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Optimismo cauteloso
Vie, 01/07/2011 - 11:18

Enrique Iglesias

Enrique Iglesias
Enrique Iglesias

Enrique Iglesias lidera la Secretaría General Iberoamericana (Segib). Fue presidente del Banco Interamericano de Desarrollo.

En este momento nadie sabe a ciencia cierta cuánto va a durar la crisis económica que ha castigado a España y Portugal, pero sí sabemos que América Latina ha conseguido capear el temporal y que deberíamos atrevernos a imaginar un futuro optimista para la región en los próximos 10 ó 20 años.

El horizonte que tenemos por delante está marcado por cinco grandes macrotendencias que nos afectan a todos. La primera es que la globalización es imparable y se va a intensificar. La segunda es que pervivirá la economía de mercado, pero en un entorno de mayor desconfianza y con una mayor vigilancia e intervención por parte del Estado. La tercera es que la productividad, la competitividad y el crecimiento estarán más vinculados que nunca a la innovación y los cambios tecnológicos. La cuarta es que el mundo, tan dominado durante el siglo XX por el formidable poder de Estados Unidos, será más y más un espacio multipolar en el que van cobrando fuerza una serie de naciones emergentes, sobre todo China. Y, en fin, la quinta macrotendencia es la preocupación creciente ante el cambio climático y el gran debate sobre cómo afrontar las necesidades energéticas del planeta.

América Latina ha aprendido mucho de sus errores del pasado. Ha logrado controlar su macroeconomía. Ha sabido mantener a raya la inflación con un conjunto adecuado de políticas fiscales, monetarias y cambiarias. Ha aprovechado la bonanza para reducir considerablemente su deuda externa. Algunos países han generado reservas de hasta US$ 460.000 millones, cifra inimaginable en el pasado. América Latina se ha abierto al exterior, está avanzando en ese equilibrio siempre difícil entre Estado y mercado y está teniendo un éxito destacable en la reducción de la pobreza, lo cual es muy obvio en países como Brasil, México o Chile.

Ahora bien: aunque no seamos la región más pobre del mundo, sí somos la más desigual. Ésta sigue siendo nuestra gran lacra. Y la forma de combatirla es trabajando sobre los grupos sociales con ingresos más bajos; procurando un gran pacto fiscal; haciendo una reforma tributaria profunda que permita mejorar la distribución de los ingresos; esforzándonos en aumentar la cohesión social, clave para que nuestro buen crecimiento vaya acompañado de un buen desarrollo.

Y de cara a la crisis económica en Occidente, tenemos que aprovechar nuestro gran potencial en esas materias primas que necesitan las potencias emergentes de Asia. Pero cuidando nuestras inversiones en educación e investigación para que los países de la región superen su atraso tecnológico. Y haciendo, además, un esfuerzo extraordinario para aumentar la atracción de inversión extranjera. Porque los datos son tozudos: mientras en los últimos años China, en promedio, ha captado el 30% de toda la inversión extranjera directa que ha ido a los países en desarrollo, Brasil, el más importante captador de inversión extranjera directa de la región, ha canalizado poco más del 7% de la misma, y México, el segundo país en importancia al respecto, poco más del 4%.

Mi última reflexión es que, pese a las incertidumbres del mundo en el que vivimos y viviremos, en América Latina, hay que ser cautelosamente optimista. Contemos con las defensas que hemos levantado y con las experiencias de las que hemos aprendido. Recordemos que una de las claves del futuro será, insisto, encontrar el equilibrio ideal entre Estado y mercado. Ambos deben ser más eficaces y más transparentes. Ni Estado intervencionista, torpe y corrupto, ni mercado salvaje, especulativo y sin regular. Y confiemos en que el mundo avance hacia una globalización más humanizada, un poder económico más democratizado y un nuevo orden internacional con instituciones multilaterales renovadas y más fuertes.

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