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Venezuela: caminando en la cuerda floja
Mié, 05/03/2014 - 10:43

Hugo Prieto

Venezuela: la marcha al revés
Hugo Prieto

Hugo Prieto (Caracas, 1956) es Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Central de Venezuela. Ha sido redactor de varias revistas nacionales ( Número, Fama, Producto, Exceso); también se desempeñó como coordinador y posteriormente jefe editor de Domingo Hoy y del cuerpo Siete Días del diario El Nacional. Fue entrevistador en Ultimas Noticias y 2001. Es autor de los libros Todos somos garimpeiros (1991, premio Hogueras del mismo año), Avenida Baralt y otros cuentos (2005, mención publicación del Concurso Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana) y de la novela Vivir en Vano (Alfaguara, 2005).

El presidente Nicolás Maduro definió al Consejo Permanente por la Paz como una organización de la sociedad. Está equivocado. En esa mesa se sientan cargos de elección popular, encabezados por el propio Maduro, la elite del Estado chavista –categoría cimentada en la forma en que fueron designados sus máximos representantes–, una fracción infinitesimal de la oposición; gente de los medios y artistas, todos ellos invitados por el gobierno nacional.

Una organización de la sociedad, que no sea apéndice del Ejecutivo o del partido que le sirve de soporte, el PSUV, no podría elegir como escenario de una convocatoria al Palacio de Miraflores. La sociedad está en permanente tensión con el Estado. A veces en forma abierta y descarnada como ocurre en Venezuela y otras en forma pasiva como también ha ocurrido en el país, incluso en la era del chavismo.

Este punto de partida, equivocadamente señalado por el presidente Maduro, debe ser visibilizado y cabalmente entendido para abordar el diálogo. Un sector importante de la sociedad está en conflicto permanente con el Estado. Se cansó de las imposiciones, –de todo orden, políticas, económicas, represivas–, del lenguaje descalificador permanente, de la exclusión como política de Estado, del fracaso continuado de la gestión económica, de la increíble corrupción y de las violaciones a los Derechos Humanos.

A ese sector de la sociedad, que representa el 48,5% del electorado (tomando como buenas las cifras del CNE), no se le puede tachar de golpista ni mucho menos de fascista. Lo ha dicho el Presidente, siguiendo el mensaje clave de su discurso durante la toma de posesión. “El conflicto democrático debe seguir”. Allí están los resultados de esta despiadada condena, en un país polarizado hasta el paroxismo.

El 48,5% de la sociedad venezolana se siente acorralada, humillada, asfixiada, por la imposición, a trocha y mocha, de un proyecto político que no comparte y rechaza plenamente. Otros sectores de la sociedad guardan silencio, entre otras cosas, porque en medio de la descomposición que se vive, desapareció la cabeza que tenía la película clara.

La gente se cansó de la cháchara, eso es un acierto de Capriles. Todos los lunares de la democracia representativa, empezando por la exclusión, pasando por el empobrecimiento y finalizando con el Caracazo, ese enorme grito de rabia e impotencia, no son atribuibles propiamente a la sociedad, sino a un estamento político que forma parte del pasado, al que ya le entregaron partida de defunción, pero que el gobierno quiere revivir a toda costa con esta pantomima del diálogo y la paz. La película que está viendo Blanca Eckhout es un clásico del año 98. En blanco y negro, además.

Si el problema se reduce a la visión miope de Aristóbulo Istúriz, no pierdan su tiempo, señores. Ni nos hagan perder el tiempo a quienes todavía abogamos por la vigencia de la política. Si la invitación es para acompañar al gobierno en su descalificación de las protestas, con esa frase cínica del vicepresidente Arreaza –Qué cosas, en Venezuela protestan los ricos y los pobres están felices–, pues ahórrense el espectáculo. Si el gobierno enfrenta a un grupo de sediciosos, de facinerosos y golpistas, pues que aplique la ley. Pero resulta que en Venezuela hay tal cúmulo de problemas y una crisis tan profunda, que sobran las razones para la protesta, pacífica, legítima y constitucional.

El representante de la Conferencia Episcopal de Venezuela, sugiere la necesidad de canalizar el conflicto a través de la ley y la Constitución, y Aristóbulo monta en cólera y lo malandrea sin la habilidad del ex presidente Chávez. “¿Qué pasaría si le ordenáramos a nuestra gente que salga a la calle?”, amenaza el gobernador de Anzoátegui.

Creo que el homicidio de Juan Montoya, coordinador de los colectivos armados del chavismo, desmiente categóricamente a Istúriz. Esa orden ya fue dada. Quizás el presidente Nicolás Maduro tenga algo que decir al respecto. Reiterar lo que ha dicho. Que jamás daría una instrucción semejante. Sería decretar la guerra civil. Una verdadera locura, como lo ha dicho el propio Maduro. Quizás lo acertado sería decir que tenemos a Aristóbulo Istúriz malandreando a la Iglesia y a quienes no piensan como él.

Si el llamado al diálogo es para que los señores del chavismo se regodeen en la superioridad moral de la fracasada izquierda de los años 60 y para seguir imponiendo un modelo político quebrado una y otra vez en los cinco continentes de este planeta, no vamos a ningún lado. Si la idea es ganar tiempo, ya ese recurso no renovable –es necesario aclararlo– se agotó. Así como la forma en que el chavismo designó a los rectores del CNE, a los magistrados del TSJ, al Fiscal General de la República y a las demás cabezas del Estado. La sociedad se cansó de las arbitrariedades y de las violaciones reiteradas a la Constitución Nacional. Pero sí hay una señal en contra, la advertencia del presidente Maduro: "No voy a ceder un milímetro en las posiciones de poder".

No hay, hasta el momento, una sola señal de rectificación. Ninguna.

No veo la forma en que la Mesa de la Unidad Democrática se incorpore a esas deliberaciones. Obviamente, la presencia del gobernador del estado Lara, Henri Falcón, es apenas una endeble señal de aproximación, pero si el gobierno no ofrece una agenda concreta, si no cede en su obstinada pretensión de imponer el mar de la felicidad, no tendría sentido caer en la trampa para hacer de comparsa.

*Esta columna fue publicada originalmente en el blog El Díscolo.

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