninguna definición categórica, y menos aún, proyectar resultados concluyentes.

Sí se puede anotar, en cambio, que el mapa político del Ecuador ha cambiado, que las principales fuerzas actuantes de la economía -empresas, sindicatos, etc.- reacomodaron sus cargas estratégicas para acoplarse rápidamente a una dolarización madura y a un estatismo económico muy pronunciado. Se puede decir también que los principales actores "naturales" del poder ecuatoriano, esto es, aquellos depositarios de un poder real que no emerge de las urnas, sino del statu quo, han visto mermados sus predios y ofendida su añeja autoridad, destacándose en primera fila, en tanto corporaciones, los medios de prensa privados y la banca privada. En fin, todo esto implica tres cosas en general: i) que el centro de gravedad del poder político definitivamente se desplazó hacia nuevas coordenadas, ii) que el mercado nacional -atrofiado y monopolista- cedió una parte de su vieja hegemonía, iii) que el Estado pasó a ser un ente determinante, alrededor del cual giran todos los actores, pobladores llanos de la periferia política y económica del Ecuador.

Este 24 de mayo de 2013 Rafael Correa empieza su tercero y último mandato (al menos eso lo ha ratificado el propio Presidente). Luego de ejercer el poder por un período de 76 meses (enero 2007 - mayo 2013), el correísmo empieza una etapa de cuatro años más que el Gobierno define como la "profundización hacia la irreversibilidad de la Revolución Ciudadana". Este tema de alto interés será materia de otro análisis, por ahora, les dejo con lo que considero es la principal herencia política de los dos gobiernos anteriores del Rafael Correa. Lo sintetizo de esta manera:

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*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Rienda Suelta, apuntes de Hernán Ramos.

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