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Reforma energética en México: un éxito político innegable
Mié, 06/08/2014 - 16:39

María Amparo Casar

 ¿Policías comunitarias para México?
María Amparo Casar

María Amparo Casar es licenciada de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM y posee una Maestría y Doctorado: Cambridge University, King’s College. Es especialista en temas de política mexicana y política comparada. Ha centrado su investigación en el estudio del Congreso, el sistema presidencial, las relaciones ejecutivo-legislativo, partidos y elecciones y corrupción, transparencia y rendición de cuentas. Entre sus libros y artículos más reconocidos están El Estado Empresario en México (Siglo XXI); Gobernar sin Mayorías (Taurus); Para Entender la Reforma del Estado (Nostra Ediciones); El Sistema Político Mexicano (Oxford University Press). Próximamente aparecerá Reformar sin Mayorías (Taurus); ¿Cómo y Cuánto Gasta el Congreso en México?; Quince Años de Gobiernos sin Mayoría. Es investigadora del CIDE. Twitter: @amparocasar

Supongo que Peña Nieto se siente como en una competición deportiva en la que ha obtenido el máximo galardón. No le faltaría razón. Hacía más de 15 años que la Reforma Energética había estado puesta en la mesa de la negociación política. Salinas no se animó a empujarla, Zedillo no pudo ni con la parte de la generación eléctrica, Fox fracasó rotundamente y Calderón apenas obtuvo una pequeña parte de lo que había propuesto.

No puede desconocerse la complejidad de la operación política. Casi impecable. El PRI -dirigencia, legisladores y gobernadores- mantuvo una disciplina digna de los años de la presidencia imperial. El PAN no asumió una posición de revancha regateando al PRI los votos que este mismo partido le negó en el pasado. El PRD se abstuvo de colaborar, pero no impidió el trabajo legislativo. El sindicato, no sabemos a cambio de qué o bajo qué amenaza, no chistó. Quizá la cuña tenía que ser del mismo palo.

Peña Nieto sacó ventaja desde el inicio al introducir en el Pacto la necesidad de una Reforma Energética. Los tres grandes partidos estuvieron de acuerdo en que a través de ella se podría transformar al “sector en uno de los más poderosos motores del crecimiento económico a través de la atracción de inversión, el desarrollo tecnológico y la formación de cadenas de valor”. Los tres firmaron los compromisos de “transformar a Pemex en una empresa pública de carácter productivo” (Compromiso 55) y en “crear un entorno de competencia en los procesos económicos de refinación, petroquímica y transporte de hidrocarburos” (Compromiso 57).

Al firmar el Pacto, todos los partidos estaban conscientes de que la interpretación de aquello de que “los hidrocarburos seguirán siendo propiedad de la Nación”, de que “se mantendrá en manos de la Nación la propiedad y el control de los hidrocarburos y la propiedad de Pemex como empresa pública” y de que “en todos los casos, la Nación recibirá la totalidad de la producción de hidrocarburos” (Compromiso 54) sería motivo de litigio y que el PRD no sería parte de esta aventura. El PRD que de suyo estaba en una posición difícil, tuvo que radicalizarse con la salida de López Obrador del partido y no participó a favor en las votaciones. Esto se sabía de antemano.

Como era previsible, tanto la reforma constitucional como las secundarias salieron adelante con la votación del PRI y el PAN. Aunque los incondicionales del partido del Presidente -PVEM y Panal- se unieron a la alianza, en ningún caso sus votos fueron determinantes.

Aun así, no puede decirse que el Pacto fue traicionado. En sus considerandos se estableció claramente que se formaba con los puntos coincidentes, que no eliminaba las diferencias y que se constituía en un espacio común para realizar los cambios que el país necesitaba y que ninguna fuerza política podía llevar a cabo por sí sola. Todas estas premisas constituyeron el éxito del Pacto.

No hay duda de que al presidente Peña Nieto le hubiese gustado subir a todos al carro y seguir mostrando que en su administración la totalidad de las decisiones se da por consenso. Al final tuvo que recurrir a la regla de la mayoría como lo hizo el año pasado en la Reforma Fiscal en la que su aliado fue el PRD y el excluido, el PAN. Así es la democracia, aquí y en cualquier parte del mundo.

La Reforma Energética en su aspecto legislativo es hoy una realidad. Lo que está por verse es que las reformas aprobadas cumplan con los propósitos declarados: que la capacidad de ejecución de la industria de exploración y producción de hidrocarburos se amplíe; que la Reforma Energética maximice la renta petrolera para el Estado mexicano; que la nación reciba la totalidad de la producción de hidrocarburos; que Pemex se convierta en motor de promoción de una cadena de proveedores nacionales; que se rija por criterios productivos y se convierta en empresa de clase mundial, que las reglas de transparencia se honren, y que sea uno de los ejes centrales en la lucha contra el cambio climático.

El gobierno de Peña Nieto será juzgado no por su éxito legislativo sino por los resultados de la reforma una vez que se ponga en práctica.

Por lo pronto, no todo es miel sobre hojuelas. La Reforma Energética tan exaltada en el extranjero no ha entusiasmado en el país. Ante la opinión pública mexicana hay incredulidad. Dos tercios piensan que el gas y la gasolina subirán de precio y más de la mitad esperan un incremento en la luz (BGC-Excélsior, 04/08/14). El escepticismo permea incluso a los líderes: sólo 33 la califican como buena o muy buena (Reforma 01/08/14). Además, quedan pendientes el tema de la consulta popular que seguirá generando incertidumbre, el problema de los pasivos laborales que tendrá que ser negociado posteriormente y la insuficiencia de los candados para evitar la corrupción en los muchos tramos en los que habrá oportunidad de practicarla. A este respecto, habrá que ver la voluntad y capacidad del gobierno para evitarla. La interrogante es si, como en el pasado, la corrupción seguirá asumiéndose como un costo.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.

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