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¿Qué pasa con la integración regional?
Vie, 28/01/2011 - 09:38

Roberto Pizarro

El ataque del "establishment" chileno a los Kirchner
Roberto Pizarro

Economista de la Universidad de Chile, con estudios de posgrado en la Universidad de Sussex (Reino Unido). Investigador Grupo Nueva Economia, fue decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile,  ministro de Planificación y rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (Chile).

Las políticas neoliberales culminaron con un desastre en la mayor parte de los países de América Latina. El ciclo económico recesivo 1998-2002, empujado por la crisis financiera asiática, fue la gota que colmó el vaso: produjo una violenta caída del PIB, con aumento de la pobreza y una ampliación inédita de las desigualdades. Los Estados se achicaron y perdieron capacidad de gestión, la nomenclatura política tradicional se extinguió y las burguesías nacionales, con el retroceso sufrido por la industrialización, se debilitaron.

En pocos años emergió un nuevo liderazgo político -con las excepciones de Chile, Perú y Colombia- que ha reemplazado al que durante varias décadas había sido dominante en nuestros países. Aún cuando los gobiernos heterodoxos cuestionan el Consenso de Washington y se manifiestan críticos de las posturas hegemónicas de los EE.UU. en la región, todavía no han construido un proyecto económico manifiestamente alternativo al actualmente dominante.

Sin embargo, y lo que resulta paradójico, es que tampoco estos nuevos gobiernos manifiestan una clara voluntad integracionista. Lula y el gobierno brasileño lideraron, con éxito, el rechazo al ALCA que tanto interesaba a los EE.UU. Pero, al mismo tiempo, Brasil no ha sido capaz de ejercer un efectivo liderazgo para favorecer el proceso de integración regional, a pesar que ha emergido como una potente economía a nivel mundial.

El gobierno de los Kirchner ha concentrado todos sus esfuerzos en resolver los problemas internos heredados del periodo Menem, y con buenos resultados, pero ha dejado de lado los asuntos de política regional. Correa en Ecuador y Morales en Bolivia se encuentran en situación similar a los Kirchner, pero con la tarea adicional de reformular los sistemas políticos sobre la base de nuevas constituciones, lo que compromete fuertemente sus agendas. Venezuela aparece en iniciativas de doble envergadura, con un presidente Chávez que despliega un vigoroso activismo para acumular fuerza interna mientras que, por otra parte, intenta afirmar posiciones de liderazgo en Sudamérica, con una retórica que le ha significado varios conflictos con los propios países de la región.

Ni al término de la crisis asiática ni actualmente, con los éxitos económicos del ciclo expansivo 2004-2008, los gobiernos de la región han colocado como prioridad la integración. Más bien, se han producido diferencias preocupantes en los últimos años. 

Las disputas comerciales entre Brasil y Argentina y el conflicto por las celulosas entre Argentina y Uruguay, colocaron a Mercosur en situación difícil. El retiro de Venezuela de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) ha debilitado seriamente a este bloque subregional, mientras el presidente Chávez se embarca en nuevas iniciativas más políticas que económicas que, como el ALBA, en vez de apuntar a la conformación de un mercado común regional, favorecen la dispersión. 

Chile, por su parte, desde hace años renunció a la integración regional y ha optado por una apertura comercial sin mediaciones al mundo industrializado. Finalmente, los países del norte de la América Latina se han plegado a los Estados Unidos, con México en el Nafta y los cinco países de Centroamérica asociados mediante un TLC. 

Así las cosas, mientras las exportaciones de los países de la región al mundo crecen vigorosamente, al calor de la demanda de minerales, combustibles y alimentos provenientes de China y la India, el comercio intrarregional sigue siendo muy modesto. 

Al mismo tiempo, la institucionalidad y las medidas de política para avanzar en la integración económica regional se muestran débiles. De la Comunidad Sudamericana de Naciones se ha pasado al Unasur, con carácter eminentemente político. Ha emergido el ALBA. A la CAF se le ha agregado el Banco del Sur. Se ha conformado el Iirsa pero todavía con escasa efectividad práctica. La Aladi, exitosa en el pasado, ha perdido todo su vigor. Finalmente, Sudamérica se ha olvidado de México y de Centroamérica, mientras que, por otra parte, han aparecido diferencias de estrategia comercial entre la Cuenca del Pacífico de Sudamérica y la Cuenca del Atlántico.

La irrenunciable integración. A pesar de las dificultades que ha tenido la región para integrarse, no sólo en el momento actual sino en sus distintas fases de desarrollo, la unión económica de nuestros países sigue siendo un proyecto irrenunciable. Hoy día, más que en el pasado, porque los desafíos son mayores. En primer lugar, las particularidades de la actual fase de la globalización hacen más vulnerables nuestras economías frente a los vaivenes de la economía mundial. 

En segundo lugar, la emergencia de China y la India como potencias en pleno crecimiento, productoras a bajo costo de manufacturas y servicios, dificultan el posicionamiento competitivo de la región y ello se ha convertido en una presión para continuar exportando recursos naturales. Las nuevas cadenas productivas transnacionales y su reordenamiento a nivel mundial empujan a nuestros países a explotar exclusivamente sus ventajas comparativas geográficas frenando la diversificación del patrón productivo-exportador.

Para salir del subdesarrollo nuestros países no pueden seguir anclados en la producción de bienes primarios y deben diversificarse. Es la única forma sustentable para atacar radicalmente la pobreza y terminar con el empleo precario, lo que exige al mismo tiempo potenciar las pequeñas empresas. Por otra parte, mejorar la productividad, y competir con los países asiáticos exige multiplicar la inversión en ciencia y tecnología y requiere de más recursos en educación pública. Para cumplir con esas tareas la integración es insoslayable

En efecto, con la fuerza conjunta de los talentos de cada uno de los países de la región es que se puede enfrentar los desafíos de la globalización. Pero también ello exige algunos requisitos. En primer lugar, nuestros países deben reconocer y aceptar la diversidad económica y política que recorre la región. En segundo lugar, las economías más potentes tienen la responsabilidad de asumir el liderazgo integracionista, como lo hicieran Alemania y Francia en Europa. En tercer lugar, para hacer integración de verdad hay que ceder soberanía, como sucedió con la Unión Europea, porque sólo así es posible desplegar políticas comunes de beneficio mutuo.   

Finalmente, es conveniente señalar que la integración es también una tarea política. Como ha sido evidente en otros periodos históricos, la estabilidad y solidez democrática se encuentran ligadas a lo que sucede en los países vecinos. Los conflictos diplomáticos y las controversias económicas entre países cercanos dificultan este propósito, exaltan el chauvinismo y estimulan los argumentos a favor del armamentismo. Por tanto, la integración regional tiene no sólo una dimensión económica sino también política y diplomática insoslayable. Los nuevos y viejos políticos no pueden renunciar a la integración.

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