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¿Son los consejos del FMI mejores que los de un borracho en la calle?
Lun, 12/07/2010 - 12:01

Dean Baker

¿Son los consejos del FMI mejores que los de un borracho en la calle?
Dean Baker

Es codirector del Centro para la Investigación Económica y Política en Washington, DC. Sus análisis han aparecido en muchas publicaciones importantes como The Washington Post, London Financial Times y New York Daily News. Ha escrito varios libros y ha trabajado como consultor para el Banco Mundial, el Comité Económico Conjunto del Congreso de los EE.UU., y de Comercio de la OCDE. Recibió su doctorado en economía en la Universidad de Michigan.

Esta es la pregunta que la gente alrededor del mundo debiera estarse haciendo mientras el Fondo Monetario Internacional entrega recetas de austeridad. El programa del FMI pide cortes en el apoyo gubernamental a salud, pensiones y una cantidad de otros servicios públicos. También llama a que se debiliten las regulaciones del mercado laboral que dan a los trabajadores seguridad.

Estas recomendaciones están siendo dadas en un contexto económico de masiva caída de la demanda. En otras palabras, decenas de millones de personas están desempleadas en estos momentos porque no hay suficientes gastos como para mantenerlos trabajando. El programa del FMI reducirá los gastos de seguro llevando con ello a caídas mayores en la demanda y mayor desempleo.

Pero, el FMI dice que debemos confiar en ellos. La pregunta que deberíamos hacernos es “¿por qué?”.

¿A dónde estaba el FMI cuando estallaba la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos y en el resto del mundo se inflaba a niveles crecientemente peligrosos? ¿Estaba gritando enloquecido a los gobiernos para que controlara estas burbujas antes de que explotaran con consecuencias desastrosas? Después de todo, ¿qué podría haber sido más importante que advertirnos de los peligros de estas burbujas?

Era fácil identificar las burbujas inmobiliarias y darse cuenta que su colapso tendría consecuencias devastadoras para la economía. Las economías no se ajustan fácilmente a pérdidas de riqueza que en algunos casos exceden al 50% del PIB (Producto Interno Bruto).

Los economistas verdaderos saben esto, pero aparentemente los del FMI no lo sabían, o si lo sabían, no pensaban que valía la pena decir algo. Uno puede buscar en vano entre las publicaciones del FMI durante el crecimiento de la burbuja inmobiliaria para encontrar intentos serios de advertencia sobre el posible peligro. Mientras que el FMI hoy puede gritar sobre la necesidad de austeridad, no se molestó en decir nada sobre las burbujas que nos trajeron a esta situación.

El camino documentado del FMI nos da razón no sólo para cuestionar la competencia de esa institución sino también sus motivaciones. Esta pregunta emerge más claramente en el caso de Argentina. Al final de 2001 Argentina se declara morosa en su deuda, enfureciendo al FMI. Antes de esto, Argentina había sido niño pródigo del FMI abrazando los programas del Fondo. Las predicciones de crecimiento del FMI reflejaban claramente su cambio de actitud con respecto a Argentina. Antes de declararse en mora, el FMI estaba consistentemente optimista sobre el potencial de crecimiento, proyectando crecimiento mucho mayor que el que Argentina realmente experimentaba. Luego de declararse en mora, el FMI fue sumamente pesimista, proyectando muchos menores ritmos de crecimiento para Argentina de lo que realmente se experimentaba. Es difícil explicar este patrón de errores de no ser por motivación política.

Es posible ver un patrón similar en el último grupo de recomendaciones del FMI para liderar con la crisis económica. El impacto de la mayor parte de las propuestas será reducir los beneficios que recibirán los trabajadores comunes. Los cambios propuestos a las regulaciones del mercado laboral debilitarán probablemente también el poder de negociación de los trabajadores, llevando a cortes en sus salarios. Más aún, la reducción en la demanda causada por la austeridad dejará a millones más sin trabajo, negándoles a estos trabajadores una entrada y debilitando aún más el poder de negociación de quienes aún tengan trabajo.

Hay alternativas. Los bancos centrales, como el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra, y el Consejo de la Reserva Federal, pueden comprar y mantener grandes montos de deuda gubernamental. Estos bancos centrales pueden, a la vez, asegurar que no se cuestione la solvencia, proveyendo un mercado disponible a la deuda gubernamental, y que no se acumulen los intereses que la hacen más pesada. El interés pagado sobre estas deudas que los bancos acumulan puede ser devuelto a ellos por los gobiernos.

Las compras de deuda gubernamental a gran escala no crearán inflación en un contexto de desempleo masivo y de exceso de capacidad. Este no es un asunto que haya que debatir. El banco central de Japón ha comprado un monto de deuda gubernamental aproximadamente igual a su PIB, y sin embargo está más preocupado por la deflación que la inflación. Mientras que a nosotros nos podría ir mejor con un estímulo que a Japón, la inflación simplemente no es un problema que enfrente ahora o incluso en el futuro distante.

Es especialmente doloroso escuchar estos llamados a la austeridad por parte del FMI. Esta organización se ha distinguido no sólo por su pasado documentado a favor de políticas económicas que no funcionan; es también conocida por dar beneficios exorbitantes a sus economistas. De acuerdo al programa de pensiones del FMI, muchos de sus empleados pueden retirarse a los 50 años con pensiones de seis cifras. Imagínense a quienes se perdieron completamente la burbuja inmobiliaria o a quienes se equivocaron totalmente con Argentina descansando en los trópicos a los 51 años con su pensión del FMI de US$100.000 por año. Al menos el borracho en la calle dándonos consejo económico sería honesto.

Estacolumna fue publicada originalmente en The Guardian Unlimited

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