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Siria y los kurdos, nuevo blanco para el incendiario Trump
Mar, 15/10/2019 - 12:27

Esther Shabot

Amos Oz, más allá de la literatura
Esther Shabot

Esther Shabot Askenazi es licenciada en Sociología de la UNAM (1980, México), con estudios de maestría en Sociología en la UNAM y con especialización en Estudios Judaicos en la Universidad Iberoamericana (1982-1985). De 1983 a 1986 fue colaboradora semanal del periódico "El Nacional", tratando asuntos del Oriente Medio. Desde 1986 hasta la fecha es editorialista semanal en el periódico Excélsior, donde trata asuntos internacionales.

Ha sido tan escandaloso lo ocurrido estos últimos días que no hay noticiero en ninguna parte del mundo que no lo tenga entre sus titulares. Se trata de la decisión repentina del presidente Trump de retirar sus fuerzas militares de la frontera noreste de Siria –fuerzas que no llegaban siquiera a los dos mil efectivos– pero que eran vitales para sostener el combate contra las huestes del Estado Islámico (ISIS), lucha que se ha estado dando en colaboración con las Fuerzas Democráticas Sirias y las milicias kurdas. Estas últimas, nutridas de la población kurda de la zona, han sido quienes con más determinación y valentía se han jugado el pellejo a fin de acabar con la presencia del macabro Estado Islámico que había sentado sus reales en la zona en su época de arrollador avance.

El principal problema derivado de la decisión de Trump, más allá de la posibilidad de resurgimiento de las células del ISIS, es la indefensión en la que de inmediato quedaron los kurdos, porque como es ampliamente sabido, Turquía, que hace frontera con Siria justo en esa zona, considera a los kurdos de Siria sus enemigos acérrimos al acusarlos de colaboracionistas con la insurgencia kurda en su país, encarnada por el PKK. Por tanto, a pocas horas del anuncio de Trump de su retiro, ocurrió lo previsible, el presidente turco, Erdogan, inició una embestida militar por aire y tierra que, según sus palabras, tiene como objeto establecer en esa zona una corredor seguro para repatriar hacia allá a dos millones de los 3.6 millones de refugiados sirios que están albergados en Turquía.

Lo que más se teme, en toda esta convulsión regional, es que el ataque masivo contra los kurdos cobre dimensiones genocidas. Por lo pronto, en el curso de los tres últimos días, se calcula que al menos 60 mil han huido hacia otras partes de Siria a fin de salvarse de los ataques turcos. Las condenas a estos operativos han sido casi generalizadas. Los 28 miembros de la Unión Europea, la OTAN, los países árabes, Israel y Australia han alzado la voz en protesta. Y lo interesante es que en Estados Unidos, no sólo la oposición demócrata ha calificado la decisión de Trump como incomprensible, contraproducente y aberrante, sino que aun colegas republicanos de Trump, como Lindsey Graham, Marco Rubio y Mitt Romney condenaron la orden dada por Trump en términos claros y enérgicos. Quien fuera asesor estadunidense para el combate al ISIS, John R. Allen, hoy presidente de The Brooking Institution, declaró en entrevista con Christiane Amanpour en CNN el miércoles pasado, que la decisión de Trump era incomprensible, y que el resultado va a ser “simplemente caos”.

A todo esto, ¿cómo se ha manejado Trump en este peligroso embrollo creado por él mismo? Básicamente con declaraciones rimbombantes, contradictorias, grotescas y salpicadas de mentiras. Sus primeras justificaciones aludían a que Estados Unidos no tenía por qué sacrificar sus recursos en guerras de regiones lejanas, enfatizando su convicción de la pertinencia de sus políticas aislacionistas. Luego, cuando se le interpeló acerca del peligro que la embestida turca supone para las vidas de cientos de miles de kurdos, sus respuestas darían risa si no fueran patéticas. La primera, consistió en una advertencia a Turquía de que más le vale que al atacar a los kurdos no se le pase la mano, porque en caso de que así fuera, “yo, en mi inigualable sabiduría, le advierto que destruiría su economía si se pasa de los límites”. Incluso llegó a decir que en cierta forma, Estados Unidos no está especialmente obligado a proteger a los kurdos, pues éstos no ayudaron a Estados Unidos en el desembarco en Normandía durante la Segunda Guerra Mundial.
Ante esta aseveración, uno no puede más que dudar de las facultades mentales del inquilino de la Casa Blanca. 

Otra mentira más fue la declaración de Trump de que Gran Bretaña estaba “emocionada” con la decisión del retiro de las tropas norteamericanas. De inmediato, desde Inglaterra llegó el desmentido a tal aseveración, diciendo en cambio que su gobierno se hallaba “muy consternado” por la decisión unilateral de Trump, quien sin reserva alguna se brincó al Pentágono y al Congreso. Difícil identificar los móviles de Trump al abrir esta nueva caja de Pandora. ¿Algún misterioso acuerdo con Putin y Erdogan? ¿Un distractor del tema de su impeachment y del resto de las acusaciones que penden sobre su cabeza? ¿Negocios que proteger o emprender? ¿O simplemente la locura de un mandatario borracho de poder y sujeto a la veleidad de sus ocurrencias y humores cotidianos? No lo sabemos, tal vez lo sepamos en el futuro.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.

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