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¿Una Nueva Francia con Hollande?
Jue, 26/04/2012 - 18:58

Bernardo Navarrete Yánez

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Bernardo Navarrete Yánez

Bernardo Navarrete Yáñez es Profesor Asociado de la Licenciatura en Estudios Internacionales de la Universidad de Santiago de Chile (Usach).

Las campañas electorales europeas en tiempos de crisis económica no dejan de sorprendernos. Al igual que en España, el clima de crispación francesa por determinar quién es el culpable de la crisis, tiene su explicación según en cuál rivera del río se esté. Mientras Sarkozy sostenía que los gobiernos de izquierda llevaron a la crisis económica que hoy atraviesa el país galo en particular, y la comunidad europea en general, Hollande declaraba que los magros resultados en materia de empleo y políticas sociales no eran de los gobiernos predecesores, sino responsabilidad de la actual administración.

Más allá de las explicaciones, un ejercicio interesante es preguntarse ¿qué significaría para Francia el retorno de la izquierda al poder? La respuesta, por cierto, debe ser construida sobre un escenario de moderado optimismo: el triunfo de la izquierda no puede darse por sentado, toda vez que la diferencia porcentual con Sarkozy fue de apenas 1,5 puntos, siendo considerables, además, los 18 puntos obtenidos por la candidata de extrema derecha Marine Le Pen. Los datos hasta ahora mostrados hacen presagiar una conquista dificultosa del poder y que, de llegar a la presidencia, la izquierda tendría que lidiar con una no desdeñable oposición.

Una buena forma de abordar la pregunta, considerando los dos discursos y el escenario de segunda vuelta, es recurrir al académico norteamericano Albert Hirschmann y el discurso de los políticos conservadores que él denominó “Retórica de la Intransigencia”, donde se manifiesta una férrea oposición al intervencionismo reformista a causa del riesgo que este traería consigo, arruinando los avances conquistados. En la izquierda, la argumentación de Hirschmann se invierte a través de la “Retórica Progresista”, ya sea de corte reformista o revolucionario, encargándose de invertir las falacias retóricas conservadoras mediante la promoción del cambio interventor, pero propugnando falacias al fin y al cabo.

Si consideramos que el posible triunfo en la segunda vuelta de Hollande puede ser explicado, en parte, por su discurso sobre la reactivación económica y el incremento de la justicia social en Francia, entonces se asoma la “Retórica Progresista”, ya que llamaba a reorientar a Europa por el camino del crecimiento y el empleo, expresando implícitamente las tres falacias retóricas de la izquierda: en primer lugar la “perversidad del inmovilismo”, aludiendo a que de no haber una intervención urgente en la política francesa, y particularmente en la política económica, esta continuará su senda de deterioro y devendrá en insostenible; la izquierda, en consecuencia, traería una solución a la “democracia maltratada” por el ejercicio brutal del poder del presidente saliente. 

En segundo lugar “el riesgo del inmovilismo”, según el cual la intervención de la izquierda sería imprescindible para profundizar y reforzar los cambios tendientes a un incremento en la justicia social que alguna vez la izquierda en Francia, previa a Sarkozy, quiso instalar, agregando que él es la persona que puede cambiar el país. Y en tercer lugar  la “futilidad del inmovilismo”, sosteniendo que los franceses no debieran oponerse a un cambio necesario, por el que clama el desempleo y el aumento inusitado de los crímenes violentos en la región.

El reposicionamiento de la izquierda en el poder, de tener lugar, constituiría un hito para esta tendencia política: Hollande sería el primer presidente francés de izquierda desde François Mitterrand (1981-1995).

Hollande es un alto cuadro del Partido Socialista francés, que ofició como secretario del mismo en el intervalo que va de 1997 a 2008. Además, fue alcalde de Tulle, diputado, presidente del departamento de Corrèze y el vencedor de las primeras primarias ciudadanas organizadas por el Partido Socialista Francés para la presidencia en 2011.

El  partido del que proviene el vencedor de la primera vuelta presidencial en Francia, fue la principal fuerza de oposición a la gestión de Sarkozy; es un contingente político de izquierda moderada, apegada a la socialdemocracia. De hecho, el mismo Hollande se ha autodefinido como un “socialdemócrata” y un europeo convencido, es decir, procurará ser partícipe de una solución económica macro, que beneficie a la comunidad europea en su conjunto, a diferencia de la candidata de extrema derecha que ha dado a conocer su postura de retirarse incluso de la zona euro.

Ello aunado al perfil amable y consensual de Hollande, parece advertir un gobierno que no traerá cambios estructurales, pero sí mutará la conducción política del país aproximándose a las políticas y soluciones comunitarias.

Sus detractores le tildan de inexperto, falto de carisma y de una “izquierda blanda”, al tiempo que sus camaradas exaltan su voluntad de conciliación y su capacidad de reunir.

En consecuencia, no habrá una nueva Francia ni transformación radical; ello debido a la política de consenso que necesariamente ha de emanar de Hollande, pues no cuenta con un respaldo ciudadano mayoritario. Eso sí, todo el espectro político francés concuerda con el desafío de fondo: modificar la situación político-social que hoy atraviesa Francia; la diferencia parece estar en el cómo abordar la situación y la socialdemocracia responde con moderación ideológica y práctica ante este desafío.

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