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¿Tecnología nuclear de potencia para Chile?: análisis con cabeza fría
Jue, 17/03/2011 - 09:57

Claudio Tenreiro

Claudio Tenreiro
Claudio Tenreiro

Licenciado en Física, Universidad de Chile (1984). Doctor en Física Nuclear de la Universidad de Sao Paulo (1987, Brasil). Posee cursos de perfeccionamiento en Seguridad Nuclear en EE.UU. y en reactores nucleares de potencia en Corea del Sur. En su experiencia profesional se cuenta, entre otros, ser profesor titular del Department of Energy Sciences, Sungkyunkwan University, Corea del Sur (2009), y al mismo tiempo profesor titular y decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Talca (Chile). Entre 2001 y 2004 fue director ejecutivo de la Comisión Chilena de Energía Nuclear. Y entre 1989 y 1991 fue Resarch Associate, Schuster Laboratory, de la Universidad de Manchester (U.K.).

La industria nuclear ha atravesado momentos de esplendor y profundas crisis. Ahora estamos en el polo negativo, en medio de una nueva gran crisis. No obstante ello, y como siempre sucede en paralelo, nos encontramos ante  importantes oportunidades, ya que de los lamentables hechos que suceden en Japón, se proyectan un conjunto de lecciones evidentes que es necesario extraer y analizar.

Más que como una fuente de temor, estas lecciones deben ser clarificadoras de una hoja de ruta para esta industria y para los países que, como Chile, consideran seriamente la posibilidad de un plan de generación nucleoeléctrica. Para los que ya lo tienen, es el momento adecuado para una evaluación profunda del tipo y el nivel de tecnologías que poseen y su posible recambio.

En grupos de estudio formados por el gobierno de Chile -por ejemplo en la denominada comisión Zanelli (creada por el gobierno de Michelle Bachelet), de la cual fui parte- se llegó a la conclusión de recomendar al gobierno que estudiara seriamente la opción nucleoeléctrica, y esa sigue siendo una recomendación adecuada -aunque se pueda pensar lo contrario en una primera mirada-, ahora más que nunca. El principal motivo es que se cuenta con antecedentes necesarios que acotan muy bien las condiciones en que se debiese desarrollar un proyecto de esta envergadura en Chile, el que debe garantizar, sí o sí, resistencia a una sismicidad  probada de hasta 9,5 en la escala de Richter y la posibilidad de un tsunami.

A lo anterior se agrega que la tecnología nuclear a ser considerada debe ser tal que: sea intrínsecamente segura, es decir, basada en sistemas pasivos complementarios a los sistemas de refrigeración forzada, y además a prueba de cualquier accidente de reactividad (incremento abrupto de la tasa de fisión en el reactor).

Pero no basta con eso, hoy existen diseños con otros sistemas refrigerantes diferentes al agua, los cuales no podrán vaporizarse incluso a las temperaturas de fusión del núcleo del reactor, e inertes en contacto con el aire. En estos casos, incluso frente al accidente más severo, servirían de amalgama, la que genera un encofrado natural de contención del núcleo, evitando cualquier posible dispersión de material radiactivo.

Muchos países revisarán sus políticas relativas a la generación nucleoeléctrica a partir de Fukishima, y eso está muy bien. Esta forma de generación de energía requiere de una renovación permanente en todo sentido: revisiones de normas, actualización de tecnologías, capacitación del personal, etc. 

La sociedad hace muy bien en tomar una actitud de recelo y de pedir las mayores garantías, porque en este caso se debe tomar en cuenta que la cantidad de energía que se guarda, de una vez, en la zona de la vasija del reactor (que contiene al núcleo) es enorme; estamos hablando, para plantas convencionales, de sobre los 4 GW térmicos de potencia (Giga Watts, o sea ¡1.000.000.000 watts!; recuerde que los valores usuales de una estufa eléctrica es del orden de 2.000 watts) por núcleo, y cuando eso debe ser enfriado bruscamente, el calor originado debe ser disipado por alguna parte. Es un problema de ingeniería mayor, sin embargo, hay mecanismos que lo hacen posible de manera segura. Estos mecanismos fallaron en el diseño de las viejas plantas Mark I de Fukushima, y de las cuales había sospechas de su debilidad frente a su respuesta cuando son sometidas a presiones excesivas.

¿Qué significa que en este caso estemos frente a un accidente de tipo 6, en la escala INES? Estrictamente se está aún en el nivel 5. En el ámbito nuclear se distinguen en primer lugar dos términos, el de incidente (donde no hay consecuencias para las personas), y el de accidentes, cuando se espera que haya efectos reales sobre personas, de manera directa, debido al evento a que se refiera la medición. Si es accidente, se ingresa a la escala INES (International Nuclear and Radiological Event Scale), donde el tope lo encabeza el número 7, catalogado como un accidente de proporciones y cuyos efectos son, en general, transfronterizos, abarcando una gran área y probablemente a muchas personas, durante un período de tiempo muy largo. También en este caso hay liberación masiva de radiación al ambiente. 

El peldaño inferior, el nivel 6, se trata de un accidente serio o severo, donde se libera una gran cantidad de radiación, pero de efecto mucho más localizado, tanto en el espacio (lugar) como en el tiempo (duración), y se supone un efecto apreciable sobre las personas, pero en un radio limitado, el cual puede ser algunas decenas de kilómetros. 

En el lugar 5 se encuentran los accidentes donde hay una cantidad de radiación emitida, pero de consecuencias menores. Puede ser un pulso muy intenso pero de rápida dispersión, y esto incluye la posibilidad de la fusión del núcleo del reactor, aunque la mayor parte de la radiación queda retenida por las estructuras de contención. Este es el motivo por el cual en el accidente de Fukushima hay una cierta ambigüedad técnica, más allá de la seriedad del evento. Es muy compleja esta situación, ya que tres reactores nucleares presentan problemas graves, donde al menos uno de ellos podría estar con daño estructural, posibilitando entrar de frentón en el nivel 6 de la escala. La escala no representa una categorización absoluta, sino que es una orientación del tipo de acciones que se deben enfrentar ante el evento, incluyendo el auxilio de otros países y organizaciones. Finalmente, una vez controlado el evento se podrá evaluar, en definitiva, a qué peldaño de esta escala pertenece.

De cualquier forma, lo ocurrido es la peor pesadilla que le puede suceder a un reactor nuclear, sea éste de cualquier tecnología. La pérdida de la capacidad de enfriamiento es sin lugar a dudas la mayor preocupación de quien diseña estos sistemas y debe ser algo que se pueda garantizar al público, que ésta no se perderá ante ningún evento. 

Asimismo, también se debe revisar la manera de almacenar temporalmente el combustible gastado en piscinas junto a los reactores, quedando éste expuesto a posibles problemas que se deriven de un accidente con el reactor.